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Rey de Socos

sábado, 19 de julio de 2008

TEMBLOR


Para la mayoría de los mortales, los temblores son una experiencia traumática. 
Los seres humanos seremos siempre débiles criaturas frente a estos fenómenos naturales y nunca estaremos preparados para enfrentarlos… porque vienen de repente. Con lo temblores no se puede hacer nada. Son los emisarios que nos vienen a decir que somos pequeños, que nada es estable ni para siempre.
El miedo que se experimenta con el movimiento y el ruido es absolutamente legítimo, porque, fundamentalmente, ponen en peligro nuestra seguridad, y lo que es peor, en algunos casos, nuestra vida.
Los ovallinos tenemos todos, desde pequeños, experiencias de temblores y terremotos, porque nuestra zona, dicen los expertos, está ubicada sobre una franja sísmica que se mueve constantemente. 

Varios de estos fenómenos nos han dejado platos rotos, tapias desmoronadas, casas y pircas por el suelo, el rostro pálido, las rodillas temblando y arritmias cardiacas.
Vivir terremoteados nos ha dejado como “curados de espanto” frente a cualquier movimiento telúrico, por lo tanto, cuando comienza a temblar, no les damos tanta importancia, total, ya estamos habituados. Ya va a pasar, ya va a pasar...es lo que les decimos a quienes nos rodean.
Cada persona tiene una manera diferente de reaccionar frente al movimiento: están los que se ponen pálidos, otros rojos, algunos gritan, otros entran en pánico y arrancan. 

Están los “sosegados”, esos a los que no les da ni chus ni mus, que cortan el gas, desenchufan aparatos electrónicos y calman al resto. Están los que lloran, se arrepienten de todos sus pecados y comienzan a rezar una letanía en la que invocan hasta a San Guchito, al Quetedije y al Quetejedi
Los más divertidos son los histéricos, esos que se ponen a gritar escandalosamente y la única manera de calmarlos es a cachuchazo limpio, para que no asusten al resto y se genere una psicosis colectiva. Por supuesto que, a todos, nunca nos falta la invocación a la “Mamita linda”, a la que recurrimos hasta siendo adultos, estemos en donde estemos.
Existen muchas teorías sobre los lugares seguros en donde refugiarse: la más difundida es la del umbral de la puerta, las otras son: bajo la mesa, bajo el catre, salir al patio, a la calle, ponerse cerca de un árbol, en fin, hay para todos los gustos.
Los comentarios post-temblor son lo mismo que en los velorios, en donde, luego de la pena por el finao, pasando la media noche, más o menos, se da inicio a la cuestioncita de los chistes de alto calibre, las bromas de mal gusto y los relatos de anécdotas jocosas.
Luego que el temblor ya pasó, comienza la lista de comentarios, en los que siempre se dice casi lo mismo: 

-“Qué fuerte estuvo el temblor, oye, por Dios”, 
-“Yo, cuando escuché ladrar al perro, fue cuando me di cuenta del ruido y que venía el movimiento”, -“Oye, si la pared se hacía así, te lo juro, niña por Dios”; 
-“En la casa estaba la sonajera con las cosas que se cayeron”, 
-“A mí se me quebró toda la loza, niña”, 
-“Mi marido arrancó pilucho p’al patio y yo detrás de él con los calzoncillos..¡No te puedo creer, niña!... ¡Te juro!...
Por supuesto, todos muertos de la risa por las reacciones de la gente de la familia.
Obvio que después viene el colapso de los teléfonos, porque todos quieren llamar a los que están lejos para saber cómo les había ido:  

-¿Están todos bien, oye?... 
-Bueno, nosotros aparte del susto y uno que otro vaso quebrado, estamos bien, ningún problema…esperemos que no vengan tantas réplicas, pos oye. 
Los temblores tienen también su lado tierno, ya que te abrazas a la primera persona que tienes cerca y de un de repente se te van los enojos y las diferencias. 
Las reacciones frente a una tragedia sacan de nosotros lo mejor que tenemos, es allí cuando nos damos cuenta del amor que sentimos por los que nos rodean, porque todos nos queremos proteger mutuamente.
Creo que todos tenemos anécdotas terribles de los temblores, que, luego se tornan divertidas cuando viene la calma y regresamos a la cama para tratar de completar el sueño que vino a interrumpirnos la naturaleza.
Cuando venga el próximo temblor: que Dios nos pille confesados y vestidos. Así sea.