Víctor Domingo Silva Endeiza, Poeta, cuentista, dramaturgo, periodista y
diplomático. Prolífico y multifacético autor en diversos géneros: poesía,
novela, teatro y ensayo. Nace en Tongoy, región de Coquimbo, el 12 de mayo de 1882; hijo de Federico Silva y Dolores Endeiza. Realiza sus estudios en Ovalle y La Serena.
- 1901: Publica sus primeros poemas en Valparaíso.
- 1905: Recita sus poesías en el Ateneo de Santiago.
- 1906: Publica su primer libro de poemas: “Hacia allá”.
- 1907: Redactor del diario “El Mercurio” de Valparaíso, donde escribe bajo el seudónimo de Cristóbal de Zárate. Contrae matrimonio con Eva Nelson Brunell y se radica en Limache.
- 1908: Nace su primer y único hijo, quien fallece prematuramente.
- 1912: Secretario de redacción de El Mercurio, de Santiago. Publica la novela “Golondrina de invierno” y el poema “Al pie de la bandera”.
- 1913: Se radica en Tarapacá, donde funda el diario “La Provincia”
- 1915: Dirige la revista “Monos y Monadas”.
- 1916: Diputado por Copiapó, Chañaral, Vallenar y Freirina.
- 1924: Cónsul de Chile en Bariloche, Argentina.
- 1927: Cónsul de Chile en Madrid, España.
- 1939: Encargado de negocios en República Dominicana.
- 1941: Cónsul de Chile en Extremadura y Andalucía, con residencia en Sevilla, España.
- 1950: Fallecimiento de su mujer, Eva Nelson Brunell, en Limache.
- 1954: Premio nacional de Literatura
- 1959: Premio Nacional de Teatro.
- 1960: Fallece en Santiago, a los 78 años de edad.
Sus
principales obras:
Adolescencia (1906)
El Derrotero (1908)
Romancero Naval (1910)
Golondrina de invierno (1912, novela)
La Pampa Trágica (1921, novela)
Palomilla brava (1923, novela)
El alma de Chile (1928), antología poética
El mestizo Alejo (1934)
Poemas de Ultramar (1935)
El cachorro (1937)
La Criollita
En teatro:
El pago de una deuda (1908)
Nuestras víctimas (1912)
Las aguas muertas (1921)
El Rey de la Araucanía (1936)
Fuego en la montaña (1938)
Aún no se ha puesto el sol (1950)
La tempestad se avecina
El hombre de la casa
Filmografía
1921 - Los payasos se van (actor)
1922 - El empuje de una raza (guionista)
Llevan su nombre:
- Un parque en Tongoy.
- La Biblioteca Pública y un concurso literario en Ovalle.
- Escuelas: La Serena, San Joaquín, Ñuñoa, Macul,
Concepción, Coronel, Coihaique, Aysén.
- Calles: Ovalle, Coquimbo, Santiago, Viña del mar,
Olmué.
- Población y Consultorio: Coihaique.
- Junta de vecinos, El Llano, Coquimbo.
POESIA
AL PIE DE LA BANDERA
¡Ciudadanos!, ¿Qué nos une en éste instante?, ¿Quién
nos llama?
¿Encendidas las pupilas y frenéticas las manos?
¿A qué viene ese clamor que por el aire se derrama y
retumba en el confín?
No es el trueno del cañón; no es el canto del clarín:
es el épico estandarte, es la espléndida oriflama,
es el patrio pabellón que halla en cada ciudadano un
paladín.
¡Oh!, Bandera!, ¡La querida, la sin mancha, la primera entre todas las que he visto!…
¡Cómo siento resonar, no en mi oído, sino dentro de
mi ardiente corazón,
tu murmullo que es alerta y es arrullo;
tu murmullo, que es consejo en las tertulias del
hogar
y que en medio de las balas es rugido de león!
¡Cómo siento que fulgura; con qué ardores, la gloriosa conjunción de tus colores,
flor de magia, hecha de fuego, de heroísmo, de
ideal!
¡La bandera! La soñamos inmortal con su blanco, con
su rojo, y con su azul,
en que descuella perla viva y colosal,
esa estrella arrancada para ella al océano de luz
del cielo austral!
La hemos visto desde niño; la queremos como amamos a
la novia,
con supremos arrebatos, con ternura, con unción.
Ella vive palpitante en las visiones familiares de los días escolares.
Y, al mirarle hecha jirones, nos parece que ella
grita al desgarrarse
porque mece lo que aún queda en nuestras almas de
esperanza, de ilusión.
¡Todo pasa! Viento trágico y siniestro, padre noble,
dulce madre, tibio hogar.
¡Somos huérfanos! Erramos, dolorosos peregrinos, por
insólitos caminos y al azar…
¡La bandera! ¿Quién olvida que ella ha sido como un
hada para nuestra edad florida?
¿Quién, al verla que, a pleno aire, se levanta no la advierte como un alma enamorada de la vida?
¿De qué trémula garganta, en los grandes días
patrios,
se escapó una nota sola que no haya respondido,
como el eco más sentido la bandera que tremola
en lo alto de una madero carcomido de la escuela,
del cuartel o del torreón?
¿Qué muchacho, entre la gresca vocinglera de Septiembre,
malamente disfrazado de soldado no ha jurado
convertirse en un héroe patrio
y defender de su bandera hasta el último jirón?
¡Oh, bandera! ¡Trapo santo! hay ingratos que te
niegan, que se burlan de tu encanto
con que envuelves y fascinas; que no entienden el
lenguaje de tu risa y de tu llanto.
Mientras tanto, yo sé bien que no hay ninguno que nostálgico te mire,
y no tiemble, y no suspire y no llore en tu
homenaje.
Yo sé bien que a más de un pobre desterrado toda el
alma en un sollozo has arrancado
cual se arranca el duro hierro de una herida cuando
errante por naciones extranjeras
con el fardo del dolor ha observado que, entre un
bosque de banderas,
sólo falta la que amó toda su vida: ¡la bandera
tricolor!
Yo sé bien lo que se siente cuando, a solas, desde un barco, mar afuera, entre las olas,
se percibe la silueta de un peñón y sobre él, a todo
viento,
la bandera que saluda cariñosa, la bandera que es la
madre, que es la esposa,
el hogar, la Patria entera, que va oculta en nuestro
propio corazón!
Yo no sé cuándo es más grande la Bandera: si en el campo de batalla,
inflamada por relámpagos de cólera guerrera y
deshecha por el plomo y la metralla,
o en lo alto tijeral del edificio y donde es como un
heraldo de alegría
que levanta, en plena urbe, su armazón,
porque no se ha consumado el sacrificio del que
rige, con heroica bizarría,
el compás de su martillo por el ritmo del pulmón.
Sólo sé que para ella siempre el mismo cualquier gesto de heroísmo;
que ella cubre con la misma majestad a unos y otros;
la bandera es madre –es hembra!-
y, si en medio de los vivos a menudo el odio
siembra,
por encima de los muertos sólo arroja su piedad.
por encima de los muertos sólo arroja su piedad.
¡Ciudadanos! Que no sea la bandera en nuestras manos ni un ridículo juguete, ni estúpida amenaza ni un hipócrita fetiche, ni una insignia baladí. Veneremos la bandera como el símbolo divino de la raza; adorémosla con ansia, con pasión, con frenesí, y no ataje en nuestro paso, mina, foso ni trinchera cuando oigamos que nos grita la bandera: “¡Hijos míos! ¡Defendedme! ¡Estoy aquí!”
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