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Rey de Socos

domingo, 7 de febrero de 2010

¡QUÉ CALOR!


Nunca habíamos sufrido temperaturas tan altas. Le hemos hecho tanto daño al planeta, que el sol se está vengando de nosotros. El recalentamiento global está aquí y pretende quedarse y lo sentimos irrefutablemente y, obvio, vivimos quejándonos y es común, en todos los ambientes, escuchar conversaciones más o menos así: 

 Puchas, que hace calor. 
- Están cayendo los jotes asados. 
- No soporto el verano. 
- No me aguanto andar pegajoso, deshidratado y cagao de sed.
- El ventilador no sirve para nada, porque puro da vueltas el aire caliente. 
- Quisiera vivir en Groenlandia, que tiene el ochenta y cuatro por ciento de su territorio cubierto de hielo; porque aquí, todo lo que hagas para refrescarte, te dura cinco minutos: te duchai con agua fría, tomai helado o un juguito, andai casi sin ropa y la cuestión es igual: te cagai de calor.
La verdad es que estas altas temperaturas eran típicas del Sahara o del Brasil, en donde la gente habitualmente se achicharra con cuarenta grados a la sombra. Ahora la cosa ha cambiado considerablemente y nos llegó a nosotros. Y no, no estábamos preparados.
Es tremendamente incómodo andar con este calor en locomoción colectiva, compartiendo espacio con gente pestilente, en especial de guatones transpirados de pantalones cortos y sandalias hediondas; subir a un auto cuando parece un horno de barro o entrar en ambientes atochados de gente con rostros sudorosos, echándose aire con una hoja de papel y con cara de velorio. El típico diálogo en estos casos es: 

- Qué calor... ¿ah?...
- Si, la verdad es que es insoportable…
-Pero, lo peor es la humedad, porque antes no era húmedo acá, ¿no le parece?…
-Si, que horror… ¿ah?..
-Yo no sé adonde vamos a parar con este infierno, fijesé…
Pero es verano, qué le vamos a hacer. La mantequilla se derrite en la mesa, la perra no ladra porque también está cagá de calor, cuando abres la llave para tomar agua, sale tibia, o sea, no puede ser más catastrófico.
Siempre hemos padecido del calor en el verano. Toda la vida el fin de año ha sido un fogón en todas partes, las compras navideñas están acompañadas de sudores y consumo extremo de helados y bebidas congeladas, por las noches uno tira al suelo la única sábana que tiene para taparse y lo mejor es dormir pilucho, porque no se aguanta nada, y lo peor es que no corre ni viento, ni una brisa, ¿te fijai?...qué horror, oye.
Antes capeábamos el calor jugando a la chaya. Nos tirábamos mutuamente agua y junto con refrescarnos nos divertíamos o nos íbamos en patota al río, regresando al crepúsculo cuando ya refrescaba. Y eso es un privilegio en nuestro país, porque la cordillera y el mar generan bajas temperaturas al atardecer y, por lo menos, podemos dormir bien.
Pero no seamos tan negativos. Somos favorecidos al tener cuatro estaciones y, por lo menos, pasamos la mitad del año con un clima agradable, porque el resto, tenemos frío y calor extremos. Esto ha sido siempre así y continuará sucediendo. No hay vuelta que darle.
En el verano también hay cosas positivas:

- La ropa se seca apenas en unos minutos cuando la ponemos en el cordel.
- No hay que ir a la Escuela.
- Andamos vestidos con ropa ligera y a pata pelá.
- En la Oficina el trabajo es más calmo.
- En las calles circulan menos vehículos.
- Hay muchas frutas y verduras de la estación que son tremendamente refrescantes. Disfrutar de una roja y heladita sandía de El Palqui es sentirse en el paraíso.
- Hay una gran variedad de espectáculos gratuitos.
- Hay amores de verano.
- Las niñas muestran el pupo.
- Podemos tomar helados de canela hasta que duela la frente.

¿Alguien tiene alguna sugerencia para alargar la lista? Por favor, recuerden las cosas positivas que decimos del verano cuando, en el invierno, estamos con el poto pegado a la estufa.
Como ya me está corriendo el sudor de la cabeza por la chuleta derecha, es el momento de ir a tomar una ducha por enésima vez. ¡Qué calor, por la cresta!