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Rey de Socos

martes, 28 de diciembre de 2010

AMBULANCIAS


Son esas que rompen los tímpanos cuando pasan por el centro. El servicio te lo ofrecen hasta en el Supermercado. Es lo mejor que puedes hacer por tu familia. Sólo debes pagar una “cómoda” cuota mensual, rateramente conveniente, y listo: estás embarcado en una cuenta más, de las tantas que pagamos. - Muy buena decisión, Señor.- Firme aquí.
Una madrugada, en tu casa se genera una emergencia y requieres asistencia. Obviamente, haces la llamada con el sistema nervioso alterado, la respiración entrecortada y la voz temblorosa:

- Bienvenido al servicio de Ambulancias Cleptómanas SA, si desea cancelar su cuota, marque 1, si desea repactar, marque 2, si desea acceder a nuestro plan plus-desfalco, marque 3, si desea que le subamos la cuota, marque 4, si desea proponernos un negocio en el que nosotros seamos los ganadores, marque 5; por último, si tiene una emergencia médica, lo sentimos, pero nuestras operadoras están ocupadas, vuelva a llamar en unos minutos… Recuerde,…, usted no se nos escapa,… Ambulancias cleptómanas siempre está a su lado para sacarle plata…para eso estamos… para recordarle cuando no ha pagado la cuota, por supuesto… (ya van tres minutos)… Bienvenido al servicio de….
- Buenos días, habla Andrea… ¿En qué puedo ayudarlo?
- Mire, necesito urgente una Ambulancia porque el abuelo se desmayó en el baño.
- Déme su nombre, Rut, número de teléfono fijo, celular, número de afiliado, domicilio, si es propietario o arrendatario, religión, orientación sexual, si es partidario del aborto terapéutico y si es del Colo o de la U…
- No tengo todos esos datos a mano…
- Lo siento, si no me da esas referencias, no puedo operar…
- Espere, por favor, no corte…los voy a buscar…(pasan cinco críticos minutos, que al abuelo le pueden significar dejar este mundo)
- ¿Cómo está el paciente?
- Obvio que está mal. Está en el piso. Por eso es que estoy llamando, Andrea, fijesé….
- ¿Respira?
- No lo sé, estoy lejos del baño.
- Vaya y cerciórese, tómele el pulso, ábrale los ojos y vea el color que tiene…
- El pobre está boqueando, no sé tomar el pulso, tiene los ojos cerrados y está rojo…
- ¿El paciente es alérgico, diabético, hipertenso, ronca, fuma, bebe, baila apretado, se expresa con malas palabras, es ansioso, bulímico, anoréxico, políticamente es de derecha, izquierda o centro-centro, está de acuerdo con el matrimonio gay, le gusta el lomito palta? ¿Es vegetariano, caníbal o celiaco?
- No lo sé... ¿Por qué no me manda la Ambulancia, por favor?
- Vaya y practíquele reanimación cardiaca convencional: respiración boca a boca y luego le da tres golpes en el pecho…
- Oiga, Andrea, yo no sé nada de estas cosas, estoy llamando porque necesito el servicio.
- Espere un momento, verificaremos si es necesario enviar la unidad…


Y uno comienza a sudar con el teléfono en la mano, el abuelo sigue en el piso…la Andrea puso una musiquita de mierda y nadie te pesca…Entonces, llamamos a un vecino y juntos sacamos al abuelo del baño, lo subimos al auto, y nos vamos al Centro Asistencial, donde lo atienden enseguida y se recupera del pre-infarto. ¿De la Ambulancia? Mejor ni preguntar, para no estresarnos más aún.
Al otro día, decidimos acercarnos al vidriado edificio sede, para, definitivamente, anular la afiliación. ¡Qué ingenuos!, no sabíamos que el servicio era para no usarlo nunca y cuando firmamos, no leímos la letra chica y el contrato era por un año y no se puede hacer nada, a menos que un abogado lleve la causa, que nos saldría más caro que sueldo de DT de Fútbol. ¿Resultado? Nada que hacer, seguir pagando mensualmente, y si no lo hacemos, seremos demandados. ¿Qué hacemos? ¿Quién nos defiende? ¿A quién acudimos? Se nos ocurre llamar a Robin Hood, al Chapulín Colorado y al Calcetín con rombos man, pero están grabando sus respectivas series. Y… como en la setentera obra de teatro “Hojas de Parra”: Mister Nadie nos ayuda. Porque Nadie soluciona los problemas del pueblo. Nadie nos protege. Nadie envía a la cárcel a los estafadores con corbata. Por eso, en las próximas elecciones, votaremos por Nadie. Con Nadie viene el cambio. Vote por Nadie. ¡Viva Nadie!: ¡Viva!... ¡Nadie… Nadie… Nadie!

jueves, 23 de diciembre de 2010

DEPORTES


El deporte es un conjunto de actividades físicas que el ser humano realiza con intención lúdica o competitiva, bajo reglamentos establecidos que implican la superación de un elemento humano o físico. Los términos deporte y actividad física, frecuentemente, se confunden. En realidad, no significan exactamente lo mismo. La diferencia radica en el carácter competitivo del primero, en contra del mero hecho de la práctica del segundo.
En nuestro país, el porcentaje de los que "trabajan" como deportistas y de los que hacen ejercicios es muy bajo, la gran mayoría ve partidos en la TV o se compra una bicicleta fija que pasa a ser un elemento más en la decoración de la casa, que siempre está llena de polvo, con telas de araña y… fija.
Pero, no quiero referirme a la lista de deportes Olímpicos, sus reglas y premios, sino, reflexionar sobre algunas prácticas deportivas en las cuales, en un Campeonato Mundial, los chilenos, ganaríamos todas las medallas, copas y fruteras de cristal:


Chaqueterismo

Consiste en provocar el descenso de alguien, que en cualquier ámbito, se esté destacando por su capacidad, inteligencia, preparación, idoneidad, cultura, creatividad, etc.; virtudes que, entre sus compañeros mediocres, suscitan envidias, frustración, celos y, principalmente, ganas de estar en su lugar. Para lograr sus objetivos, recurren a estrategias perversas como: calumnias, rumores y trampas. Hay un dicho: “El clavo que sobresale, recibe el martillazo”, el problema es que muchos compatriotas quieren nivelar para abajo, mientras nadie se destaque, se supere y suba, tanto mejor.


Sacavueltismo

Practicado en la Oficina. El jugador, marca tarjeta a las 09:05 (aprovechando los minutos de tolerancia) se va al baño, se prepara un cafecito, se sienta en el escritorio, abre los correos, facebook, los diarios amarillos, alguna página porno, juega a las cartas, etc. Para despistar, va de nuevo al baño, se toma otro café, saca algunas fotocopias personales, baja a fumar un pucho, hace algunas llamadas importantes, a un amigo, la polola o un familiar: Hola, ¿Cómo estai? ¿Qué estai haciendo? Sale a almorzar, regresa al escritorio, abre los correos nuevamente, abre los power point con la última talla en boga, contesta las cadenas del Dalai Lama, se conecta a Skype, se sirve otro café, baja a fumar otro pucho, juega a la dama con un contrincante español y llega la hora de irse. Marca tarjeta a las 18:00, ni un segundo más. Hasta mañana. Que estís bien. Cuídate. Y así sucede todos los días.


Pelambrismo

Es un deporte que, desde siempre, se dijo que las campeonas eran las mujeres, pero lo cierto es que lo han practicado ambos géneros desde la Conquista. La motivación fundamental es la envidia y el objetivo es comentar, negativamente, sobre la vida privada de alguien. El equipo se reúne en cualquier momento, lugar o circunstancia. La palabra mágica para comenzar el partido es: ¿Supieron? Y todos paran las orejas para escuchar, atentamente, el relato que los dejará con la boca abierta. Del pelambre surgen adjetivos calificativos como: abusivo, care’raja, chupamedias, vago, macabeo, cafiche, poco profesional, arribista, ladrón y, el tema más recurrente: todos los epítetos oscuros, dudosos e impúdicos sobre la sexualidad de la víctima de turno.


Compadrazgo

Surge en la Iglesia católica, por el bautismo de una guagua. El sacramento une a los padres y padrinos en un vínculo familiar. Es parte de nuestro tejido cultural intangible. Pero, lo positivo del parentesco, se torna negativo, sobre todo en el controvertido mundo de la política, cuando es utilizado para facilitar trámites engorrosos, conseguir pega o pasar por alto multas, condenas o faltas de probidad. El compadrazgo sirve, sobre todo, cuando estamos en problemas con asuntos legales, económicos o escándalos públicos. Es pariente cercano del Amiguismo y el Nepotismo.


Quejumbrismo

Es el deporte más popular en nuestra larga y angosta faja de tierra. Nos quejamos de todo y, al hacerlo, siempre culpamos a alguien. A los que más atribuimos nuestras desgracias: al Gobierno de turno, al sistema y al calentamiento global. Las quejas más recurrentes: estoy cesante, tengo mucha pega, no tengo plata, estoy endeudado, subió la bencina, no tengo pareja, tengo pareja, el profe me tiene mala, el jefe me tiene mala, estoy estresado, no quiero más guerra, estoy chato, no soporto a mi ex, extraño a mi ex, me siento solo, quiero separarme; pucha que hace calor, por la cresta; pucha que hace frío, por la cresta…y muchas más. 

En todos estos y en otros “deportes”, sería bueno, muy bueno para todos, que no estuviéramos nunca entre los top ten, que no ganáramos ninguna medalla, copa o frutera de cristal. Que fuéramos perdedores, que estuviéramos en enésima división y que nos ubicaran al final de la lista. Eso nos haría mejores personas, nos brindaría una armoniosa convivencia y seríamos, definitivamente, más felices.

martes, 21 de diciembre de 2010

FRASES TÍPICAS DE PERIODISTAS


- Armas de grueso calibre.
- A plena luz del día.
- Aún se desconoce el monto del botín.
- Bajo altas medidas de seguridad.
- Cartas credenciales.
- Con la nota preparada por nuestro enviado especial.
- Desde el centro de la noticia.
- El acto se desarrolló con total normalidad.
- El edificio quedó reducido a escombros.
- El parque vehicular.
- En el Hospital Institucional.
- En el marco de las celebraciones.
- En un clima de tensa calma.
- En un día como hoy.
- Estamos siendo testigos de un trascendental momento.
- Finalizó hace breves minutos.
- Fue sorprendido conduciendo bajo la influencia del alcohol.
- Fuentes gubernamentales confirmaron.
- Hemos sido testigos de escenas desgarradoras.
- Imágenes inéditas.
- La noticia está en desarrollo.
- Las autoridades anunciaron medidas para dar con el paradero de los antisociales.
- Las autoridades tomarán cartas en el asunto.
- Llueve copiosamente sobre la Capital.
- Lo que comenzó como una marcha pacífica terminó en un enfrentamiento con la policía.
- Los antecedentes fueron entregados por una fuente cercana.
- Los delincuentes se enfrentaron a tiros con la policía.
- Los hechos que han conmovido a la opinión pública.
- Los manifestantes expresaron su repudio.
- Los sujetos huyeron con rumbo desconocido.
- Momentos de angustia y desesperación vivieron los familiares de las víctimas.
- Nadie se explica lo sucedido.
- No hubo víctimas fatales que lamentar.
- Nos vamos a una pausa comercial. No se vaya.
- ¿Qué siente (…al regresar al país… al recibir este premio…al haber ganado/perdido las elecciones…al dejar el cargo…al haber sido nombrado…) ?
- Se dará inicio en breves minutos.
- Se ha constituido una mesa de diálogo.
- Sus restos mortales.
- Un clásico del fútbol.
- Un confuso accidente.
- Un frente de mal tiempo.
- Un hecho sin precedentes en la historia de nuestro país.
- Un nutrido prontuario policial.
- Un renovado repertorio.
- Un voraz incendio.
- Una apretada agenda.
- Una entrevista exclusiva.
- Una fuerte suma de dinero.
- Una ola de frío polar.
- Una vez más la realidad supera a la ficción.
- Volvemos a reiterar.
- Volvemos en breves instantes.
- Este ha sido el trabajo de Claudio Cliché y Reinaldo Reiterativo, para EmeEne (Malas Noticias).

domingo, 19 de diciembre de 2010

PROVINCIANO


Cuando uno es originario de provincia y, por situaciones apremiantes como: estudio, trabajo o cambio de estado civil, “tiene” que emigrar a la Capital, en donde se concentran las Universidades, se generan empleos y la rentabilidad es más alta; sin ninguna duda, “tiene” que hacer innumerables esfuerzos para adaptarse, porque se llega a una urbe sobre poblada, despersonalizada y competitiva, con habitantes hostiles, desconfiados y abatidos.
Habiendo dejado atrás familia, amigos, clima, ambiente, léxico y costumbres; en busca de una utópica estabilidad económica, se debe comenzar desde cero en un vecindario con personas, formas de vivir y códigos desconocidos.
Sin que, necesariamente, uno sea oriundo de Chuchunco, se haya bajado de un tren con un canasto a cuestas, se sufre del “síndrome Carmela”, porque la siútica jungla urbana discrimina a los “paitas” con una serie de prejuicios, sin hacer diferencias de donde provengan. 
Y nos lo hacen notar, constantemente, con su clasismo depredador y su comportamiento agrandado, déspota y arrogante: cuando nos quieren insultar, rebajar o humillarnos, nos escupen el apelativo provinciano como sinónimo de: campesino, atrasado, rústico, sin categoría, piojento, iletrado rural, refractario al refinamiento y unos cuantos otros epítetos peyorativos.
Una ciudad chica o pueblo es un lugar tranquilo, con calles limpias, de hábitos antiguos, donde todos se conocen, se saludan, barren la vereda y se meten en la vida privada del prójimo. Las viejas chismosas son parte del perfil citadino, donde se ha institucionalizado el cahuín. El dicho popular “pueblo chico, infierno grande” tiene mucho de verdad, gracias a la lengua afilada de estas arpías materas. 
Es cierto que todo transcurre con calma, que la gente es trabajadora, no andan histéricos y que existe una mejor calidad de vida; pero, también tenemos nuestras “ñañas”: 
- Se vive pendiente del “qué dirán”, al que se le tiene tanto o más terror a que entren ladrones a la casa. 
- Todo lo que acontece es motivo de pelambre. 
- El pueblerino es envidioso, aparentador y metiche. 
- Tienen la costumbre de sapear por la ventana, escondidas entre las cortinas. 
- Están atentos a cualquier acontecimiento para comentarlo. 
- Copuchean si el vecino amplió la casa, si se compró auto o si es verdad que el marido de la cuñada de la vecina del frente, le pone los cuernos a su mujer con la hija mayor del carnicero, la que también es casada, fíjate tú. - No te puedo creer, niña, por Dios. –Te juro, oye.

En la gran ciudad nadie se conoce, nadie se saluda, pero se chusmea también, porque el pelambre es patrimonio cultural de la humanidad. 
Los capitalinos se caracterizan por andar siempre apurados, miran constantemente el reloj y corren como ganado en estampida, pero, uno no se explica por qué motivo llegan tarde a todos lados. Ningún acto público, ni siquiera de los milicos, se da inicio a la hora programada. Lo único que empieza puntual es la Santa Misa de una lúgubre, vacía y silenciosa Parroquia de la esquina.
Hay que habituarse a vivir hacinados en un diminuto departamento, lo que para uno, que está acostumbrado a una casa con ante-jardín, patio y parrón, es como la ex Penitenciaría. 
Las distancias son interminables para ir a cualquier parte, las calles cambian de nombre como en cuatro tramos, se pierde una enormidad de tiempo apretujados en la locomoción colectiva, en donde todos se atropellan y se aprende a dormir sentado. 
El almuerzo familiar no existe. Diariamente se come en restaurantes, de pie, a tarascones y en cámara rápida, como en las películas de Chaplín. 
Es tanta la prisa, que todo trámite se hace a última hora, nunca se termina una conversación y se recurre exageradamente al teléfono, todo se soluciona con el aparatito; las frases más escuchadas son: “Voy en el metro”, “Llámame” y “Te llamo”.
Con el tiempo uno se mimetiza, se introduce en la automatización cotidiana, es una gacela más del rebaño que inunda las calles y se torna hostil, desconfiando y abatido. 
Y comienza a estresarse como ellos, se convierte al consumismo, la religión oficial de las grandes capitales y aprende a odiar todo: los tacos, el ruido, la lluvia, el calor, el frío, las huelgas, la delincuencia, ir al supermercado, el smog, etc.…hasta que terminamos detestando ir a trabajar y vivimos deseando que llegue el fin de semana, los feriados y las vacaciones. 
Cuando volvemos a nuestra ciudad por unos días, la encontramos demasiado silenciosa, fome y la gente aburridísima, nos duelen los pulmones al respirar aire puro y queremos regresar lo más pronto posible a la vorágine. 
Es que, con la Metrópolis, generamos, como los enamorados con neuronas pendulares, una dependencia emocional tóxica, contradictoria y letal: cuando estoy contigo: te odio, te detesto, vete de aquí; cuando estás lejos: te amo, te necesito, te extraño.
Ser provinciano es una contingencia geográfica. Luego de vivir una considerable cantidad de años en la ruidosa selva de asfalto y muros cortina, nos damos cuenta que no somos ni de allá ni de acá. Asumimos que nunca seremos ni de allá ni de acá, porque seguimos acá… extrañando allá.

jueves, 25 de noviembre de 2010

VIAJAR EN AVION (II)



“Línea Aérea Diaguita (LAD), anuncia la salida de su vuelo 705, con destino a Ovalle y conexiones, con escalas en Lima y Santiago de Chile, por favor, les rogamos a los señores pasajeros, ingresar por la puerta número doce, gracias"...
Al hacer la fila, nunca falta el histérico que está desesperado por ser de los primeros. Otra rubia teñida y uniformada, te pide la tarjeta de embarque, la corta por mitad y, sin mirarte a los ojos, con voz mecánica, te dice: -Que tenga buen viaje, Señor. 
Caminar por la manga hasta llegar al avión tarda unos minutos, porque los pasajeros se están peleando por los maleteros para meter hasta un moisés con una guagua, más tres valijas, de esas que se arrastran. Al llegar a tu asiento, obvio que no encuentras espacio ni para poner, al menos, la mochila, sorry.
-Permiso, por favor, voy en ventana.
-Señor, debe colocar todo bajo su asiento, gracias.
-Buenos días, señoras y señores, les habla su jefe de cabina. En nombre de LAD, el Comandante y su tripulación, les damos la más cordial bienvenida a bordo. Saludamos a los pasajeros de las líneas aéreas de la Alianza "Cambio Mapuche”, que hoy nos acompañan. Por regulaciones de seguridad, no está permitido el uso de señales de humo, tocar el cultrún y/o cantos de machitún durante las operaciones de despegue y aterrizaje, ya que pueden interferir con las señales de navegación y comunicación del avión. Les solicitamos que mantengan el respaldo de sus asientos en posición vertical, ajustar sus cinturones de seguridad y asegurar las mesas frente a ustedes. Gracias por elegir LAD, les deseamos un vuelo agradable.
Luego vienen las necesarias instrucciones sobre cómo ajustar el cinturón, de qué manera colocarse el chaleco salvavidas y el uso de las máscaras de oxígeno en caso de una emergencia.
-Atención tripulación de cabina, estamos próximos al despegue.
La velocidad que desarrolla el avión para poder elevarse es cien por ciento adrenalina. Subimos pegados al asiento, mientras una monjita reza una letanía, se persigna y desgrana las cuentas de un rosario oloroso. La ciudad se ve como una maqueta pálida y aún se distinguen los automóviles girando en las rotondas. 
Atravesando las nubes, el avión comienza a corcovear como yegua indómita, que hasta los ateos juntan las manos y mascullan alguna plegaria. 
Una vez que alcanzamos altura de crucero, de 26.000 pies (Unos 7.900 mts.) y ya pasaron las turbulencias, se inicia el servicio a bordo, que consiste en un escuálido snack: un mini alfajor, unas galletas de salvado y un paquete con diez pepas de maní salado...
-¿Para beber, Señor? Sólo tienen tres bebidas, té o café. – Sorry. - ¿Por qué, cree usted que el pasaje le salió tan barato, Señor?
Algunos aviones tienen pantallas en la parte posterior de los asientos, en donde aparece un mapa con la ruta del vuelo y puedes seleccionar los canales: juegos, escuchar música, ver películas viejas o programas cómicos con risas enlatadas. Cualquier distracción para reducir el stress es buena. 
Las mujeres hacen una interminable fila en el baño durante todo el vuelo. Los cabros chicos de porquería no dejan de llorar porque están aburridos. La vieja de tu asiento anterior inclina su respaldo al máximo y te lo estampa en la nariz, el guatón sentado a tu lado ronca como oso invernando y a la guagua llorona de la señora flaca no se le ocurre mejor idea que cagarse y llena la cabina con olor a mierda. No te queda otra que ponerte los tapones en los oídos, el antifaz y tratar de dormir un poco.
-Señores pasajeros, nos encontramos próximos a aterrizar en el Aeropuerto Internacional de Tuquí, donde la temperatura es de 25 grados. Por favor, pongan sus asientos en posición vertical, ajusten sus cinturones de seguridad y aseguren las mesas frente a ustedes. Les rogamos permanecer sentados hasta que el avión se haya detenido y la señal se haya apagado. Les recordamos no olvidar sus efectos personales. Para Línea Aérea Diaguita ha sido un placer tenerlos a bordo. Esperamos volver a contar con su presencia en un futuro próximo.
Los mismos histéricos que querían entrar primero, ahora quieren salir en primer lugar. Lo mejor es dejarlos pasar, total, igual vamos a estar todos esperando frente a la correa transportadora que aparezcan las maletas. 
Cuando estás por salir, te agarran los del SAG,  viene la última revisión y respondes preguntas con las manos arriba, como en un  asalto a mano armada: 
-Señor, ¿Trae frutas, verduras, semillas, un reloj de arena, moscas azules, uñas de lagarto, ranas vivas, huevos de codorniz, una caturra, abejas reinas, pan con queso, etc.? - No.- ¿Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? –Si, lo juro.-¿Firmó su declaración? –Si. -Pase.-Gracias.
Por fin, estás afuera: abrazos, besos y lágrimas con las personas que te reciben y, luego, haces como el Papa cuando visita un país: besas el suelo, dando gracias a Dios por estar en tierra firme y fuera de ese sistema. Volar ya no tiene glamour. Oui la la.

VIAJAR EN AVION (I)


En los 60’s, viajar en avión era un lujo. Ser parte del mundo de los Aeropuertos era tan inalcanzable como ingresar a una película de ciencia ficción. 
El público era muy selecto. Para la ocasión se vestía tan o más elegante que cuando se asiste a una acartonada ceremonia en la que los trapos juegan un papel fundamental. No era propio desentonar entre gente pituca o extranjera, vidriados salones y tapizados escoceses.
Ahora, en un Aeropuerto, nadie te sonríe. Ya no somos los clientes que mueven el sistema, sino los enemigos que quieren destruirlo.
Los boletos se adquirían en una Agencia de Viajes, quienes entregaban algo parecido a un talonario de cheques, con origen y destino, ida y regreso, su correspondiente copia, en un coqueto sobre de plástico. 
Se podía portar dos maletas y más de un bolso de mano. La atención a bordo era exquisita: vajilla de losa, vasos de vidrio, cubiertos metálicos, buena comida (y caliente) y una gran variedad de cosas para solicitar gratis como: caramelos, tragos, diarios, revistas, etcétera. Los niños podían, inclusive, visitar la cabina para sapear cómo se veía el mundo desde allí. 
Todos, pasajeros y sobrecargos, sonreían como en una fiesta de cumpleaños. Volar estaba lleno de glamour. Oui la la.
En las últimas décadas, subirse a un pájaro metálico es como tomar un micro con alas. 
El asunto se popularizó tanto que ahora tenemos vuelos hasta para la quebrada del ají, con precios desde veintinueve mil novecientos noventa. 
Los fabricantes han diseñado aviones en los que se trata de aprovechar el espacio al máximo, con el fin de embutir, en clase económica, la mayor cantidad posible de resignados pasajeros. La comodidad de antaño se convirtió en una comprimida lata de sardinas. 
Ahora, el boleto es electrónico, se compra por Internet y se paga con tarjeta, (sale un diez por ciento más económico). Se hace el check-in desde la casa o en las máquinas del Aeropuerto, al que debes llegar, como mínimo, con dos horas de anticipación. 
Se permite sólo una maleta, que no debe pesar más de 23 Kg., y un bolso de mano que no sobrepase los 8 Kg.
Las medidas de seguridad siempre estuvieron presentes, pero, luego de innumerables secuestros, la detención de narcotraficantes y del atentado a las Torres Gemelas, volar no sería nunca lo mismo.

(Y se exageró, espantosamente, el criterio de seguridad, como siempre hacemos luego de un hecho trágico o una situación límite: cuando nos gobernaban los militares, si decías, en cualquier parte, la palabra “justicia”, te fichaban como marxista-leninista, poniendo en riesgo la seguridad interior del Estado y te mandaban relegado a una islaHoy, si en un aeropuerto, se te ocurre balbucear, nada más, la palabra “bomba”, te sacan cascando, te meten preso y apareces en los diarios como pariente de un Euskadi miembro activo de la ETA)


Llegando al counter, la rubia teñida con cara de Institutriz, te pregunta si portas objetos corto punzantes, o algunos de los artículos prohibidos: desodorante spray, espuma de afeitar o bloqueador solar, en tu bolso de mano. (He estrujado mi cerebro, pensando cómo fabricar un poderoso explosivo con pasta dental, gel para el pelo y colirio). 

La maleta se fue a la bodega, sin pagar sobrepeso, queda llenar el papel de inmigración, despedirte de alguien con abrazos, besos y lágrimas, comprar algún periódico, libro o revista y caminar hasta las ventanillas de la Policía Internacional, donde debemos mostrar: pasaporte, el papel con datos personales y el boarding pass. 
El Detective nos dará una mirada suspicaz, arrogante y fría como un nazi, porque todos los pasajeros, somos potenciales sospechosos de algo: secuestradores aéreos, traficantes de estupefacientes o nos busca la INTERPOL por alcance de nombre, y con ellos, no se debe ser amable, jamás. Nos timbra la fecha de salida e indica la máquina de rayos equis, donde los funcionarios esperan encontrarnos ametralladoras, granadas y bazucas, por lo tanto, debemos depositar allí la notebook, la mochila y nos tenemos que empelotar: afuera la chaqueta, la correa, el reloj, el celular, las llaves, monedas o -Cualquier objeto metálico, Señor, por favor, (en algunos Aeropuertos te hacen sacar hasta los zapatos). 
Aunque la puerta no haya emitido ningún sonido, igual te pasan un detector de metales por el poto... por si las moscas, poh... porque quieren estar, absolutamente, seguros que tus calzoncillos no explotan.
Y bueno, recoges tus cosas, y mientras te vistes, observas, al frente, un cubo de vidrio lleno de: cortauñas, tijeras, destornilladores, cortaplumas y el yatagán de Cocodrilo Dandy. 
Sigue la pasada obligada por el Duty free, pero con el sudor acumulado por el improvisado strip tease, lo que menos quieres hacer es comprar huevadas, por lo tanto, pasas al baño a refrescarte, te compras una bebida y ya te sientas, más o menos tranquilo, en la sala de embarque, a esperar con paciencia de monje Tibetano, frente a la puerta número doce. 
A esa altura, aún no dejas de ser sospechoso de algo, porque falta que venga un Policía con un perro de mierda que te olfatea, desde las patas hasta los anteojos, buscando droga. Si pasan de largo, significa que estás limpio como una patena. Que tengas buen viaje.

martes, 16 de noviembre de 2010

TURISTA CHILENSIS


Hasta los 80’s, el chileno medio turisteaba en la copia feliz del edén. El éxito económico de los últimos años y las ofertas, cada vez más al alcance del bolsillo de la clase media, le han dado la posibilidad de regalarse vacaciones afuera. 
El primer destino fue Mendoza. Y mediante su comportamiento, se dibujó el turista chilensis que no conocíamos. Muy pocos son atraídos por el turismo de aventura: escalar montañas, navegar en ríos turbios o dormir en medio de una selva. Les encantan las urbes y si tienen la posibilidad de visitar ochocientos Malls, tanto mejor. 
El chileno, resultó ser, en un alto porcentaje, un turista urbano, enfermo de arribista, marquero y ostentoso.
Luego se puso de moda Miami. En las conversaciones post-vacaciones en la Oficina, los colegas nos lateaban contándonos, con fascinación, que habían estado todo un día en el Dolphin Mall, fíjate tú, y lo fabuloso que es, te juro, oye. Nos describían, con lujo de detalles, las maravillas de Disney, Orlando y Sea World. La charla era acompañada de testimonios fotográficos, porque si vas a presumir de tus vacaciones afuera, es obvio que debes traer imágenes de los lugares visitados, para que te envidien. Entonces, con un engreimiento atroz, comenzaban a explicar: - Ahí estamos en la puerta del Hotel, - Esos son mis hijos en la piscina, cacha la piscina, poh. – Esta es del Aeropuerto. Luego venía la muestra de todas las chucherías que habían comprado en los templos sagrados de la tierra santa del consumismo. Volvían con dos maletas extra, aparte de haberse robado las pantuflas, los frascos de shampoo y los jabones del Hotel. 
Cuando les confesabas que no habías estado nunca en Miami, te miraban con lástima y te decían: ¿Y cómo podís vivir?
Surgieron nuevos destinos: Cancún, Isla Margarita y Jamaica. Y sucedía lo mismo, te lateaban contándote los prodigios de esos paradisíacos lugares, de lo chancho que lo habían pasado y, por supuesto, te mostraban fotos y lo que habían comprado. Las mujeres volvían peinadas a lo Bo Derek, con cuatrocientos cincuenta trencitas y los hombres, con una guayabera bordada que les disimulaba la panza, y un sombrero de paja con las hilachas colgando.
En los últimos años, con el cambio del dólar a favor, viajar a la cosmopolita Buenos Aires es como ir a La Pintana; por lo tanto, han invadido San Telmo, Recoleta y Puerto Madero. Es muy fácil distinguir a mis compatriotas por las callecitas de la cuna del tango: la mayoría, aunque los jotes estén cayendo asados, se pasean con chaqueta de cuero recién comprada, calculadora en mano y se lo vitrinean todo, hasta las tiendas de electrodomésticos. 
Se lo pasan haciendo paralelos o comparando: - O sea, esto sería, más o menos, como el barrio Bellavista, ¿Cachai?, - Esto sería como Providencia, - Esto es como el Plaza Vespucio, pero más feo.- La torre ENTEL es más linda que esta hueá, - La nueve de julio es ancha, pero me quedo con la Alameda, de todas maneras, - No hay como un rico mote con huesillos, ¿ah? (Según los mozos de restaurantes porteños, al chileno le gusta la carne como carbón, es exigente con el vino y muy amarrete con las propinas). 
En el Aeropuerto, asaltan el Duty Free, porque no pueden resistir la tentación de comprar chocolates toblerone, perfumes que provocan estornudos, un cartón de cigarrillos y una botella de güisqui. Por supuesto, no olvidan un jarro para el café que diga: “I love Bs As”.
Otros comenzaron a ir Brasil: Sao Paulo, Río de Janeiro o Curitiba. Muy pocos visitan las Cataratas de Iguazú, (porque allí no hay mucho para comprar). Se curan con caipirinha, le toman fotos a una negra potona y los guatones se atreven, en las playas de Ipanema, a bañarse con zunga. 
Regresan del país de la zamba con una mariposa exótica enmarcada, una réplica del Corcovado, artesanías de cristal de roca y vestidos con una polera chillona, con un tucán gigante, que dice: “Yo estuve en Brasil”.
Últimamente, se han sumado al fenómeno del “turismo médico”. Por el tema de los costos, obviamente, aprovechan las vacaciones para respingarse la nariz, estirarse la cara o sembrarse pelos en la cabeza. En Chile pagarían una fortuna por colocarse tetas, reducirse el poto o conseguir una impecable dentadura, en cambio, en Lima o Buenos Aires,…-Pagai la nada misma, te juro, y quedai regia, oye.
El comportamiento del turista chilensis deja mucho que desear en el extranjero, sobre todo, los jóvenes: hacen “perro muerto”, se colan en el metro, suben gratis a los micros y se roban los diarios de las máquinas expendedoras. Y todo eso lo hacen… muertos de la risa. 
En muchos países encuentran monedas chilenas en los teléfonos públicos, porque nuestros compatriotas han pretendido “hacer lesas” a las máquinas. 
En España, directamente nos consideran ladrones.
El éxito económico nos llenó los bolsillos de billetes, pero no nos brindó cultura ni elegancia ni buenos modales.

martes, 9 de noviembre de 2010

AUTO


Sistema de señalización digital

En los 60’s, tener auto era privilegio de ricos, porque se compraban al contado. La gran mayoría utilizaba locomoción colectiva y se acostumbraba a caminar varias cuadras para ir al trabajo, al colegio o al Hospital. 
Usábamos harto las bicicletas y, si requeríamos transportar cosas pesadas, tomábamos un taxi, un carretón de fletes o un coche tirado por caballos. No teníamos dramas.
En los 80’s, gracias a un Banco oportunista, los automóviles se pudieron comprar al crédito, motivados con un creativo y vendedor spot de TV, con el cual impusieron un agresivo slogan “Cómprate un auto, Perico” que más bien sonaba a insulto.
Y el homo chilensis de clase media aspiracional tercermundista, sucumbió a la tentadora oferta, quiso dejar atrás su condición de peatón y adquirió un flamante automóvil, pensando que le daría status
Y se presumía harto con el temita, porque, estos nuevos chóferes, no guardaban nunca las llaves en el bolsillo, sino que, en donde anduvieran, las hacían tintinear, le gritaban a su mujer: -“Mi amor, se me quedó la chaqueta en el AUTO” o presuntuosamente, lanzaban el llavero sobre un mesón, así, para nadie pasaba inadvertido que el obeso mórbido, coquetamente vestido de pantalón y camisa amasada, era un arribista endeudado con cuatro ruedas. Un espectáculo, verdaderamente, patético.

(Lo mismo sucedió, en los 90’s, con los primeros celulares, que no se lo sacaban de la oreja por nada del mundo y también con las tarjetas de crédito, porque, esos mismos gordinflones, en la caja del Supermercado, sacaban, con petulancia, una porta chequera, mostrando a diestra y siniestra las ciento cuarenta y dos coloridas tarjetas e incluso le preguntaban a la cajera -¿Con cuál le pago, mi reina?)

Como consecuencia de este fenómeno, surgieron las Escuelas de conducir y los Departamentos de Tránsito de las Municipalidades, diariamente, estaban atestados de gente esperando, ansiosa, obtener su licencia. 
O sea, la cosa iba en serio: Tengo auto, luego existo. Y comenzaron (y no se acabarán fácilmente) los problemas en nuestras calles, avenidas y carreteras.
A los pocos años, se generó un nuevo mercado: el del auto usado. 
Su clientela eran aquellos que también querían andar motorizados, pero no les alcanzaba el billete para encalillarse con el Banco, entonces compraban, a precios más asequibles, una digna Citroneta o Renoleta de segunda o tercera mano, la amononaban un poco y ya les servía para presumir ante los vecinos, en el trabajo o con la parentela: “Tengo auto”, y eso era como llegar a la cima del Everest, que le hayan confirmado que era descendiente del Conde de Cañete o que su apellido ya no era González ni Tapia. 
Luego, estos neo-automovilistas, lograban adquirir autos japoneses o rusos, siempre de segunda mano, hasta que, con mucho sacrificio, lograban alcanzar el soñado cero kilómetro. Eso era la gloria y ameritaba una fiesta con canapés de lengüita de canario, un jabalí al palo y palomas de la paz escabechadas.
Pero estas maquinitas nos hicieron mal. 
Manejando con lentes oscuros nos sentimos reyes del mundo y nos permitimos insultar a quien se nos cruce; incluso nos burlamos y lanzamos vituperios a la gente “de a pie”, grupo al cual nosotros pertenecíamos no hace mucho. 
Para qué decir de las injurias a los otros chóferes, porque eso es pan de cada día. Para un automovilista, quien conduce a más velocidad que él, es un desquiciado y el que va más lento que él, un imbécil.
Algunas personas no pueden prescindir del autito, porque ya forma parte de su anatomía (lo mismo que el celular) y quedarse sin él es una tragedia griega, un bloqueo psico-motor y una depresión aguda. No salen ni a la esquina, se quedan confinados en la casa como si estuvieran condenados con arresto domiciliario y cuando uno los llama, lo primero que dicen es: “Estoy sin auto” y eso significa que no tienen piernas, no existen los taxis, ni los micros ni el metro, o sea, no pueden movilizarse. Qué horror, oye.
Dicen que el cementerio está lleno de automovilistas que tenían la razón. Ninguna ciudad se escapa de tener entre sus estadísticas un lamentable número de innecesarias muertes provocadas por la letal combinación automovilística: testosterona, alcohol y alta velocidad.
El auto, Perico, no hizo cosas buenas por nosotros. Nos convirtió en sedentarios. Nos estresamos con los tacos. Desde las primeras horas de la mañana, cuando vamos a trabajar, todos los días nos encontramos con un histérico que te bocinea frenéticamente y conduce como si estuviera a punto de cagarse en los pantalones. 
Con todos los líos que provoca el “parque vehicular”, aparte de la contaminación atmosférica y acústica, no se puede estacionar en ninguna parte, si dejas el auto en la calle te roban lo que pueden o, impunemente, se lo llevan. Respecto a los partes, seguros, precios de la bencina y repuestos, cada uno tiene su propia experiencia.
En la decadente sociedad de consumo en la que estamos inmersos, Perico, el auto no nos hizo más felices ni nos dio categoría ni clase: nos deshumanizó.

sábado, 30 de octubre de 2010

FAMILIA

No se elige, se cae en ella. Sencillamente, nos toca. Nacimos entre ellos, llegamos a engrosar ese árbol genealógico, heredamos ese pedigrí, ese apellido, esas costumbres y esa parentela. 
Con elementos a favor y en contra, con facilidades y dificultades, penas y alegrías, siempre con vaivenes pendulares, continuamos siendo parte de esos seres especiales con quienes compartimos genes, cromosomas y el colesterol alto. 
Los amamos, nos aman, nos peleamos, nos reconciliamos, nos hacen y los hacemos sufrir; en fin, vivimos polarizados entre las alegrías y las congojas. No somos eternamente felices ni siempre total y absolutamente desdichados.
La lógica de la vida es que llegamos a formar parte de esa estirpe y, luego de unos veinte años promedio, si es que no tenemos una madre chantajista emocional que nos detenga, tenemos que volar (algunos care’raja, alargan ese período mucho más), abandonar el nido, para crear el propio. Y bueno, nos despedimos, nos abrazamos, lloramos y partimos; pero, seguiremos conectados por el resto de nuestras vidas.
Las hay de todos los tamaños, calidades y colores, pero, poseen un común denominador: son familias. Y cuando compartimos nuestros problemas con amigos, nos damos cuenta, con matices particulares, por supuesto, que vivimos la misma teleserie. En todas las familias se cuecen habas.
La dinastía se inicia con los padres, quienes, luego de tirarse piedritas en la quebrada, se enamoran y se casan llenos de ilusiones. 
Y comienza a llegar la prole, que es expresión del amor, de no haber utilizado algún método anticonceptivo y para cumplir, al pie de la letra, la finalidad del matrimonio: procrear, criar y educar. (A esos preceptos aluden los insultos más repetidos que recibimos, desde pequeños: mal nacido, malcriado y maleducado).
Fechas inexcusables para reuniones familiares: Navidad, Año nuevo, bautizos, cumpleaños, graduaciones, bodas, cirugías de colocación de siliconas, fiestas patrias y sepelios. En cada ocasión se come en exceso y es de gente decente llegar con algo: unas empanaditas, papitas mayo, arroz graneado (que a la Mena le queda tan rico) o un postre; los dueños de casa ya se han encargado de la carne y las bebidas:

- ¡Tanto tiempo!...¿Cómo están?,  -Oye, pero cómo han crecido estas niñitas, por Dios,
- Tuvimos que traer el perro porque no lo podíamos dejar solo,
- ¿Me prestai una cama p’acostar la guagua?;
- Abran la puerta,  
- Que alguien conteste ese teléfono,  
- Nacho, deja tranquilo ese gato,
- Mamá, tengo hambre, 
- Mamá, estoy aburrío,
-¿Cuántos somos, oye?... pa’poner la mesa, poh,
-¿Saludaron a la abuela?,  
- Cambiamos el auto, fijaté; 
- El gordo no pudo venir, porque tenía turno,   
- Tía…¿puedo jugar en la computadora?,   
- Préstame unas pantuflas, que estos zapatos me están matando,
- Javiera, córtala con ese celular…ay, esta niñita me tiene enferma,
- Hagan callar a ese perro de mierda,
- Claro, los hombres, pura cerveza y no ayudan en nada.
- Ah, no, yo manejé…OK?,
- ¡A comeeeeeeer! 
En la mesa:
- Si eres soltero: - ¿Y cuándo va a sentar cabeza usted, mijito?,
- Si eres soltera: Y usted… ¿Ya tiene novio, mijita?,
- Si apareces con polola: ¿Y cuando suenan las campanas?,
- Si estás recién casado: ¿Y cuando encargan guagüita?,
- Si ya tienes un bebé: ¿Y la parejita…cuando?,
- Si no tuviste más hijos: ¿Ya cerraron la fábrica?.
Ustedes alarguen la lista.

El grupo que se comunica, pelea y reúne regularmente: abuelos, padres, hijos, hermanos, cuñados, suegros, primos y nietos, es la familia cercana. La parentela que se ve sólo en los funerales de las tías abuelas, es la familia lejana. La muchedumbre que aparece en tu casa cuando te has ganado millones en la Lotería, es la familia desconocida.
Personajes infaltables: La abuela querendona, el abuelo bonachón, la suegra metiche, el cuñado sin pega, la cuñada bruja controladora, la hermana madrinaza, la Tía solterona, el Tío fleto, el marido infiel, la Tía cornuda, el marido golpeado, los divorciados, los convivientes, los ricos, los pobres, el hijito de papá, la prima putinga, el sobrino vago, el pololo hambriento, el primo con piercings, la polola mijita rica, el nieto adicto al iphone, la nieta gótica, la guagua llorona, la pareja puro amor y la pareja pura pelea.
La familia no se elige, se cae en ella. Y nacer, crecer y desarrollarnos en ese núcleo, nos hace amarlos tal cual son y no querer cambiarlos, porque no serían ellos…y uno siente orgullo de ser una hoja de ese árbol genealógico, de tener ese pedigrí, ese apellido, esas costumbres, esos genes, esos cromosomas y el colesterol alto. Con ellos se dividen nuestras penas y se multiplican nuestras alegrías. Siempre.

miércoles, 27 de octubre de 2010

REUNIONES DE OFICINA


Bien, déjenme hacerles esta pregunta de otra manera: 
¿Alguien aquí sabe realmente cómo vender algo?

En cualquier Empresa, no se puede prescindir de un directorio y de una programada cantidad de insufribles reuniones de trabajo, en donde: se diseñan proyectos, plantean objetivos, definen estrategias y evalúan resultados. 
Siempre existe la sala “ad hoc” y se dispone de una mesa más o menos grande, una pizarra magnética, algún papelógrafo, y si es más pituca, un data-show para mostrar cuadros estadísticos y las fotos del Jefe con su familia en Orlando, el cumpleaños de la hija malcriada y del bebé obeso mórbido con la boca manchada con chocolate. (Lindas fotos, Jefe).
El ambiente se complementa con vasos desechables, jarros de agua, mini tacitas de café y algunas galletitas de mierda con sabor a plástico reciclado.
Hay reuniones diarias, semanales, quincenales, mensuales, semestrales y las de emergencia, esas en las que el tema principal es el eterno, controvertido y delicado tema del correcto uso del papel higiénico, por ambos lados, en los baños, - por favor, porque desaparece un rollo al día por inodoro y debería durar toda la semana: ¿Queda claro?
Las de los lunes a primera hora son, categóricamente, un desastre: todos llegan con la almohada marcada en la mejilla, el pelo mojado y lo primero que agarran es una taza de café; algunos vienen con la caña mala, otros agotados por un fin de semana ajetreado, los que sufren de violencia intra-familiar vienen con un ojo en tinta y, la mayoría, bostezando, preguntan: -¿Había reunión?
Nunca me he explicado por qué a una reunión se debe asistir con cara de efigie egipcia. No se concibe que uno ingrese a la sala con una sonrisa de ochenta dientes, lleno de entusiasmo y con los ojos brillando, como cuando ganamos un partido en un mundial de fútbol. No. En un ambiente de trabajo, el optimista es observado con suspicacia, sin embargo, el cara de culo, déspota y mudo, aunque sea un incompetente, es siempre bien conceptuado. Está definido que lo “serio” es lo correcto y que la sonrisa fácil es sinónimo de poco profesional, ineficiencia y minusvalidez mental.
Personajes típicos: 
- el sabiondo que no para de hablar y no permite que se le interrumpa, 
- el que no habla nada (sólo toma café y se atora comiéndose todo el plato de galletas que tiene al frente), 
- el que anota todo lo que escucha, 
- el despistado que nunca sabe nada (porque estaba con licencia), 
- el que no entrega el informe porque lo están imprimiendo, 
- el que cabecea o, literalmente, se duerme, 
- el que tiene una notebook y nunca se sabe qué cresta escribe, 
- el que está siempre de acuerdo y arriesga una tortícolis asintiendo a todos las intervenciones, 
- el que justifica su ineficiencia con: “A mí no me llegó el memo”, 
- el sindicalista que está siempre en desacuerdo con todo y cuestiona el más mínimo detalle, 
- el que critica y culpa a los otros departamentos de la burocracia y del “cuello de botella” que tenemos. (hay muchos más, ustedes completen la lista)
La queja generalizada y conclusión de todas las reuniones es: “Nos falta comunicación inter-departamental”.
Si le suena el celular al Jefe y abandona la sala, todos aprovechamos de desenvainar el propio, hacemos nuestras llamadas y escuchamos a nuestros compañeros terminar su conversación con lo de siempre: “Si, mi amor; si, mi vida; si, mi cielo”.
El peor cáncer que se pueda diagnosticar en una Organización es la Reunionitis (Un integrante de mi Club de Toby, Médico Cirujano, me explicó que el sufijo “itis”, significa inflamación), el síndrome crónico que se manifiesta con pánico a las reuniones y sensación permanente de pérdida de tiempo, estrés (tormento no reconocido por las Isapres) y frustración de pasar horas y horas en reuniones inútiles, carentes de objetivos precisos, que finalizan sin resultados concretos y que luego, ante los inconvenientes, los directivos deciden a su pinta, utilizando la técnica que mejor manejan: improvisación.
Para evitar que la Empresa esté plagada de empleados con cualquier padecimiento cuyo nombre termine en “itis”, es necesario organizar las reuniones previamente: tener claro los objetivos, invitar a los participantes correctos, enviar la información relevante por adelantado, establecer una agenda clara y remitir, posteriormente, las actas y los pasos a seguir con sus correspondientes responsables. Así nuestras reuniones no serán, como todos pelan después, una pérdida de tiempo... ¡Ah!, y que no se alarguen más de una hora. ¡Please, Boss!

Para las Secretarias: La excusa de que alguien “está en una reunión” ya está gastada, y todo el mundo sabe que eso es mentira. Inventen algo más creativo, como: se encuentra en la Alameda, participando, con el Green Peace, en una manifestación pacífica de protesta por la pesca indiscriminada del jurel tipo salmón, con el fin de evitar su extinción. ¡Salvemos el jurel!, ¡salvemos el jurel!

domingo, 24 de octubre de 2010

AMARILLISMO

La expresión “Prensa amarilla” fue utilizada por primera vez por los directivos del diario “New York Press”, en el siglo XIX, debido a una pelotera entre los periódicos gringos “New York World” y “New York Journal”, que se descalificaban mutuamente por el primer comics impreso en color y de tirada masiva en USA, en la que el personaje principal era un cabro sucio, calvo y descalzo, llamado “Yellow kid”, que se comunicaba mediante satíricos textos escritos en su túnica amarilla.
“We called them yellow because they are yellow” fue la frase, intraducible al castellano, es un juego de palabras, porque yellow, además de referir al color, en Inglés significa cobarde y cruel.
Lo que pretendían decir, los del “New York Press”, era que estos diarios eran sensacionalistas, privilegiando informaciones e imágenes en las que abundaban los accidentes, la sangre, los crímenes, el adulterio, los escándalos políticos y enredos de sábanas y colchones de los artistas de cine y del espectáculo en general.
Y desde aquellos años, 1895 y 1898, el amarillismo no se ha detenido, al contrario, ha crecido como una bola de nieve rodando y han proliferado, internacionalmente, medios impresos y programas de televisión dedicados, exclusivamente, al cahuín, el pelambre y a ventilar los trapitos sucios de personas, que por alguna u otra razón, salen del anonimato y se convierten en “celebridades”.
Los comunicadores han dejando de lado el código deontológico: el respeto a la verdad, investigar los hechos, perseguir la objetividad, contrastar datos, diferenciar con claridad entre información y opinión, respeto a la presunción de inocencia y rectificación de las informaciones erróneas. Tienen otras motivaciones. 
Con la idea fija de una exitosa rentabilidad o subir el rating del medio en el que trabajan, recurren a lo más fácil, barato y asqueroso: el morbo. Invocando el interés del público, porque ellos, interpretan, perfectamente, lo que nos interesa, (tal como los políticos, que nos repiten: “sabemos de sus necesidades”… que después no hagan nada al respecto, es otro cuento, pero, en una campaña electoral, suena bonitoy la utilidad social, nos entregan, a diario, testimonios de sicarios, traficantes, mujeres maltratadas, violadas, imágenes de víctimas de guerras, accidentes o catástrofes naturales o entrevistas a familiares que acaban de sufrir la pérdida de un ser querido, si lloran en pantalla, tanto mejor. Todo en nombre de la audiencia. Porque el morbo, considerado una patología social, “vende”, y, como afirman algunos sociólogos, es por la necesidad inherente que tenemos los seres humanos de alimentarlo y… siempre queremos más.
Inescrupulosamente, los medios, convierten la información en mercancía, se jactan de la “exclusividad” (fíjese bien ¿ah?...fuimos los primeros) y comercializan, por una obscena cantidad de dinero, la dignidad de las personas en un fatuo programa estelar de domingo. No importa la carga psicológica que tenga encima el entrevistado, en tanto que, con su testimonio, tenga a la gente con el poto pegado al sillón, para que los productos publicitados en la pausa comercial, generen suculentos ingresos económicos para sus emisores. 
Poco o nada interesa si al hacer pública cierta información se está dañando la reputación de la persona, la vida de su familia o hiriendo susceptibilidades. Sólo importa la audiencia, el rating, y las ganancias que conlleva todo ello. 
Se invade la privacidad de los protagonistas de la noticia y hasta irrumpen en una propiedad privada, para conseguir, en lo posible, una imagen comprometedora. Presionan a los entrevistados para que expresen algo fuerte contra alguien, una opinión que genere polémica y amerite un titular que deje a todos con la boca abierta.
Pero, si no hubiera demanda, la oferta moriría implacablemente. Es una pena constatar el éxito que tienen los “Talk y Reality shows” y que los gatuperios de la farándula criolla sean manejados por una gran mayoría, todos están informadísimos, para nadie pasan inadvertidas las nuevas tetas de silicona de alguna bailarina anoréxica, del enésimo novio de una modelo hueca y del último embrollo etílico de un cantante en decadencia.
Con el amarillismo, el periodismo ha caído, irremediablemente, al fondo del maloliente tarro de la basura mediática, perdiendo el norte de su misión fundamental en la sociedad: informar, educar y entretener.

(Interesante: El propietario del “New York World”, calificado de amarillista, fue quien creó, en 1892, la primera Escuela de Periodismo del mundo e instituyó los premios que llevan su nombre: Pulitzer)

miércoles, 20 de octubre de 2010

JEFE

En cualquier grupo de trabajo, como en una orquesta, alguien debe estar al frente con una batuta, si no es así, los instrumentos sonarían cada uno por su cuenta y la melodía emitida no sería nunca armoniosa. 
La jefatura es soñada, apetecida y envidiada fervientemente en cualquier ambiente laboral. Todos queremos tener ese cargo, esa oficina y sentarnos en ese sillón (y ganar ese sueldo, obvio), porque a todos nos gusta ser famosos, sentirnos importantes y recibir pleitesía. A nadie le gusta ser peón eternamente. 
Cuando alguien es ascendido a Jefe, surge, inmediatamente, entre sus pares, la mitad que lo “ama” y la mitad que lo odia (o, mejor dicho, lo envidia). 
De esa mitad que lo “ama”, hay que diferenciar a la mitad que lo hace sólo interesada en obtener de él algunos beneficios, de la otra que lo sigue sólo por inercia, pero la verdad es que muy pocos lo “aman” sinceramente. El amor nunca se da en las relaciones laborales. 
La mitad que lo odia será la encargada de criticar (son muy eficientes en eso) todo lo que hace y verá sólo aspectos negativos de su desempeño, le harán la vida imposible y le crearán mala fama gratuitamente. De esa maléfica mitad surgió el dicho popular saturado de cicuta: “El que sabe, sabe, el que no, es Jefe”.
No existe el Jefe prototipo. Hay Jefes y Jefes. 

La mayoría son aquellos que, desde que asumen el cargo, cambian de personalidad: nunca más se les ve ni una giocondesca sonrisa en el rostro, porque piensan que la cara de culo impone respeto y da la impresión que las cosas andan re-mal en la empresa (para que ni se te ocurra pedir aumento de sueldo). 
No echan la talla con nadie, porque, según ellos, eso les resta puntos frente a los subalternos, que lo pueden agarrar para el hueveo en cualquier momento. Les crece la panza, comienzan a usar corbatas chillonas y lentes oscuros, cambian el auto y se van a Buenos Aires, por un fin de semana, con una amante rubia teñida, con nombre de perra quiltra. Este Jefe te va a llamar a su oficina sólo para criticar tu desempeño. Nunca para promocionarte, aumentarte el sueldo o felicitarte porque tu participación en el departamento ha generado ventas que superaron todas las expectativas. No. Te gritará que eres un inepto, que a la próxima estarás despedido y para que te enteres:
- Hay como quinientos gallos afuera esperando por su sueldo y…- ahora retírese, vaya a trabajar y sea productivo. Este personaje no es para levantarle el ánimo a nadie, sino para provocarle depresiones, ataques de nervios e inseguridad. 
Los más care’palo son los Jefes políticos, esos que poseen un “alto bajo perfil”, les encanta aparecer en televisión, que lo fotografíen cortando cintas tricolores o descubriendo placas conmemorativas. Frente a las cámaras sonríen como candidatas al Miss Universo, hablando de los logros que ha tenido la repartición que dirigen, de las bondades que posee el personal a su cargo, de lo eficientes que son y que… “somos una familia”. Es el típico directivo que promete mucho y su palabra preferida es “proyecto”. Para él todo marcha sobre ruedas y se adjudica los créditos de los triunfos y se ufana del poder, el honor y la gloria. (Luego de una entrevista, hace muecas, como media hora, para borrarse la sonrisa falsa). Aunque nadie les cree ni una palabra, nunca faltan los pusilánimes chupamedias que los aplauden. 
Pero, no hay que meterlos a todos en el mismo saco. 
Que hay Jefes buenos, los hay, pero son los menos: aquellos “capaces”, que “saben”, que escuchan sugerencias, que son líderes naturales y delegan funciones, valoran los esfuerzos del personal, depositan confianza en la capacidad de los otros, no se creen el cuento del poder, siguen casados con la misma mujer, saludan dando la mano, expresan palabras en desuso en las empresas, y que a todos nos gusta escuchar de vez en cuando: 
-Por favor, - Muchas gracias, - Lo felicito, - Muy buen trabajo, - Discúlpeme, usted tenía razón, -Me equivoqué, - Fue mi error, - Tómese el día, se lo merece, - ¿Cómo está su familia?, - ¿Se siente mejor?, los días que estuvo con licencia, me hizo mucha falta, bienvenido, - Veo que tiene mucha pega, le voy a poner un asistente.
Son esos Jefes a quienes no se les suben los humos, que predican con el ejemplo sin ser excesivamente paternalistas y que con su actitud generan un buen ambiente y, como consecuencia, los índices de producción se van a las nubes y todos los días la gente llega a trabajar con ganas.
Ser Jefe no es fácil. Ocupar un cargo jerárquico puede llegar a ser tanto o más complicado que desempeñarse como subordinado. Es duro ser criticado y tener techo de vidrio. Es ingrato ser la piedra de tope. Duele ser “chaqueteado” y, lo peor de todo, es que cuando las cosas van mal, la primera cabeza en rodar es la del Jefe.

sábado, 25 de septiembre de 2010

VEGETARIANOS

Queridos vegetarianos...si ustedes tratan de salvar a los animales, ¿por qué se comen su comida?

Suelo ser bastante tolerante con las personas que tienen  particulares preferencias gastronómicas. Nunca hice dramas en aceptar que uno de mis amigos, el pelao González, se convirtiera en un piadoso, observante y agringado Mormón y no aceptara, nunca más, una invitación a tomarnos un café en el Haití.  Sencillamente lo respeto, con tal que no me prive de continuar disfrutando mi escandalosa condición de “cafeinómano”.
El tema que me preocupa ahora es que algunos de mis amigos, se han ido convirtiendo, gradualmente, en vegetarianos. No diría nada y me quedaría piola, como lo he hecho con el pelao González, quien sigue siendo mi entrañable amigo y acepto que no tome café; pero mis amigos vegetarianos ponen a prueba mi sistema nervioso, mi estabilidad psicológica y la amistad que nos une. 
Cada vez que nos reunimos, durante el tiempo que transcurre un almuerzo o cena, me mortifican con argumentos traumatizantes:

- ¿Sabes que ese pollo fue torturado antes de morir?,
- ¿Te das cuenta que te estás comiendo a una criatura que fue madre, hija o hermana de alguien?,
- ¿Tienes el mínimo conocimiento sobre la alimentación que tuvo ese cerdo?
- ¿Te has hecho un chequeo para que te midan el nivel de colesterol?
- ¿Sabes cuántos días se demora el estómago en digerir la carne?...

Los vegetarianos son un selecto grupo de congéneres con un régimen alimenticio que tiene como principio la abstención de comer cualquier criatura que en vida haya balado, mugido o piado y se alimentan sólo de “productos vivos”, (los carnívoros, dicen ellos, nos alimentamos de cadáveres) como: cereales, legumbres, frutas, verduras y seleccionados productos lácteos. 
Los motivos que aducen para justificar su dieta varían: algunos se abstienen de ingerir carne por consideraciones de salud, otros lo hacen por conciencia ecológica, por razones éticas y, menos mal que estoy lejos de los que obedecen a convicciones de carácter religioso, porque no tengo ningún amigo hare krishna, budista o hindú.
En nuestra común, silvestre y carnívora sociedad es bien complicado compartir con estos especiales seres humanos, primero, porque nadie, en una casa, está preparado para recibir a un vegetariano. Cuando tenemos una fiesta, hay que preocuparse de ellos y pensar en cocinar algas, semillas y huevos puestos por gallinas “casadas y felices” (no comen huevos de criadero). 
No soportan el perfume que emite un kilo de chorizos rojos en la parrilla y hay que decirles que entren a la casa, mejor. 
Preguntan si hay pan integral o sin gluten, (y el 99% de los presentes en el asado ni tiene idea lo que es el bendito gluten). 
No aceptan un consomé de ave, porque el pobre pollo hirvió como media hora en ese líquido, por lo tanto, la sopa le transmite a uno el trauma del pajarraco mientras se cocinaba. 
Insisten en comer productos crudos o, levemente tibios, porque la cocción les elimina las enzimas. Algunos sólo consumen comidas orgánicas, o sea, aquellos alimentos, en general vegetales y frutas que en ninguna etapa de su producción hayan intervenido fertilizantes, herbicidas o pesticidas químicos, así como tampoco en los suelos y que hayan sido cultivados por personas buena onda, que un campesino amargado no haya regado las lechugas, porque les transmite las malas vibras a las hortalizas. 
Otro cuento es el de los que se alimentan sólo de frutas que hayan caído por efecto de gravedad al suelo, porque las que han sido arrancadas de la mata vienen con un trauma psicológico. 
Por nada del mundo consumen alimentos enlatados (por el asunto de los preservantes) y no le ponen mantequilla al pan, porque es de origen animal y la vaca estaba estresada cuando la ordeñaron (o puede ser una vaca loca). 
No les podemos ofrecer miel, porque las abejas, en su ir y venir de flor en flor buscando el polen, han perdido el sentido de la orientación, la personalidad y han transgredido las normas de tránsito aéreo; por lo tanto el producto ha sido mal elaborado, despersonalizado y viene con un parte de la Dirección de Aeronáutica.
El objetivo de mis pálidos amigos vegetarianos (porque todos están blancos como muertos vivientes) es optar por una vida sana, el bienestar y la pureza, pero también la armonización entre el cuerpo y el espíritu. Lo que acepto absolutamente. 
Lo que no admito es que con su opción, me provoquen un drama existencial, un cargo de conciencia espantoso y me hagan sentir como un troglodita carnívoro inmoral, cruel y asesino, sencillamente por estar devorando, con una sonrisa de caníbal, un abundante, reparador y jugoso lomo a lo pobre. Así no se puede vivir. Definitivamente no. Me declaro “Vegetafóbico”.

domingo, 28 de marzo de 2010

ZAPATERO

Los “setenteros” no nos atrevemos, sino es con un espantoso sentimiento de culpa, a tirar al tacho de la basura, un par de zapatos con un hoyo en la planta o con alguna insignificante rasgadura. Nos duele. Nos cuestionamos cada vez que botamos algo. Lo que sucede es que somos herederos de la cultura de lo durable y, hoy por hoy, vivimos en la de lo desechable.
En nuestros tiempos, los zapatos se compraban “crecedorcitos” y eternos, o sea, con dos números más del que calzábamos, para que nos duraran todo el año, por lo tanto, si la pata nos crecía, éstos igual nos servían para ir a la Escuela. 
A mi me compraban bototos “Tanque”, de esos todo terreno, que resistían hasta los hachazosAl principio, me hacían ampollas en los talones y los tobillos, y siempre me los tuve que aguantar…sorry, puh, diaguita…pero, para ablandarlos, no había mejor técnica que patear piedras o chapotear en un charco de barro. Al final, uno se acostumbraba tanto a ellos, que consideraba “pituco” usar zapatos de “etiqueta”.
Cuando venía el deterioro de los bototos o de cualquier calzado de los miembros de la familia, ni pensar en zapatos nuevos, porque, sencillamente, se acudía al Zapatero; oficio que ya está en vías de extinción.
Este emblemático personaje trabajaba independientemente, en un diminuto local, con la puerta siempre abierta, con un agradable olor a suela nueva y neopreno. 

Su oficio lo había heredado de su abuelo, del padre o de otro pariente o amigo, quien le había transmitido los secretos para dejar un par de zapatos, candidatos a que se los llevaran los Traperos de Emaús, en “casi como nuevos”. 
Era un artesano que, en cualquier estación del año, se lo veía con su delantal de cuero, con la “pata” en las rodillas y una hilera de tachuelas en los labios, escuchando Ce A 62- Radio Norte Verde de Ovalle, golpeando alguna desvencijada sandalia. 
Hacía su trabajo con tal dedicación, que cuando uno iba a retirar sus tatos, los desconocía, porque, realmente, los dejaba “casi como nuevos”. 
Estaba provisto de una máquina de coser, clavos, martillo, lezna, pita encerada, frascos de tinta y planchas de suela. 
Los trabajos más frecuentes que realizaba eran: cambio de tapilla, colocación de media suela o entera, cambio de taco de goma o suela, teñido y unas cuantas otras labores reparadoras.
Como todo artesano que se respete, tenía sus ñañas: era re-mentiroso:
- ¿Para cuando van a estar los zapatos, don Fidel?
- Para el lunes, pues joven. 

Bueno, llegaba el lunes y venía la chiva: 
- ¿Sabe? Todavía no me han traído la suela, mañana me llega y se los tengo p’al miércoles sin falta. ¿Qué le parece?...
Luego venía otra y otra chiva, hasta que, por cansancio, uno retiraba sus zapatitos como a las dos semanas, pero, sin duda, el resultado era excelente. Uno sentía los zapatos hasta más ajustados en la pata, “casi como nuevos”.
Hace algunas décadas en Ovalle, desconozco si aún persiste la costumbre, se llevaba los zapatos a la Cárcel. Allí había un gran número de Zapateros que habían aprendido el oficio en el penal y los resultados eran tan buenos como las reparaciones de don Fidel. Los internos trabajaban bien, pero la costumbre del chamullo había ingresado también al Centro Penitenciario: eran re-mentirosos los gallos, te hacían ir varias veces hasta que te entregaban los benditos zapatos reparados y bien lustrados.
Resulta muy agradable constatar que, en la actualidad, aún subsiste en la perla del Límarí, una reparadora de calzado en calle Arauco, en la que, generalmente las damas, esperan a pata pelá, hasta que les entregan sus zapatos taco alto, con tapilla nueva, la que habían perdido en la calle metiendo, accidentalmente, el taco en una rendija. 

Cada vez que paso por ahí, me siento atraído por el característico perfume de la suela nueva, como el Speedy González cuando lo captura el olor a queso y no lo puede resistir (creo que soy “sueladicto”, porque cada vez que me compro zapatos, los huelo como hechizado y disfruto largamente de esa fragancia tan agradable). 
También resulta gratificante visitar un pueblo del interior y comprobar que allí tampoco el Zapatero ha desaparecido y que aún es posible encontrar la figura de este artesano que, con su silenciosa presencia, sólo interrumpida por el sonido de los golpes de un viejo martillo, le da al pueblo esa imagen de los tiempos idos, cuando no éramos tan consumistas, cuando no estábamos invadidos de zapatos chinos, cuando las cosas que comprábamos eran reciclables, cuando los zapatos que al hermano mayor le habían quedado chicos, se mandaban a reparar y  los usaba el hermano menor para ir a la Escuela.
Mis respetos, admiración y cariño para todos los “Fideles” que aún están ahí.

domingo, 7 de febrero de 2010

¡QUÉ CALOR!


Nunca habíamos sufrido temperaturas tan altas. Le hemos hecho tanto daño al planeta, que el sol se está vengando de nosotros. El recalentamiento global está aquí y pretende quedarse y lo sentimos irrefutablemente y, obvio, vivimos quejándonos y es común, en todos los ambientes, escuchar conversaciones más o menos así: 

 Puchas, que hace calor. 
- Están cayendo los jotes asados. 
- No soporto el verano. 
- No me aguanto andar pegajoso, deshidratado y cagao de sed.
- El ventilador no sirve para nada, porque puro da vueltas el aire caliente. 
- Quisiera vivir en Groenlandia, que tiene el ochenta y cuatro por ciento de su territorio cubierto de hielo; porque aquí, todo lo que hagas para refrescarte, te dura cinco minutos: te duchai con agua fría, tomai helado o un juguito, andai casi sin ropa y la cuestión es igual: te cagai de calor.
La verdad es que estas altas temperaturas eran típicas del Sahara o del Brasil, en donde la gente habitualmente se achicharra con cuarenta grados a la sombra. Ahora la cosa ha cambiado considerablemente y nos llegó a nosotros. Y no, no estábamos preparados.
Es tremendamente incómodo andar con este calor en locomoción colectiva, compartiendo espacio con gente pestilente, en especial de guatones transpirados de pantalones cortos y sandalias hediondas; subir a un auto cuando parece un horno de barro o entrar en ambientes atochados de gente con rostros sudorosos, echándose aire con una hoja de papel y con cara de velorio. El típico diálogo en estos casos es: 

- Qué calor... ¿ah?...
- Si, la verdad es que es insoportable…
-Pero, lo peor es la humedad, porque antes no era húmedo acá, ¿no le parece?…
-Si, que horror… ¿ah?..
-Yo no sé adonde vamos a parar con este infierno, fijesé…
Pero es verano, qué le vamos a hacer. La mantequilla se derrite en la mesa, la perra no ladra porque también está cagá de calor, cuando abres la llave para tomar agua, sale tibia, o sea, no puede ser más catastrófico.
Siempre hemos padecido del calor en el verano. Toda la vida el fin de año ha sido un fogón en todas partes, las compras navideñas están acompañadas de sudores y consumo extremo de helados y bebidas congeladas, por las noches uno tira al suelo la única sábana que tiene para taparse y lo mejor es dormir pilucho, porque no se aguanta nada, y lo peor es que no corre ni viento, ni una brisa, ¿te fijai?...qué horror, oye.
Antes capeábamos el calor jugando a la chaya. Nos tirábamos mutuamente agua y junto con refrescarnos nos divertíamos o nos íbamos en patota al río, regresando al crepúsculo cuando ya refrescaba. Y eso es un privilegio en nuestro país, porque la cordillera y el mar generan bajas temperaturas al atardecer y, por lo menos, podemos dormir bien.
Pero no seamos tan negativos. Somos favorecidos al tener cuatro estaciones y, por lo menos, pasamos la mitad del año con un clima agradable, porque el resto, tenemos frío y calor extremos. Esto ha sido siempre así y continuará sucediendo. No hay vuelta que darle.
En el verano también hay cosas positivas:

- La ropa se seca apenas en unos minutos cuando la ponemos en el cordel.
- No hay que ir a la Escuela.
- Andamos vestidos con ropa ligera y a pata pelá.
- En la Oficina el trabajo es más calmo.
- En las calles circulan menos vehículos.
- Hay muchas frutas y verduras de la estación que son tremendamente refrescantes. Disfrutar de una roja y heladita sandía de El Palqui es sentirse en el paraíso.
- Hay una gran variedad de espectáculos gratuitos.
- Hay amores de verano.
- Las niñas muestran el pupo.
- Podemos tomar helados de canela hasta que duela la frente.

¿Alguien tiene alguna sugerencia para alargar la lista? Por favor, recuerden las cosas positivas que decimos del verano cuando, en el invierno, estamos con el poto pegado a la estufa.
Como ya me está corriendo el sudor de la cabeza por la chuleta derecha, es el momento de ir a tomar una ducha por enésima vez. ¡Qué calor, por la cresta!