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Rey de Socos

sábado, 3 de noviembre de 2007

CUMPLEAÑOS


El asunto comenzaba con la llegada de una diminuta tarjeta impresa con letras doradas: TE INVITO A MI FIESTA…
Eso gatillaba una serie de impaciencias, expectativas y problemas de proporciones, mis hermanas decían ¿qué me voy a poner? (porque las mujeres, desde chicas, nunca tuvieron, tienen ni tendrán ropa para ponerse cada vez que deben asistir una reunión social), para nosotros la preocupación era el regalo…¿qué le compro? y...¿de dónde saco la plata?...Bueno, el día esperado había que ir bien peinado, si no había gomina, el limón solucionaba el dilema y las mechas tiesas se aplastaban por un rato. 
Los pantalones cortos impecables, la humita bien acomodada, los zapatos bien lustrados, el regalo (un tablero chino) en la mano y ya estábamos listos.
- ¡Qué rico que vinieron! ¡Pasen, adelante, niños!...ay, que linda se ve tu hermanita con su vestido de organza...¿y tú? cada día más buen mozo, mijito. Jorgito, llegaron más de sus amigos… Bueno, ahí aparecía el malcriado festejado con la típica pregunta.-¿Me trajiste regalo?...El susodicho rompía, en dos segundos, ahí mismo, el papel de regalo, para averiguar qué le llevabas.
Había globos multicolores y serpentinas en el techo, música infantil de Las Ardillitas, que se tocaba desde un tocadiscos portátil. 
La mesa estaba preparada con queque, canapés de paté con una media aceituna y un pedazo de zanahoria de adorno, bebidas individuales de coca-cola, fanta y agua socos, galletas de animalitos y caramelos de todo tipo. 
Te chantaban en la cabeza un gorro de cartulina que olía a engrudo, con un elástico delgado que te apretaba las orejas, una corneta de cartón que emitía un sonido espantoso, con la que dejábamos a la mamá del homenajeado con ataque de histeria y comenzaba el asuntito. 
Todos sentaditos, algunos arrodillados en la silla y te servían un chocolate, más caliente que la cresta, que te quemaba la lengua (algunos se lo tomaban en el platillo). 
Los adultos de la casa se afanaban en destapar las botellas de vidrio corrugado y que comiéramos galletas y brazo de reina.
Nos llenábamos la guata a destajo y agarrábamos las pastillas para meterlas en el bolsillo...así había para más tarde. 
Luego del banquete y de haber engullido casi todo el plato que teníamos al frente, venía la cilíndrica torta blanca con adornos de hojas verdes, las velitas encendidas, y el canto huevón del cumpleaños feliz, que el festejado soplaba con aplausos. 
A esa altura del partido, ya teníamos todos la lengua teñida de naranja por las pastillas de goma, con bigotes de chocolate y la nariz pintada con betún blanco. 
Con tanta bebida, todos queríamos ir al baño y había que turnarse porque las niñitas se demoran más que los niñitos, por lo tanto, la cola llegaba hasta el patio.
Ya niños…viene el concurso de cantos, recitar poesías, baile y chistes. Y bueno, comenzaba el guatón Navea cantando el “…caballito blanco llévame de aquí…”, la única hueá que se sabía…seguía la Moniquita Cecilia, bailando el sau sau, otros contaban chistes fomes, uno que otro fono mímico de algún cantante de moda, adivinanzas y unas cuantas otras demostraciones artísticas. 
Los premios eran: un paquete de galletas obleas o tritón, un trompo de plástico con perforaciones que al girar silbaba, bolitas de vidrio, una corneta de plástico, un xilófono desafinado y para las niñas una muñeca gorda de brazos abiertos y la mirada bizca, un juego de tacitas y brazaletes de plástico. 
Luego seguía el asuntito de romper con un palo de escoba la bendita piñata que pendía, ahorcada, de un alambre, en el que se tendía la ropa, en el patio. 
Con los ojos vendados, el cumpleañero le pegaba hasta a su Papá y no le achuntaba nunca. 
Todos gritando: “al frente, p’allá, p’acá”…, en fin, en un momento le daba el guaracazo y al Pato Donald le salían por el culo las pastillas, los chupetes, algunas chucherías de plástico y chaya. Quedaba la tendalá, porque todos estábamos en el suelo recogiendo lo que fuera y quitándole a los que habían agarrado algo.
Luego venía la foto oficial, para lo que salíamos a la calle, acomodándonos para “mirar el pajarito”. Se terminaba bailando el “cachito, cachito, cachito mío”, el “patatí-patatá”, el twist “bienvenido, bienvenido amor”, la cumbia “si el zapato derecho se pudiera poner en la pata izquierda” y la más famosa: “cuatrocientos ochenta y ocho kilómetros de ida, cuatrocientos ochenta y ocho kilómetros de vuelta…” y… llegaba la hora del…: “ calabaza, calabaza..”.
Que los cumplas feliz.