Hay
personas que nunca se sienten bien, continuamente les duele algo o están a
punto de caer en un deplorable estado de salud. Se auto fabrican dolores de
cabeza, resfríos o alergias. Su conversación gira en torno a dolencias, médicos
y farmacias. Tienen un perfil alarmista, sombrío y autodestructivo. Pareciera
que poseen una neurona maniática que les transmite falsas alarmas de inminentes
mareos, ahogos y espasmos.
No es difícil toparse con ellos, porque en la casa, en el trabajo o entre los amigos, siempre hay uno que, constantemente, tortura al resto con lamentos oscuros, llantos de plañidera cesante y auto predicciones de padecimientos irreversibles.
Están, eternamente, a punto de morir de algo y, si no es a causa de un virus, tumor o cáncer, sin ninguna duda, los aplastará un muro en un terremoto, se ahogarán en un tsunami o serán víctimas de un atentado terrorista…son los Hipocondriacos.
No es difícil toparse con ellos, porque en la casa, en el trabajo o entre los amigos, siempre hay uno que, constantemente, tortura al resto con lamentos oscuros, llantos de plañidera cesante y auto predicciones de padecimientos irreversibles.
Están, eternamente, a punto de morir de algo y, si no es a causa de un virus, tumor o cáncer, sin ninguna duda, los aplastará un muro en un terremoto, se ahogarán en un tsunami o serán víctimas de un atentado terrorista…son los Hipocondriacos.
La
característica esencial de esta dolencia crónica, es la preocupación, obsesión,
miedo o la firme convicción de padecer una gravísima enfermedad, mediante un
autodiagnóstico, a partir de un simple escalofrío, estornudo o un granito que
les aparezca en el cuerpo.
Puede ocurrir, por ejemplo, con lunares, pequeñas heridas, toses, incluso latidos irregulares del corazón, movimientos involuntarios, o sensaciones físicas no muy claras, no importa, a ellos les basta verse pálidos, para auto diagnosticarse una anemia aguda y que necesitan, urgente, una transfusión.
Puede ocurrir, por ejemplo, con lunares, pequeñas heridas, toses, incluso latidos irregulares del corazón, movimientos involuntarios, o sensaciones físicas no muy claras, no importa, a ellos les basta verse pálidos, para auto diagnosticarse una anemia aguda y que necesitan, urgente, una transfusión.
Viven
en un escenario apocalíptico y están, constantemente, sometidos a un análisis
minucioso, preocupado y obsesivo, de sus funciones fisiológicas básicas, pensando
en ellas como fuente segura de una enfermedad crónica, que los llevará,
irremediablemente, a la tumba.
Tienen
programado el reloj para recordarles que, cada segundo, minuto u hora, deben
tragar grageas, echarse gotas o medirse algún nivel de algo. Con esa actitud
condicionan, negativamente, todo su
entorno: pareja, familia, amigos, vecinos y compañeros de trabajo. Nunca les
cae la teja que es imposible que, estando tan enfermos, como ellos dicen,
puedan conducir un vehículo, caminar por la calle y trabajar todo el día.
Hasta
los médicos se cansan de ellos, porque, a pesar que, en minuciosos y repetidos análisis,
radiografías y scanner, no les hayan encontrado nada, acuden al Colegio Médico
en pleno, en búsqueda de una cuadragésima octava opinión, que les diga lo que
quieren escuchar: usted está muy enfermo,
en etapa terminal, ya no hay nada que hacer, sólo rezar.
La
hipocondría la pueden sufrir individuos de cualquier edad, sexo, raza o nivel
socioeconómico; también la padecen famosos o ignotos, moros o cristianos, de
derecha o izquierda, nadie se salva
Hay
que amarlos, comprenderlos y poseer la calma, paciencia y equilibrio de un
monje tibetano para convivir con ellos y no estrangularlos, porque, en serio,
llegan a ser enervantes, inaguantables y caros: se gastan una fortuna en
consultas, análisis y remedios. No viven ni dejan vivir, no disfrutan ni dejan
disfrutar de nada a los de su entorno, porque están, siempre, en inminente
estado de caer muertos a causa de una corriente de aire.
Una
de las herramientas actuales más nefastas para ellos es internet (ahora que los buscadores se han verbalizado y todo se “googlea”), porque buscan en el
universo de la red y encuentran un millón ochocientas mil cuatrocientas tres
páginas de: “Doctor chapucero on line”,
“Su médico charlatán” o “Consejos de la Machi” y llenan foros con Nicks,
como: “Abatido”, “Agonizante” o “Cadáver viviente”, describiendo síntomas y
esperando recibir una respuesta satisfactoria (aunque, en la mayoría
de los casos, estos farsantes sólo quieren venderles un producto, no le solucionan los problemas a nadie y rematan con el
clásico consejo: “Para mayor y amplia
información, consulte a su médico”)
Si
van al Psiquiatra, terminan peor con pastillas para dormir, ansiolíticos y antidepresivos, manteniéndolos dopados, dando
vueltas por la casa como zombi de película muda.
Si
tiene a un hipocondriaco cerca, no se burle de él, no lo estrangule ni lo
discrimine, sencillamente, mándelo donde un Psicoanalista. La humanidad se lo
agradecerá.
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