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Rey de Socos

miércoles, 6 de febrero de 2008

QUEMA DE JUDAS

Fiesta popular que se realiza en Semana Santa, específicamente el domingo de Resurrección, recordando al apóstol Judas Iscariote, quien traicionó a Jesús por unas monedas. 
En nuestra zona, se ha conservado en el pintoresco pueblo de Carén; aunque también es propia de Iquique, Valparaíso, Quillota, Alto Jahuel y Alhué. 
En otros países como México, Paraguay, Venezuela y Perú, la realizan desde mediados del siglo pasado, con similares características.
La quema de Judas no tiene raíz dogmática; sólo se sustenta en palabras del Evangelio de Marcos, quien relata que, luego de entregar a Jesús, se arrepiente y pide hablar con los sacerdotes para devolverles las 30 monedas de plata obtenidas por su traición. Tras serle rechazada su petición, arroja violentamente el dinero frente al templo y corre a poner fin a sus atribulados días colgándose de un árbol.
Para recordar este hecho, se prepara un muñeco del tamaño de un hombre, relleno de material combustible, algunos cuetes y monedas. Se cuelga del cuello y es quemada en una ceremonia frente a la comunidad. 
Especial participación tienen los niños, quienes asisten atraídos por las monedas que puedan recoger.
Antes de proceder a quemar a Judas, se lee un dictamen, discurso, generalmente hecho por el fabricante del famoso muñeco judaico, en el que se describen, una a una, las faltas que hayan cometido los parroquianos en el curso del año, de las cuales se culpa al pobre Judas y se lo sentencia a morir incinerado.
La enumeración de los pecados, es algo más o menos así:

- Judas, chismoso, por haber armado cahuines contra la honra de la Rosita y nunca se te ha visto por el confesionario para siquiera impresionar con tu arrepentimiento.
- Beodo, por haber llegado borracho a la casa y haberte gastado toda la plata del suple en la cantina, donde estuviste tres días tomando; vergüenza debería darte…!
- Ladrón, te quedaste con la plata de la tesorería del club deportivo, viajaste al norte solo para ir donde las niñas malas.
- Patán, le fuiste infiel a tu mujer con la Civila.
- Mal hombre, no reconociste a ese hijo que era tuyo.
- Maldito, le hiciste un “tabacazo” a tu compadre y casi lo mataste.
- Aprovechador, te quedaste con la barreta que te había prestado el finao Julio.
- Por haberte hecho el leso y no ir a ayudar en la trilla de Ño’Benja.
- Egoísta, no le prestaste el caballo al Ladislao.
- Sicario: ¿Por qué le mataste el gallo de la pasión de Ña’Rosario?
- Manilargo, por haberle robado las tunas a Ño’Pedro.
- Por querer dártelas de buen profesor y haber usado tu cargo para enamorar a la tía de tu alumno.
- Asesino, vos fuiste quien envenenó al perro de Ño’Wenceslao.
- Abusivo, desviaste el agua para tu hijuela, dejando a todos con las melgas secas. Eso no se hace, puh gancho…!
- Por todas tus fechorías, debes morir quemado, porque eso es lo que merecen los tarambanas como vos. La sentencia está dictada. Muere. Maldito Judas.

Lo más hilarante, es que todas las personas del pueblo conocen los pecados y los pecadores, porque son “vox populi”; por lo tanto, al escucharlas, las carcajadas son generales y los aplausos cerrados. 
Al comenzar quemarse el muñeco y el fuego llegar al estómago, donde se han colocado las monedas y los petardos, éstos hacen explosión, lanzando las chauchas lejos, con los gritos de los presentes y los niños corriendo por agarrar una caliente y tiznada moneda. 
Luego, todos para la casa, pasados a humo y con el comentario de los pecados que se había llevado Judas.
Una tradición que tiene mucho de sabiduría rural.

RADIOTEATROS


Mucho antes que nos convirtiéramos en patéticos tele maníacos; nuestra entretención por las noches, era pegarnos como murciélagos a un viejo aparato de radio con tubos, generalmente de madera prolijamente barnizada, con unos tremendos botones sintonizadores blancos, para escuchar los radioteatros.
“Residencial la Pichanga”, con las divertidas intrigas del ambiente futbolístico; “Hogar dulce hogar”, con la magazinesca vida de la pensión de don Cele, y “Radiotanda”, con la genial Desideria, eran, al menos, los programas que nos permitían escuchar, porque, de “Los ofensores”, “El doctor Mortis” y “Lo que cuenta el viento”, ni hablar, ya que, luego de escucharlos, era seguro que nos hacíamos pipí en la cama o teníamos pesadillas; por lo tanto… no insista, mijito… se me va a acostar no más, el perla, mírenló…
Sin ninguna duda era una manera muy efectiva para desarrollar la imaginación, porque, cuando nos permitían escuchar los programas de ultratumba, temblábabamos con la voz pastosa del relator, la música de suspenso, el ruido de oxidadas bisagras que chirriaban cuando se abría un ataúd, el aullido de lobos hambrientos, un galope solitario y el silbido del viento en medio de la noche, todo rematado por la carcajada espeluznante del satánico protagonista, por supuesto que nos cagábamos de miedo. Nuestros padres tenían razón, luego no podíamos dormir, porque nos imaginábamos que en la cama nos estarían esperando los monstruos y esperpentos que salían de la radio.
Para llenar las tardes, estaban las radionovelas, (una de las clásicas fue “Simplemente María”), que provocaban lagrimones y siempre eran el comentario en el negocio de la esquina. No había persona en el barrio que no estuviera enterada de lo que estaba sucediendo, día a día, con la bendita novela., cuyos libretos no variaban, porque, entre los personajes siempre había: una atribulada madre soltera que sufría lo indecible con patrones explotadores, que había sido vilmente engañada por un patán, tampoco faltaba un hijo perdido, una bataclana incorregible, una ciega o inválida, que chantajeaba emocionalmente a todos los personajes aprovechándose de su condición y también la “mala”, odiada por todos y que siempre terminaba mal. 
Los ricos siempre se peleaban por la fortuna de la familia, deseando, ansiosos, la muerte de la matriarca, para saber pronto quienes serían los herederos. 
Los pobres vivían en hospitales sufriendo enfermedades incurables y otros en la cárcel pagando culpas de otros, tardando todos los capítulos en demostrar su inocencia. Jueces y Policías corruptos, monjas metiches, domésticas abnegadas, patrones vividores y romances no aceptados fueron siempre parte de estos melodramas mezclados con el refrescante ingrediente del humor; algo que no ha cambiado mucho en las telenovelas actuales, cuyos libretos continúan en un mundo bipolar, con personajes buenos y malos, ricos y pobres, y con desenlaces predecibles: los malos pierden, los buenos ganan y triunfa el amor.
“Llega radiotanda, si Señor, llega la audición, el buen humor, todo el que la escucha, si Señor, ríe a carcajadas, oh, oh, oh …”…algo más o menos así, era el gingle con que se iniciaban las transmisiones diarias del popular programa que tenía como protagonista a la Desideria, la recordada actriz Anita González, una comediante como ninguna, con la genialidad de salirse, muchas veces, del libreto de manera natural, adecuada e hilarante, con la talla justa, en el momento preciso. Eran chistes frescos, de humor blanco que encantaba a todos.
La radio nos sumía en la intimidad casera, en un mundo puertas adentro, nos hacía interactuar como familia, tal como cuando rodeábamos un bracero en los tiempos de invierno, buscando calor mirándonos las caras, oliendo el aroma a eucalipto y, de vez en cuando, a azúcar quemada, que mi abuela le tiraba a las brasas, para espantar los malos espíritus, decía.
Es oportuno recordar, homenajear y agradecer a tantos actores que nos hicieron reír, llorar, asustarnos y darnos temas de conversación por muchos años: Anita González, Sergio Silva, Eduardo de Calixto, Jorge Romero “Firulete”, Arturo Moya Grau y tantos otros, que con geniales interpretaciones de personajes que dejaron grabados en nuestra memoria: La Desideria, Don Celedonio, El Pollito, El Tereso(zaz), el Gabito Serena, el Indio Malo, la Pelá, La Ronca, el Chaguito Morning y cada uno se recordará de los otros para completar su propia lista.


Eran otros tiempos.