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Rey de Socos

domingo, 1 de abril de 2012

HINCHAS

Los machos no son de correr chillando perturbados detrás de un cantante o actor, ni andan a la siga de autógrafos ni asisten a conciertos con pancartas y plumeros de porrista. 
Algunos se fanatizan por bandas de Shock rock, Hard rock o Heavy metal, pero, más de ahí no pasa.
Algo que si expresan abierta, ruidosa y masivamente, es su delirio, adoración e incondicionalismo por un Equipo de Fútbol, la Selección o algunos jugadores estrellas.
El Fútbol es el deporte universal por antonomasia, pasión de multitudes, un sentimiento intenso, capaz de dominar voluntades y doblegar razones. 
Da la impresión que los fanáticos futboleros tienen en su ADN un gen que los identifica irracionalmente con un Equipo. 
Para ellos el fútbol no es sólo un deporte, sino una forma de vida. 
Se consideran el jugador número doce y lo expresan verbalmente con un arraigado sentido de pertenencia: jugamos, ganamos, empatamos o perdimos.
No se les llama Fans, sino Hinchas, nombre nacido en Uruguay a comienzos del siglo XX, a raíz de los fuertes gritos de apoyo a su equipo, el Nacional de Montevideo, que daba Prudencio Miguel Reyes, un talabartero, utilero del plantel, cuya tarea era inflar “a puro pulmón” los balones, es decir, “el hincha pelotas” o “el Hincha”. 
El término pasó luego a designar a quienes expresaban ruidosamente su apoyo a un Equipo de Fútbol, siendo adoptado en casi toda Latinoamérica. En España les dicen “Peña”, en Brasil “Torcida organizada” y en México “Porra” o “Barra”.
Surgen de una subcultura juvenil de carácter urbano, buscando identificación y pertenencia a un grupo. Generalmente su ubican entre los 14 y los 25 años, aunque en la Argentina son de mayor edad, y claro, al otro lado de la cordillera, el fanatismo futbolero está mucho más arraigado.
Los fanáticos irredentos no existen. Sería inusitado ver a uno solitario en galucha, como el caso del “Hincha de Camerún”, de la tira cómica Argentina “Clemente”, que también tuvo su versión en TV, en la que aparecía, en contrapartida a la numerosa barra del equipo contrincante, un solitario negrito, cantando: ”purumpumpúm, purumpumpúm, yo soy el Hincha de Camerún”.
Un Hincha se retroalimenta con otros Hinchas. Los fanáticos necesitan de otros fanáticos. La gracia es correr, gritar, llorar, patear, insultar, reír o mandar a alguien a la chucha, en una turba.
La casa de un auténtico Hincha está atiborrada de Merchandising con las insignias y colores de su idolatrado Equipo: banderines, lienzos, afiches, relojes, llaveros, jarros, gorros y de un cuanto hay. Algunos ultra fanáticos, no se visten con otro color que no sea el de su Club y hasta se casan engalanados con sus símbolos, visten a sus hijos con la camiseta del plantel, a los que llevan desde guagüitas al Estadio. 
Son los que acompañan a su Equipo en todos los partidos y quieren que los entierren con su bandera sobre el cajón. Al igual que los Fans, besan fotos de sus ídolos, matarían por una camiseta o una pelota autografiada. Chillan, saltan, se agarran los pelos y lloran a moco tendido cuando su equipo pierde o baja a segunda división.
También tienen sus tropas organizadas, portan un carné de socio, asisten a los partidos en masa, vistiendo su adorada camiseta, con el rostro pintado, cual Comanches en estado de guerra, se sientan juntos portando tambores, cajas y banderas, tiñendo con su color un sector de la galucha.
Un partido de fútbol es un espectáculo que genera excesiva adrenalina y pasiones desmedidas. En el mundial de Inglaterra ‘66, lamentablemente, surgió el fenómeno Hooligans (matones desquiciados que causan disturbios) que se extendió por Europa, donde los llamaron Ultra, en la misma onda violenta. 
Imitándolos, en nuestro país, algunos años después, surgieron las Barras Bravas, una manga de picantropus flaitensis delincuentes, drogadictos y alcohólicos, directos responsables de los habituales actos de violencia y matonaje dentro y fuera de los Estadios. 
Son los que agarran lo que tengan a mano para sacarle la cresta a sus oponentes (o, literalmente, matarlos), destruyen asientos, barreras, semáforos, paraderos, se agarran a peñascazos con los pacos, saquean tiendas, incendian autos y lo que se les ponga por delante. Sea que ganen, empaten o pierdan, da lo mismo, ellos tienen que dejar la cagá.
Es gratificante ir al Estadio a disfrutar de un partido y vivir la emoción del juego: saltar abrazados gritando un gol, corear un apoteósico ¡ooole! en una buena jugada, un aplauso cerrado por una atajada de antología, un angustiado ¡huuuuuuuuu! cuando una pelota da en un palo del arco, quedar disfónicos en un triunfo, salir alicaídos, pero conformes, en un empate y con cara de viernes santo en una derrota, pero con la firme convicción que en el próximo partido el resultado se va a revertir. 
Esa es, mis Diaguitas, la actitud de un auténtico Hincha. Eso es pasión. Una emoción que emerge del alma y se manifiesta a gritos en cada partido.