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Rey de Socos

sábado, 30 de octubre de 2010

FAMILIA

No se elige, se cae en ella. Sencillamente, nos toca. Nacimos entre ellos, llegamos a engrosar ese árbol genealógico, heredamos ese pedigrí, ese apellido, esas costumbres y esa parentela. 
Con elementos a favor y en contra, con facilidades y dificultades, penas y alegrías, siempre con vaivenes pendulares, continuamos siendo parte de esos seres especiales con quienes compartimos genes, cromosomas y el colesterol alto. 
Los amamos, nos aman, nos peleamos, nos reconciliamos, nos hacen y los hacemos sufrir; en fin, vivimos polarizados entre las alegrías y las congojas. No somos eternamente felices ni siempre total y absolutamente desdichados.
La lógica de la vida es que llegamos a formar parte de esa estirpe y, luego de unos veinte años promedio, si es que no tenemos una madre chantajista emocional que nos detenga, tenemos que volar (algunos care’raja, alargan ese período mucho más), abandonar el nido, para crear el propio. Y bueno, nos despedimos, nos abrazamos, lloramos y partimos; pero, seguiremos conectados por el resto de nuestras vidas.
Las hay de todos los tamaños, calidades y colores, pero, poseen un común denominador: son familias. Y cuando compartimos nuestros problemas con amigos, nos damos cuenta, con matices particulares, por supuesto, que vivimos la misma teleserie. En todas las familias se cuecen habas.
La dinastía se inicia con los padres, quienes, luego de tirarse piedritas en la quebrada, se enamoran y se casan llenos de ilusiones. 
Y comienza a llegar la prole, que es expresión del amor, de no haber utilizado algún método anticonceptivo y para cumplir, al pie de la letra, la finalidad del matrimonio: procrear, criar y educar. (A esos preceptos aluden los insultos más repetidos que recibimos, desde pequeños: mal nacido, malcriado y maleducado).
Fechas inexcusables para reuniones familiares: Navidad, Año nuevo, bautizos, cumpleaños, graduaciones, bodas, cirugías de colocación de siliconas, fiestas patrias y sepelios. En cada ocasión se come en exceso y es de gente decente llegar con algo: unas empanaditas, papitas mayo, arroz graneado (que a la Mena le queda tan rico) o un postre; los dueños de casa ya se han encargado de la carne y las bebidas:

- ¡Tanto tiempo!...¿Cómo están?,  -Oye, pero cómo han crecido estas niñitas, por Dios,
- Tuvimos que traer el perro porque no lo podíamos dejar solo,
- ¿Me prestai una cama p’acostar la guagua?;
- Abran la puerta,  
- Que alguien conteste ese teléfono,  
- Nacho, deja tranquilo ese gato,
- Mamá, tengo hambre, 
- Mamá, estoy aburrío,
-¿Cuántos somos, oye?... pa’poner la mesa, poh,
-¿Saludaron a la abuela?,  
- Cambiamos el auto, fijaté; 
- El gordo no pudo venir, porque tenía turno,   
- Tía…¿puedo jugar en la computadora?,   
- Préstame unas pantuflas, que estos zapatos me están matando,
- Javiera, córtala con ese celular…ay, esta niñita me tiene enferma,
- Hagan callar a ese perro de mierda,
- Claro, los hombres, pura cerveza y no ayudan en nada.
- Ah, no, yo manejé…OK?,
- ¡A comeeeeeeer! 
En la mesa:
- Si eres soltero: - ¿Y cuándo va a sentar cabeza usted, mijito?,
- Si eres soltera: Y usted… ¿Ya tiene novio, mijita?,
- Si apareces con polola: ¿Y cuando suenan las campanas?,
- Si estás recién casado: ¿Y cuando encargan guagüita?,
- Si ya tienes un bebé: ¿Y la parejita…cuando?,
- Si no tuviste más hijos: ¿Ya cerraron la fábrica?.
Ustedes alarguen la lista.

El grupo que se comunica, pelea y reúne regularmente: abuelos, padres, hijos, hermanos, cuñados, suegros, primos y nietos, es la familia cercana. La parentela que se ve sólo en los funerales de las tías abuelas, es la familia lejana. La muchedumbre que aparece en tu casa cuando te has ganado millones en la Lotería, es la familia desconocida.
Personajes infaltables: La abuela querendona, el abuelo bonachón, la suegra metiche, el cuñado sin pega, la cuñada bruja controladora, la hermana madrinaza, la Tía solterona, el Tío fleto, el marido infiel, la Tía cornuda, el marido golpeado, los divorciados, los convivientes, los ricos, los pobres, el hijito de papá, la prima putinga, el sobrino vago, el pololo hambriento, el primo con piercings, la polola mijita rica, el nieto adicto al iphone, la nieta gótica, la guagua llorona, la pareja puro amor y la pareja pura pelea.
La familia no se elige, se cae en ella. Y nacer, crecer y desarrollarnos en ese núcleo, nos hace amarlos tal cual son y no querer cambiarlos, porque no serían ellos…y uno siente orgullo de ser una hoja de ese árbol genealógico, de tener ese pedigrí, ese apellido, esas costumbres, esos genes, esos cromosomas y el colesterol alto. Con ellos se dividen nuestras penas y se multiplican nuestras alegrías. Siempre.

miércoles, 27 de octubre de 2010

REUNIONES DE OFICINA


Bien, déjenme hacerles esta pregunta de otra manera: 
¿Alguien aquí sabe realmente cómo vender algo?

En cualquier Empresa, no se puede prescindir de un directorio y de una programada cantidad de insufribles reuniones de trabajo, en donde: se diseñan proyectos, plantean objetivos, definen estrategias y evalúan resultados. 
Siempre existe la sala “ad hoc” y se dispone de una mesa más o menos grande, una pizarra magnética, algún papelógrafo, y si es más pituca, un data-show para mostrar cuadros estadísticos y las fotos del Jefe con su familia en Orlando, el cumpleaños de la hija malcriada y del bebé obeso mórbido con la boca manchada con chocolate. (Lindas fotos, Jefe).
El ambiente se complementa con vasos desechables, jarros de agua, mini tacitas de café y algunas galletitas de mierda con sabor a plástico reciclado.
Hay reuniones diarias, semanales, quincenales, mensuales, semestrales y las de emergencia, esas en las que el tema principal es el eterno, controvertido y delicado tema del correcto uso del papel higiénico, por ambos lados, en los baños, - por favor, porque desaparece un rollo al día por inodoro y debería durar toda la semana: ¿Queda claro?
Las de los lunes a primera hora son, categóricamente, un desastre: todos llegan con la almohada marcada en la mejilla, el pelo mojado y lo primero que agarran es una taza de café; algunos vienen con la caña mala, otros agotados por un fin de semana ajetreado, los que sufren de violencia intra-familiar vienen con un ojo en tinta y, la mayoría, bostezando, preguntan: -¿Había reunión?
Nunca me he explicado por qué a una reunión se debe asistir con cara de efigie egipcia. No se concibe que uno ingrese a la sala con una sonrisa de ochenta dientes, lleno de entusiasmo y con los ojos brillando, como cuando ganamos un partido en un mundial de fútbol. No. En un ambiente de trabajo, el optimista es observado con suspicacia, sin embargo, el cara de culo, déspota y mudo, aunque sea un incompetente, es siempre bien conceptuado. Está definido que lo “serio” es lo correcto y que la sonrisa fácil es sinónimo de poco profesional, ineficiencia y minusvalidez mental.
Personajes típicos: 
- el sabiondo que no para de hablar y no permite que se le interrumpa, 
- el que no habla nada (sólo toma café y se atora comiéndose todo el plato de galletas que tiene al frente), 
- el que anota todo lo que escucha, 
- el despistado que nunca sabe nada (porque estaba con licencia), 
- el que no entrega el informe porque lo están imprimiendo, 
- el que cabecea o, literalmente, se duerme, 
- el que tiene una notebook y nunca se sabe qué cresta escribe, 
- el que está siempre de acuerdo y arriesga una tortícolis asintiendo a todos las intervenciones, 
- el que justifica su ineficiencia con: “A mí no me llegó el memo”, 
- el sindicalista que está siempre en desacuerdo con todo y cuestiona el más mínimo detalle, 
- el que critica y culpa a los otros departamentos de la burocracia y del “cuello de botella” que tenemos. (hay muchos más, ustedes completen la lista)
La queja generalizada y conclusión de todas las reuniones es: “Nos falta comunicación inter-departamental”.
Si le suena el celular al Jefe y abandona la sala, todos aprovechamos de desenvainar el propio, hacemos nuestras llamadas y escuchamos a nuestros compañeros terminar su conversación con lo de siempre: “Si, mi amor; si, mi vida; si, mi cielo”.
El peor cáncer que se pueda diagnosticar en una Organización es la Reunionitis (Un integrante de mi Club de Toby, Médico Cirujano, me explicó que el sufijo “itis”, significa inflamación), el síndrome crónico que se manifiesta con pánico a las reuniones y sensación permanente de pérdida de tiempo, estrés (tormento no reconocido por las Isapres) y frustración de pasar horas y horas en reuniones inútiles, carentes de objetivos precisos, que finalizan sin resultados concretos y que luego, ante los inconvenientes, los directivos deciden a su pinta, utilizando la técnica que mejor manejan: improvisación.
Para evitar que la Empresa esté plagada de empleados con cualquier padecimiento cuyo nombre termine en “itis”, es necesario organizar las reuniones previamente: tener claro los objetivos, invitar a los participantes correctos, enviar la información relevante por adelantado, establecer una agenda clara y remitir, posteriormente, las actas y los pasos a seguir con sus correspondientes responsables. Así nuestras reuniones no serán, como todos pelan después, una pérdida de tiempo... ¡Ah!, y que no se alarguen más de una hora. ¡Please, Boss!

Para las Secretarias: La excusa de que alguien “está en una reunión” ya está gastada, y todo el mundo sabe que eso es mentira. Inventen algo más creativo, como: se encuentra en la Alameda, participando, con el Green Peace, en una manifestación pacífica de protesta por la pesca indiscriminada del jurel tipo salmón, con el fin de evitar su extinción. ¡Salvemos el jurel!, ¡salvemos el jurel!

domingo, 24 de octubre de 2010

AMARILLISMO

La expresión “Prensa amarilla” fue utilizada por primera vez por los directivos del diario “New York Press”, en el siglo XIX, debido a una pelotera entre los periódicos gringos “New York World” y “New York Journal”, que se descalificaban mutuamente por el primer comics impreso en color y de tirada masiva en USA, en la que el personaje principal era un cabro sucio, calvo y descalzo, llamado “Yellow kid”, que se comunicaba mediante satíricos textos escritos en su túnica amarilla.
“We called them yellow because they are yellow” fue la frase, intraducible al castellano, es un juego de palabras, porque yellow, además de referir al color, en Inglés significa cobarde y cruel.
Lo que pretendían decir, los del “New York Press”, era que estos diarios eran sensacionalistas, privilegiando informaciones e imágenes en las que abundaban los accidentes, la sangre, los crímenes, el adulterio, los escándalos políticos y enredos de sábanas y colchones de los artistas de cine y del espectáculo en general.
Y desde aquellos años, 1895 y 1898, el amarillismo no se ha detenido, al contrario, ha crecido como una bola de nieve rodando y han proliferado, internacionalmente, medios impresos y programas de televisión dedicados, exclusivamente, al cahuín, el pelambre y a ventilar los trapitos sucios de personas, que por alguna u otra razón, salen del anonimato y se convierten en “celebridades”.
Los comunicadores han dejando de lado el código deontológico: el respeto a la verdad, investigar los hechos, perseguir la objetividad, contrastar datos, diferenciar con claridad entre información y opinión, respeto a la presunción de inocencia y rectificación de las informaciones erróneas. Tienen otras motivaciones. 
Con la idea fija de una exitosa rentabilidad o subir el rating del medio en el que trabajan, recurren a lo más fácil, barato y asqueroso: el morbo. Invocando el interés del público, porque ellos, interpretan, perfectamente, lo que nos interesa, (tal como los políticos, que nos repiten: “sabemos de sus necesidades”… que después no hagan nada al respecto, es otro cuento, pero, en una campaña electoral, suena bonitoy la utilidad social, nos entregan, a diario, testimonios de sicarios, traficantes, mujeres maltratadas, violadas, imágenes de víctimas de guerras, accidentes o catástrofes naturales o entrevistas a familiares que acaban de sufrir la pérdida de un ser querido, si lloran en pantalla, tanto mejor. Todo en nombre de la audiencia. Porque el morbo, considerado una patología social, “vende”, y, como afirman algunos sociólogos, es por la necesidad inherente que tenemos los seres humanos de alimentarlo y… siempre queremos más.
Inescrupulosamente, los medios, convierten la información en mercancía, se jactan de la “exclusividad” (fíjese bien ¿ah?...fuimos los primeros) y comercializan, por una obscena cantidad de dinero, la dignidad de las personas en un fatuo programa estelar de domingo. No importa la carga psicológica que tenga encima el entrevistado, en tanto que, con su testimonio, tenga a la gente con el poto pegado al sillón, para que los productos publicitados en la pausa comercial, generen suculentos ingresos económicos para sus emisores. 
Poco o nada interesa si al hacer pública cierta información se está dañando la reputación de la persona, la vida de su familia o hiriendo susceptibilidades. Sólo importa la audiencia, el rating, y las ganancias que conlleva todo ello. 
Se invade la privacidad de los protagonistas de la noticia y hasta irrumpen en una propiedad privada, para conseguir, en lo posible, una imagen comprometedora. Presionan a los entrevistados para que expresen algo fuerte contra alguien, una opinión que genere polémica y amerite un titular que deje a todos con la boca abierta.
Pero, si no hubiera demanda, la oferta moriría implacablemente. Es una pena constatar el éxito que tienen los “Talk y Reality shows” y que los gatuperios de la farándula criolla sean manejados por una gran mayoría, todos están informadísimos, para nadie pasan inadvertidas las nuevas tetas de silicona de alguna bailarina anoréxica, del enésimo novio de una modelo hueca y del último embrollo etílico de un cantante en decadencia.
Con el amarillismo, el periodismo ha caído, irremediablemente, al fondo del maloliente tarro de la basura mediática, perdiendo el norte de su misión fundamental en la sociedad: informar, educar y entretener.

(Interesante: El propietario del “New York World”, calificado de amarillista, fue quien creó, en 1892, la primera Escuela de Periodismo del mundo e instituyó los premios que llevan su nombre: Pulitzer)

miércoles, 20 de octubre de 2010

JEFE

En cualquier grupo de trabajo, como en una orquesta, alguien debe estar al frente con una batuta, si no es así, los instrumentos sonarían cada uno por su cuenta y la melodía emitida no sería nunca armoniosa. 
La jefatura es soñada, apetecida y envidiada fervientemente en cualquier ambiente laboral. Todos queremos tener ese cargo, esa oficina y sentarnos en ese sillón (y ganar ese sueldo, obvio), porque a todos nos gusta ser famosos, sentirnos importantes y recibir pleitesía. A nadie le gusta ser peón eternamente. 
Cuando alguien es ascendido a Jefe, surge, inmediatamente, entre sus pares, la mitad que lo “ama” y la mitad que lo odia (o, mejor dicho, lo envidia). 
De esa mitad que lo “ama”, hay que diferenciar a la mitad que lo hace sólo interesada en obtener de él algunos beneficios, de la otra que lo sigue sólo por inercia, pero la verdad es que muy pocos lo “aman” sinceramente. El amor nunca se da en las relaciones laborales. 
La mitad que lo odia será la encargada de criticar (son muy eficientes en eso) todo lo que hace y verá sólo aspectos negativos de su desempeño, le harán la vida imposible y le crearán mala fama gratuitamente. De esa maléfica mitad surgió el dicho popular saturado de cicuta: “El que sabe, sabe, el que no, es Jefe”.
No existe el Jefe prototipo. Hay Jefes y Jefes. 

La mayoría son aquellos que, desde que asumen el cargo, cambian de personalidad: nunca más se les ve ni una giocondesca sonrisa en el rostro, porque piensan que la cara de culo impone respeto y da la impresión que las cosas andan re-mal en la empresa (para que ni se te ocurra pedir aumento de sueldo). 
No echan la talla con nadie, porque, según ellos, eso les resta puntos frente a los subalternos, que lo pueden agarrar para el hueveo en cualquier momento. Les crece la panza, comienzan a usar corbatas chillonas y lentes oscuros, cambian el auto y se van a Buenos Aires, por un fin de semana, con una amante rubia teñida, con nombre de perra quiltra. Este Jefe te va a llamar a su oficina sólo para criticar tu desempeño. Nunca para promocionarte, aumentarte el sueldo o felicitarte porque tu participación en el departamento ha generado ventas que superaron todas las expectativas. No. Te gritará que eres un inepto, que a la próxima estarás despedido y para que te enteres:
- Hay como quinientos gallos afuera esperando por su sueldo y…- ahora retírese, vaya a trabajar y sea productivo. Este personaje no es para levantarle el ánimo a nadie, sino para provocarle depresiones, ataques de nervios e inseguridad. 
Los más care’palo son los Jefes políticos, esos que poseen un “alto bajo perfil”, les encanta aparecer en televisión, que lo fotografíen cortando cintas tricolores o descubriendo placas conmemorativas. Frente a las cámaras sonríen como candidatas al Miss Universo, hablando de los logros que ha tenido la repartición que dirigen, de las bondades que posee el personal a su cargo, de lo eficientes que son y que… “somos una familia”. Es el típico directivo que promete mucho y su palabra preferida es “proyecto”. Para él todo marcha sobre ruedas y se adjudica los créditos de los triunfos y se ufana del poder, el honor y la gloria. (Luego de una entrevista, hace muecas, como media hora, para borrarse la sonrisa falsa). Aunque nadie les cree ni una palabra, nunca faltan los pusilánimes chupamedias que los aplauden. 
Pero, no hay que meterlos a todos en el mismo saco. 
Que hay Jefes buenos, los hay, pero son los menos: aquellos “capaces”, que “saben”, que escuchan sugerencias, que son líderes naturales y delegan funciones, valoran los esfuerzos del personal, depositan confianza en la capacidad de los otros, no se creen el cuento del poder, siguen casados con la misma mujer, saludan dando la mano, expresan palabras en desuso en las empresas, y que a todos nos gusta escuchar de vez en cuando: 
-Por favor, - Muchas gracias, - Lo felicito, - Muy buen trabajo, - Discúlpeme, usted tenía razón, -Me equivoqué, - Fue mi error, - Tómese el día, se lo merece, - ¿Cómo está su familia?, - ¿Se siente mejor?, los días que estuvo con licencia, me hizo mucha falta, bienvenido, - Veo que tiene mucha pega, le voy a poner un asistente.
Son esos Jefes a quienes no se les suben los humos, que predican con el ejemplo sin ser excesivamente paternalistas y que con su actitud generan un buen ambiente y, como consecuencia, los índices de producción se van a las nubes y todos los días la gente llega a trabajar con ganas.
Ser Jefe no es fácil. Ocupar un cargo jerárquico puede llegar a ser tanto o más complicado que desempeñarse como subordinado. Es duro ser criticado y tener techo de vidrio. Es ingrato ser la piedra de tope. Duele ser “chaqueteado” y, lo peor de todo, es que cuando las cosas van mal, la primera cabeza en rodar es la del Jefe.