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Rey de Socos

martes, 16 de noviembre de 2010

TURISTA CHILENSIS


Hasta los 80’s, el chileno medio turisteaba en la copia feliz del edén. El éxito económico de los últimos años y las ofertas, cada vez más al alcance del bolsillo de la clase media, le han dado la posibilidad de regalarse vacaciones afuera. 
El primer destino fue Mendoza. Y mediante su comportamiento, se dibujó el turista chilensis que no conocíamos. Muy pocos son atraídos por el turismo de aventura: escalar montañas, navegar en ríos turbios o dormir en medio de una selva. Les encantan las urbes y si tienen la posibilidad de visitar ochocientos Malls, tanto mejor. 
El chileno, resultó ser, en un alto porcentaje, un turista urbano, enfermo de arribista, marquero y ostentoso.
Luego se puso de moda Miami. En las conversaciones post-vacaciones en la Oficina, los colegas nos lateaban contándonos, con fascinación, que habían estado todo un día en el Dolphin Mall, fíjate tú, y lo fabuloso que es, te juro, oye. Nos describían, con lujo de detalles, las maravillas de Disney, Orlando y Sea World. La charla era acompañada de testimonios fotográficos, porque si vas a presumir de tus vacaciones afuera, es obvio que debes traer imágenes de los lugares visitados, para que te envidien. Entonces, con un engreimiento atroz, comenzaban a explicar: - Ahí estamos en la puerta del Hotel, - Esos son mis hijos en la piscina, cacha la piscina, poh. – Esta es del Aeropuerto. Luego venía la muestra de todas las chucherías que habían comprado en los templos sagrados de la tierra santa del consumismo. Volvían con dos maletas extra, aparte de haberse robado las pantuflas, los frascos de shampoo y los jabones del Hotel. 
Cuando les confesabas que no habías estado nunca en Miami, te miraban con lástima y te decían: ¿Y cómo podís vivir?
Surgieron nuevos destinos: Cancún, Isla Margarita y Jamaica. Y sucedía lo mismo, te lateaban contándote los prodigios de esos paradisíacos lugares, de lo chancho que lo habían pasado y, por supuesto, te mostraban fotos y lo que habían comprado. Las mujeres volvían peinadas a lo Bo Derek, con cuatrocientos cincuenta trencitas y los hombres, con una guayabera bordada que les disimulaba la panza, y un sombrero de paja con las hilachas colgando.
En los últimos años, con el cambio del dólar a favor, viajar a la cosmopolita Buenos Aires es como ir a La Pintana; por lo tanto, han invadido San Telmo, Recoleta y Puerto Madero. Es muy fácil distinguir a mis compatriotas por las callecitas de la cuna del tango: la mayoría, aunque los jotes estén cayendo asados, se pasean con chaqueta de cuero recién comprada, calculadora en mano y se lo vitrinean todo, hasta las tiendas de electrodomésticos. 
Se lo pasan haciendo paralelos o comparando: - O sea, esto sería, más o menos, como el barrio Bellavista, ¿Cachai?, - Esto sería como Providencia, - Esto es como el Plaza Vespucio, pero más feo.- La torre ENTEL es más linda que esta hueá, - La nueve de julio es ancha, pero me quedo con la Alameda, de todas maneras, - No hay como un rico mote con huesillos, ¿ah? (Según los mozos de restaurantes porteños, al chileno le gusta la carne como carbón, es exigente con el vino y muy amarrete con las propinas). 
En el Aeropuerto, asaltan el Duty Free, porque no pueden resistir la tentación de comprar chocolates toblerone, perfumes que provocan estornudos, un cartón de cigarrillos y una botella de güisqui. Por supuesto, no olvidan un jarro para el café que diga: “I love Bs As”.
Otros comenzaron a ir Brasil: Sao Paulo, Río de Janeiro o Curitiba. Muy pocos visitan las Cataratas de Iguazú, (porque allí no hay mucho para comprar). Se curan con caipirinha, le toman fotos a una negra potona y los guatones se atreven, en las playas de Ipanema, a bañarse con zunga. 
Regresan del país de la zamba con una mariposa exótica enmarcada, una réplica del Corcovado, artesanías de cristal de roca y vestidos con una polera chillona, con un tucán gigante, que dice: “Yo estuve en Brasil”.
Últimamente, se han sumado al fenómeno del “turismo médico”. Por el tema de los costos, obviamente, aprovechan las vacaciones para respingarse la nariz, estirarse la cara o sembrarse pelos en la cabeza. En Chile pagarían una fortuna por colocarse tetas, reducirse el poto o conseguir una impecable dentadura, en cambio, en Lima o Buenos Aires,…-Pagai la nada misma, te juro, y quedai regia, oye.
El comportamiento del turista chilensis deja mucho que desear en el extranjero, sobre todo, los jóvenes: hacen “perro muerto”, se colan en el metro, suben gratis a los micros y se roban los diarios de las máquinas expendedoras. Y todo eso lo hacen… muertos de la risa. 
En muchos países encuentran monedas chilenas en los teléfonos públicos, porque nuestros compatriotas han pretendido “hacer lesas” a las máquinas. 
En España, directamente nos consideran ladrones.
El éxito económico nos llenó los bolsillos de billetes, pero no nos brindó cultura ni elegancia ni buenos modales.