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Rey de Socos

sábado, 12 de diciembre de 2009

MAESTRO CHASQUILLA

En cualquier casa, con el tiempo y el uso, algunos artefactos entran en estado de coma: el refrigerador, la plancha, la enceradora, la estufa…o surgen, irremediablemente, algunas necesidades básicas: cierta pared requiere, de vez en cuando, una manito de pintura; la llave del lavadero precisa un cambio de suela; es ineludible cortar esporádicamente el pasto, antes que del “mato grosso” aparezca un zulú con una lanza o, por último, colocar un nuevo alambre para tender la ropa en el patio. 
Algunos de estos menesteres son sencillos de realizar, por lo tanto, los hombres nos convertimos, indefectiblemente, sin darnos cuenta, en “reparadores puertas adentro”. 
Ante cualquier desperfecto, es el macho quien debe cortar el agua para examinar qué sucede con la maldita gotera del baño, chequear el tablero cuando se cortó la luz (o, dicho correctamente: se ha interrumpido la energía eléctrica, según los sabihondos electromecánicos del Poli) o clavar la pata de la silla coja. 
Ocasionalmente debemos pasarle barniz a la puerta de entrada, adecentar los muebles de la cocina con esmalte o colocar los tiradores de los cajones de la cómoda, que nadie sabe adonde cresta fueron a parar.
Nunca se termina de reparar todo, porque cuando pareciera que ya no hay nada por remendar, viene la ansiada lluvia que nos obliga a poner la pelela o cualquier tarro u olla para contener la cantidad de agua producto de las goteras del techo (si me hubiera preocupado en verano, decimos mientras subimos a colocar una manga de plástico sobre las calaminas…”por mientras tanto”).
Hay pegas que son más fáciles que otras: pintar la reja, cambiar un vidrio, destapar el quemador del calefón o colocar una ampolleta en el patio cuando queremos hacer un asado, fabricando una extensión comprando unos metros de cable (conductor, dirían los idems), un enchufe macho, un soquete y la conectamos en el pasillo, pasando el cordón por toda la casa para sacarla por la ventana del baño, total, es para “mientras tanto”, pero, en la mayoría de los casos, queda “para siempre”.
Cuando comienza a salir agua de una pared, es necesario llamar a una empresa constructora o a un especialista; pero si queremos “ahorrarnos” unas lucas, mejor llamamos al “Maestro chasquilla” de oficio, ese que es Maestro de todo y especialista de nada. El que soluciona todo con un alambrito y promete y nunca cumple…pero, puchas que te sale “barato”… ¿no?
El calvario comienza con la llamada al celular: 

- don Filomeno... ¿puede venir mañana?... mire que tengo el piso mojado de tanta agua que sale del muro que está entre la cocina y el baño…- Si, si, no se preocupe, dice…- Mañana, entre nueve y nueve y media estoy por allá…
Y al día siguiente, llega la hora de almuerzo y el maestro no aparece...¿qué le habrá pasado?...Bueno, llega al otro día…con su maletín cargado de cachivaches y comienza a picar el muro con combo y cincel. 
Luego que derriba media muralla, nos llama para decirnos que la falla está en una cañería interna, pero que necesita ir a la ferretería a comprar soldadura y unos codos, porque de esa medida no tiene
-¿Sabe?…nos dice: estas cañerías son de cobre, ya no se usan, pero, no se preocupe, que hoy queda solucionado… 
Y bueno, tenemos la cocina hecha un desastre, el agua cortada, no podemos usar el baño y don Filomeno se demora como cuatro horas en llegar con la soldadura y los benditos codos. 
El problema se ha solucionado, pero ahora debemos reparar la hecatombe que dejó: estucar nuevamente, alisar, enyesar, lijar y pintar. 
No encontramos el color verde moco que tenía la cocina, por lo tanto, elegimos un blanco psiquiátrico. 
En el baño debemos colocar nuevos azulejos, y tampoco hay del color que teníamos, entonces decidimos cambiarlos todos y optamos por unos amarillo caca. 
En síntesis, la filtración de agua nos salió más cara que construir la mansión de un jeque árabe. A eso hay que sumarle las incomodidades, rabias y molestias, además que, en el afán de ayudarle al maestro (para apurar la causa), hemos quedado con las manos como chirimoyas.
El Maestro chasquilla es parte de nuestro paisaje urbano. Bueno o malo, dependemos de ellos. No nos queda otra. 

Nosotros somos chasquillas sin proponérnoslo y seguiremos pegando papel mural, barnizando sillas y cambiando enchufes, porque, al fin y al cabo, esas labores nos entretienen y por eso, tenemos un maletín lleno de herramientas y cada vez que realizamos estas labores, en lo primero que pensamos es en llenar el refrigerador con unas cuantas latas de cerveza y, tal como cuando lavamos el auto, lo hacemos escuchando música setentera.