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Rey de Socos

jueves, 5 de marzo de 2009

PRIMER DIA DE CLASES


Tempranito, de la mano de la Mamá, vamos nerviosos, parcos y con pocas (o ninguna) ganas de ir. Comenzar a asistir a la Escuela es el fin de los años protegidos, felices e irresponsables. Salimos del nidito que nos han fabricado nuestros padres y comenzamos a interactuar con personas que no son de la familia. En nuestros tiempos, el Kinder no existía; llegábamos directamente a primero.
Ese día teníamos todo nuevo: calzoncillos, calcetines, pantalones, zapatos, camisa, corbata y chaqueta. Además de: cuadernos, Silabario, un lápiz faber número dos, con una goma de borrar con olor a plástico, atada con una pita, lápices de colores, papel lustre, un estuche con un sacapuntas, un montón de huevadas y un sándwich de pan francés con mantequilla y mortadela…; p’al recreo, poh.
Las niñas van con el jamper clásico, peinadas con chapes que les estiran los ojos, con las patas flacas envueltas en medias blancas y zapatos de charol. Tampoco existían las mochilas, sino los bolsones de cuero, con una correa que uno se la cruzaba al hombro, el bolso para el poto y ya estábamos camino al patíbulo. Primera hora: puro llanterío. Quiero a mi mamá.
Nos enseñan a formarnos, tomar distancia y la palabra más escuchada, desde ese día, y por la eternidad, es: ¡silencio! El canto del Himno nacional con izamiento de la bandera era lo habitual de los lunes. Luego, unas palabras de bienvenida del director y a formarse de nuevo frente a la sala…entrar en silencio, sin desorden, sin apurarse, niños.
-¿Cómo te llamai?...-¿Dónde vives?...-¿Te gusta jugar a la bolitas?
-A ver, niños, quienes saben contar hasta diez, levanten la mano, quien conoce los colores, quien sabe cantar, quien va a recitar una poesía.
Quiero a mi Mamá.

El esperado toque de campana para salir a recreo es la oportunidad de una liberación de tensiones reprimidas. Por más que el profesor insiste en el orden, salimos al patio como una estampida de potrillos salvajes, con el sándwich en la mano. -¿Qué trajiste tú? -Yo tengo pan con huevo revuelto. -¿Te lo cambio?
Nos ponemos a jugar a las bolitas, al trompo, a la pirinola; pero, lo mejor, es la pelota, a la que todos queremos patear y comienza el deterioro de los zapatos nuevos y de forjarse un siete en el impecable pantalón gris. Se da inicio a la primera pelea de tu vida con otro niño, porque te tocaron la oreja con los dedos untados con saliva. Rodamos por el suelo como los titanes del ring. Resultado: ojo en tinta, sangre de nariz y hocico hinchado. Quiero a mi Mamá.
Regresamos a la sala todos transpirados, de nuevo en el banco y sacamos los lápices de colores, porque vamos a pintar unos monos pre-dibujados.
Toque de campana nuevamente, esta vez para regresar a la casa. Fórmense en silencio, hasta mañana, salgan en orden, niños. -Guillermo, ordénate la camisa, péinate ese pelo y súbete el cierre.
La mamá en la puerta de la Escuela: -Mijito, por Dios, ¿qué le pasó?, pero mire como viene, la corbata y la camisa nueva manchada con sangre, lo pantalones salpicados con barro, los zapatos pelados, pero, por Dios, Guillermo, mañana hablo con el profesor para mandarte con overall mejor, no puede ser, que te ensucies como un chancho, cabro de porquería, oh. Esperemos que venga tu hermana y nos vamos.
El Papá en la casa: -¿Qué le pasó al niño? – Peleando, poh, mira como viene hecho un desastre, ay Dios mío, yo no sé para qué una se preocupa tanto de mandarlo impecable a la Escuela y mira como llega. – Déjalo, no más, mira que así aprende a ser hombre. Los hombres deben pelear. – ¡Pero tiene seis años! ¿Te das cuenta?- Bueno, no le pongas tanto, ya te vas acostumbrar. Y dime, hijo: ¿Cómo quedó el otro?...
Los primeros trabajos que daban de tarea p’a la casa, era dibujar palitos: rectos, a cuarenta y cinco grados a la derecha y a la izquierda; círculos, cruces, medias lunas, etc., en un cuaderno que se llamaba de caligrafía. Luego venían las vocales y las consonantes y enseguida los números. Con el Papá, comenzábamos a practicar, por las noches, con el Silabario: la, le, li, lo, lu; pa, pe, pi, po, pu…y etc.
De allí en adelante, cada día la misma rutina: levantarse, bañarse, tomar desayuno apurado y de vuelta a la Escuela. Luego las cosas cambian: -Mamá, ándate no más. Yo estoy bien y no me vengas a buscar, me voy con el guatón Navea y el negro García.
A fin de cuentas, ir a la Escuela no es tan terrible. Ya me siento grande y, lo mejor, ya comienzo a tener amigos.


Dedicado con mucho cariño a mi profesor de primer año, en la Escuela de Monte Patria, don Manuel Zuleta: gran hombre, excelente maestro y bella persona. Aunque ya se lo hice saber personalmente hace unos años, gracias por haberme enseñado mis primeras letras. Un alumno eternamente agradecido.Si algún montepatrino lee esta nota, por favor, transmítanselo. Gracias.