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Rey de Socos

miércoles, 20 de octubre de 2010

JEFE

En cualquier grupo de trabajo, como en una orquesta, alguien debe estar al frente con una batuta, si no es así, los instrumentos sonarían cada uno por su cuenta y la melodía emitida no sería nunca armoniosa. 
La jefatura es soñada, apetecida y envidiada fervientemente en cualquier ambiente laboral. Todos queremos tener ese cargo, esa oficina y sentarnos en ese sillón (y ganar ese sueldo, obvio), porque a todos nos gusta ser famosos, sentirnos importantes y recibir pleitesía. A nadie le gusta ser peón eternamente. 
Cuando alguien es ascendido a Jefe, surge, inmediatamente, entre sus pares, la mitad que lo “ama” y la mitad que lo odia (o, mejor dicho, lo envidia). 
De esa mitad que lo “ama”, hay que diferenciar a la mitad que lo hace sólo interesada en obtener de él algunos beneficios, de la otra que lo sigue sólo por inercia, pero la verdad es que muy pocos lo “aman” sinceramente. El amor nunca se da en las relaciones laborales. 
La mitad que lo odia será la encargada de criticar (son muy eficientes en eso) todo lo que hace y verá sólo aspectos negativos de su desempeño, le harán la vida imposible y le crearán mala fama gratuitamente. De esa maléfica mitad surgió el dicho popular saturado de cicuta: “El que sabe, sabe, el que no, es Jefe”.
No existe el Jefe prototipo. Hay Jefes y Jefes. 

La mayoría son aquellos que, desde que asumen el cargo, cambian de personalidad: nunca más se les ve ni una giocondesca sonrisa en el rostro, porque piensan que la cara de culo impone respeto y da la impresión que las cosas andan re-mal en la empresa (para que ni se te ocurra pedir aumento de sueldo). 
No echan la talla con nadie, porque, según ellos, eso les resta puntos frente a los subalternos, que lo pueden agarrar para el hueveo en cualquier momento. Les crece la panza, comienzan a usar corbatas chillonas y lentes oscuros, cambian el auto y se van a Buenos Aires, por un fin de semana, con una amante rubia teñida, con nombre de perra quiltra. Este Jefe te va a llamar a su oficina sólo para criticar tu desempeño. Nunca para promocionarte, aumentarte el sueldo o felicitarte porque tu participación en el departamento ha generado ventas que superaron todas las expectativas. No. Te gritará que eres un inepto, que a la próxima estarás despedido y para que te enteres:
- Hay como quinientos gallos afuera esperando por su sueldo y…- ahora retírese, vaya a trabajar y sea productivo. Este personaje no es para levantarle el ánimo a nadie, sino para provocarle depresiones, ataques de nervios e inseguridad. 
Los más care’palo son los Jefes políticos, esos que poseen un “alto bajo perfil”, les encanta aparecer en televisión, que lo fotografíen cortando cintas tricolores o descubriendo placas conmemorativas. Frente a las cámaras sonríen como candidatas al Miss Universo, hablando de los logros que ha tenido la repartición que dirigen, de las bondades que posee el personal a su cargo, de lo eficientes que son y que… “somos una familia”. Es el típico directivo que promete mucho y su palabra preferida es “proyecto”. Para él todo marcha sobre ruedas y se adjudica los créditos de los triunfos y se ufana del poder, el honor y la gloria. (Luego de una entrevista, hace muecas, como media hora, para borrarse la sonrisa falsa). Aunque nadie les cree ni una palabra, nunca faltan los pusilánimes chupamedias que los aplauden. 
Pero, no hay que meterlos a todos en el mismo saco. 
Que hay Jefes buenos, los hay, pero son los menos: aquellos “capaces”, que “saben”, que escuchan sugerencias, que son líderes naturales y delegan funciones, valoran los esfuerzos del personal, depositan confianza en la capacidad de los otros, no se creen el cuento del poder, siguen casados con la misma mujer, saludan dando la mano, expresan palabras en desuso en las empresas, y que a todos nos gusta escuchar de vez en cuando: 
-Por favor, - Muchas gracias, - Lo felicito, - Muy buen trabajo, - Discúlpeme, usted tenía razón, -Me equivoqué, - Fue mi error, - Tómese el día, se lo merece, - ¿Cómo está su familia?, - ¿Se siente mejor?, los días que estuvo con licencia, me hizo mucha falta, bienvenido, - Veo que tiene mucha pega, le voy a poner un asistente.
Son esos Jefes a quienes no se les suben los humos, que predican con el ejemplo sin ser excesivamente paternalistas y que con su actitud generan un buen ambiente y, como consecuencia, los índices de producción se van a las nubes y todos los días la gente llega a trabajar con ganas.
Ser Jefe no es fácil. Ocupar un cargo jerárquico puede llegar a ser tanto o más complicado que desempeñarse como subordinado. Es duro ser criticado y tener techo de vidrio. Es ingrato ser la piedra de tope. Duele ser “chaqueteado” y, lo peor de todo, es que cuando las cosas van mal, la primera cabeza en rodar es la del Jefe.