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Rey de Socos

miércoles, 17 de diciembre de 2008

PATIPERROS



En los 70’s, los ovallinos nunca nos imaginamos que, alguna vez, íbamos a vivir en otra ciudad que no fuera la Perla del Limarí ni en otro país que no fuera Chile.
Pero, los tiempos y las circunstancias cambian irremediablemente, y hoy, somos una gran cantidad de coterráneos que vivimos en el exterior.
Algunos se fueron, en esta suerte de éxodo, voluntariamente, por amor; incontables sufrieron el exilio; otros partieron por razones de estudio y muchos, en la búsqueda de un mejor porvenir. 
Entonces, un determinado día, luego de un llanterío a moco tendido y una regada, conversada y bulliciosa despedida hasta las tantas de la madrugada, con muchos temores y esperanzas, empacamos los veintitrés kilos permitidos en bodega, más los ocho kilos en un bolso de mano, nos subimos a un avión y dejamos el terruño.
Cada uno ha tenido diferentes experiencias, por la diversidad de lugares donde le ha tocado vivir; pero, podemos aventurarnos al afirmar que, muchas de ellas son comunes. 
Al principio, como todo lo nuevo en la vida, cuesta acostumbrarse. 
La verdad, es re-contra difícil. Lo primero que extrañamos es la cordillera. Uno no concibe un paisaje sin montañas y el sentido de orientación se dificulta una barbaridad, porque carecemos de nuestras referencias locales. 
Cuando amanece, uno observa extasiado desde la ventana, y mira, incrédulo, chorrocientas veces, el reloj, porque, no puede ser, son las seis y media de la mañana y el sol se ve como un queso en el horizonte purpúreo, y para nosotros, obvio, ese espectáculo de la naturaleza es, axiomáticamente, un cálido atardecer.
Los chilenos somos muy especiales, a todos nos lo han dicho. 
La larga y angosta faja de tierra nos hace así. Provenimos de un excepcional país que tiene sólo dos puntos cardinales (es impensable que un chileno vaya hacia el este o al oeste). 
Dicen que cuando miramos hacia un costado, vemos un muro, que es la cordillera, y si echamos un vistazo hacia el otro, observamos la inmensidad del mar que tranquilo nos baña, entonces, concluyen, eso nos hace sentir solos en este controvertido mundo, y que, ante esa sensación, nos da por mirar el suelo y nos aferramos a él, como la Scarlett O”Hara a Tara. 
Cuando un niño chileno dibuja en paisaje, lo primero que hace es una cordillera nevada con una bandera chilena flameando. Cada vez que la selección de fútbol de nuestro país juega un partido en un mundial, cantamos nuestro himno con la mano en el corazón y a gritos. Amamos nuestra tierra y eso nos hace extremadamente sensibles y enfermos de nacionalistas. 
Por eso es que:
  • nos largamos a llorar como plañideras cesantes, cada vez que escuchamos “Si vas para Chile”.
  • cada dieciocho de septiembre preparamos empanadas, adornamos la casa con banderines tricolor y escuchamos a todo chancho nuestros CD de música chilena, preparamos una ponchera con vino blanco y durazno en tarro y gritamos ¡viva Chile, mierda!, abrazados a otros compatriotas. 
  • no dejamos nunca de sintonizar en el cable, al menos, los noticieros, para saber qué pasa en nuestro país.
  • nos gastamos una enormidad de plata en teléfono, porque sentimos la necesidad vital de estar comunicados con los nuestros.
  • cada uno tiene, en algún muro de su casa, una bandera chilena, un reloj de un plato de cobre con incrustaciones de lapislázuli, con una escena de un rodeo y una repisa en la que hemos ubicado una iglesia de combarbalita, una carreta de madera de guayacán, un moai de onix, un indio pícaro y unas cuantas otras artesanías.
Una de las barreras, que no podemos soslayar, cuando llegamos a vivir a una nación en la cual no se habla nuestro idioma, es aprender la lengua local si o si. 
Es necesario sacarse la mugre estudiando y practicando para que, en el menor plazo posible, podamos expresarnos fluidamente y no dar una pésima impresión con un inglés u otro idioma tarzanesco.
Todos nos hemos visto en la dificultad de explicarles a nuestros interlocutores, que no sean latinoamericanos, en qué lugar del mapa se ubica nuestro país, porque no tienen idea. 
Dependiendo de los ambientes que uno frecuente, Chile es sinónimo de Pinochet, Don Francisco y el Festival de Viña. 
Algunas personas, vagamente recuerdan algún terremoto, inundación u otra tragedia. Los más cultos conocen referencias de Isla de Pascua, que tenemos buenos vinos y que el sur de nuestro país es lovely… lovely…lovely; lo que nos hace llegar a la conclusión, que su cosmovisión les viene a través de la TV, definitivamente.
Vivir en el extranjero posee sus bemoles; pero tienes la posibilidad de mimetizarte en otra cultura, asumir distintos modos de pensar, diferentes actitudes frente a la vida y conocer lugares nuevos para la retina. 
Al final, igual te haces de amigos, te integras a su cotidianeidad y, de algún modo u otro, te las arreglas para que conozcan tu cultura. 
Aparte de la nostalgia, las penas y los deseos de volver, ser migrante se te hace cada vez más llevadero y no estar en tu país, cada año te duele menos. 
Lo importante es que nunca dejas de amar la tierra donde naciste, porque la llevas en lo profundo de tu corazón.

-Where are you from? - I come from Chile…-Oh, Alexis Sánchez!