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Rey de Socos

miércoles, 18 de enero de 2012

REGALOS

Los simples mortales, de cualquier raza, nacionalidad o credo religioso, tenemos, históricamente, la costumbre de intercambiar regalos. 
Y lo hacemos, durante todo el año y en las mismas ocasiones: nacimientos, bautizos, cumpleaños, bodas, aniversarios, graduaciones, bienvenidas, despedidas, rinoplastias, divorcios y colocación de siliconas.
Los hombres primitivos, cuando querían demostrarse afecto, se obsequiaban lanzas, cuchillos y collares de dientes de cocodrilo. Luego, una vez descubierto el fuego e inventar la rueda, los presentes también evolucionarían y se regalaban un jabalí asado al palo, huevos de avestruz y pipas de la paz.
En nuestro continente el asuntito comenzó con don Cristóbal Colón, cuando, al no achuntarle a las Indias y desembarcar por estas tierras, se encontró con un montón de aborígenes piluchos, y, para conquistarlos, no se le ocurrió mejor idea que regalarles unos diminutos fragmentos de espejos, algunos botones y bolitas de vidrio, por supuesto que nuestros antepasados se volvieron locos. 
Y nosotros, fieles descendientes, continuamos, con esos instintos básicos: nos encanta andar piluchos, a pata pelá y nos sigue cautivando lo brilloso, lo que sea, pero que brille. 
Y nos quedó gustando el asuntito de los regalos, darlos y recibirlos, que hasta se nos ocurrió inventar fechas para hacerlo: si ya tenemos en el calendario el día de la Secretaria, del Compadre y del Vecino, falta muy poco para que se decreten: el día del Patas negras, de la Cahuinera y del Awueonao, ocasiones en que daríamos y recibiríamos miles de presentes.
Si existe una fecha en la que ateos, moros y cristianos caemos en una suerte de orgía hiperconsumista es en Navidad.
Desde noviembre, todo el mundo se vuelve loco con el tema y se gasta hasta lo que no se tiene para hacerle regalos a un listado que empieza con la suegra y termina con el conserje del edificio. 
Del nacimiento del niño Jesús, la razón de la fecha, nadie se acuerda. Se acude, con desesperación, como quinientas veces, al hipermercado para comprar un arbolito artificial, esferas de colores que dan botes y no se rompen, y juegos de luces intermitentes (todo “made in China”), además de los regalos que se “tiene” que hacer a la parentela, que, en todo caso, son siempre los mismos: bicicletas, corbatas, libros, perfumes, cosméticos, chocolates, ropa en general y mascotas; cuento aparte son los regalos tecnológicos, porque ahora nadie puede vivir si no tiene un celular que hasta le limpie el poto, un plasma que aguante los martillazos de un lolo esquizofrénico y una cámara fotográfica digital que le indique que una persona es demasiado fea para hacerle una toma.
El amigo secreto en la Oficina es hacerse regalos obligados, que a nadie le gustan, entre gente con la que nos detestamos mutuamente. Todos lo hacemos por cumplir y compramos, a última hora, una sirena de porcelana de una luca, un par de pañuelos que nadie usa y un juego de naipes con el que nadie juega, todo chino, obvio.
Los regalos de bodas ya no son como antes, porque ahora existe la lista de novios de las Multitiendas, para evitar que la nueva pareja acumule siete planchas, ochenta copas de champaña y cuarenta y dos pares de sábanas chinas de pésimo diseño.
En tiempos de las cavernas, cuando un troglodita se enamoraba de una hembra chascona, le regalaba un certero garrotazo en la nuca y, de las mechas, se la llevaba, a la rastra, a su cueva oscura y maloliente, la hacía suya brutalmente y se daba por hecho que estaban casados, evitándose así toda la parafernalia de regalos, ceremonias civil y religiosa, recepción para dar de comer gratis y un aparentador viaje de luna de miel. El asunto era más sencillo y el objetivo se cumplía a cabalidad: aparearse.
El “Baby shower” lo inventaron las mujeres gringas para ahorrarse unas lucas y recibir de los familiares y las amigas: baberos chinos, paquetes de pañales desechables y crema para el potito del bebé.
Cuando alguien regresa de un viaje, es asesinado si no trae consigo regalos comprados en los Aeropuertos: ceniceros y encendedores para quien no fuma, máquina de afeitar para el que no tiene ni pelusas y una piedra pómez para eliminar las durezas en los talones. - Lindo, gracias, te pasaste, no te hubieras molestado...tienes que decir, aunque el regalito no te haya gustado para nada..
Como se puede apreciar, somos víctimas de un consumismo exacerbado provocado por este mundo marketero, que nos hace olvidar la razón fundamental para hacernos regalos.
Y, seamos honestos…más que recibir bufandas chillonas, guantes de cuero sintético o un CD con música clásica, todos preferimos pasar las celebraciones especiales en familia, comer algo rico con la gente que amamos y es mucho más gratificante recibir de ellos abrazos, besos, una sonrisa y decirnos que nos queremos. Con eso nos basta.