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Rey de Socos

jueves, 2 de junio de 2011

ORGANILLERO

Un solitario personaje que se suma a la lista de oficios en extinción.
Aún es posible verlos, esporádicamente, mimetizados en el paisaje urbano, sorprendiendo a los transeúntes con sus composiciones musicales y, mágicamente, impregnar el ambiente de sonidos pretéritos que nos transportan a la infancia, cuando los escuchábamos en la esquina de alguna antigua calle empedrada y los seguíamos por cuadras y cuadras.
La eventual presencia de los organilleros sólo permanece en Argentina, Chile y México, en donde sobreviven con características propias.
En nuestro país la tenemos desde 1859, año en que los instrumentos llegaron desde Alemania, el principal fabricante, y se mantiene gracias a la perseverancia de familias que han heredado el oficio por generaciones.
El organillo pesa entre cuarenta y cincuenta kilos. La caja que lo cubre puede ser de madera de roble, cedro o caoba, finamente tallada, con adornos en terciopelo rojo y algunos espejos. Está provisto de una correa de cuero para cargarlo y un madero, llamado monopié, para apoyarlo, aunque, en la actualidad, la mayoría lo posa sobre un volquete.
El mecanismo funciona sólo girando la manivela, con un sistema a base de cilindros metálicos con pequeñas perforaciones alternadas, que, al hacerlos girar sobre sí mismos y unas teclas fijas de madera pasar sobre ellos, reproducen la melodía mediante un fuelle que conduce aire a unas flautas de diferente tamaño y espesor: los gruesos y largos para los tonos graves y los delgados y cortos, para los agudos.
En sus primeros tiempos, era acompañado por un primate, de preferencia un mono araña, con una correa atada al cuello, acicalado con un atractivo chaleco. El adiestrado animalito captaba clientela y se encargaba de pasar un sombrero o un tarro recolectando las monedas, así el organillero no interrumpía su música.
En la actualidad, el compañero es un loro, que ha sido amaestrado para elegir, de una caja de madera, mini mensajes de buena suerte o el horóscopo. También ofrecen pelotas rellenas con aserrín y remolinos multicolores.
El organillero y su instrumento musical aparecen en una infinidad de películas.
La característica de su acompañante fue satíricamente ilustrada en "El planeta de los simios” (2001), en donde, el que recolecta el dinero es un ser humano con una correa atada al cuello.
En los años 60’s, nace en Valparaíso, creado por una mujer, un original músico-bailarín-percusionista, llamado “Chinchinero”, quien carga en su espalda un bombo que golpea con unas varas que simulan ser baquetas de batería, y dos platillos de bronce en la parte superior que suenan por la acción de una cuerda atada al zapato del ejecutante.
Fue en Santiago en donde surge la idea de acompañar al organillero, haciendo un dúo muy original, donde se mezclan música y acrobacias.
Algunas canciones han inmortalizado a este personaje: “Con mi bombo y mi chinchín”, interpretada por José Alfredo “Pollo” Fuentes y “Chinchinero” de Joe Vasconcellos.