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Rey de Socos

domingo, 1 de mayo de 2011

FOTOGRAFÍA MINUTERA

La primera fotografía de la que se tenga constancia fue realizada en Francia en el año 1826 por Joseph-Nicéphore Niépce, quien utilizó placas de peltre, recubiertas de betún de judea y fijadas con aceite de lavanda. Tuvieron que pasar varios años de investigaciones, experimentos y pruebas para lograr obtener imágenes de personas de manera más o menos clara y permanente. 
Se une a Louis Jacques Mandé Daguerre y, juntos, logran el primer proceso de estas características, se llamó Daguerrotipo y se trataba de una imagen única grabada sobre una placa de plata. 
El modelo fotografiado debía quedarse quieto frente a la cámara varios minutos (es aquí donde nace la expresión “mire el pajarito”) y el costo de estos retratos era inaccesible para la mayoría de las personas.
Años después se fueron perfeccionando otras técnicas que permitieron reducir los tiempos de exposición, y los costos, de un retrato hasta hacerlo accesible a un sector importante de la población.
Con estas mejoras (negativo sobre papel o cristal y positivos sobre papel) la fotografía se convirtió en un fenómeno masivo, aunque la posibilidad de poseer una cámara fotográfica y conocer los secretos de esta técnica siguió siendo una actividad limitada a unos pocos.
A principios de siglo surge lo que luego se llamó fotografía minutera, un sorprendente invento para la época. Este tipo de fotografía poseía tres grandes ventajas comparada con la de estudio del mismo período:
  • La primera: la posibilidad de entregar un retrato terminado en pocos minutos (de aquí su nombre);
  • La segunda: su facilidad de transporte y autonomía, porque el equipo requerido era lo suficientemente liviano como para ser transportado por un solo hombre, lo que permitió a estos fotógrafos, y con ellos al nuevo invento, llegar a las plazas de pueblos alejados en donde la gente jamás había soñado con verse reflejado en una fotografía;
  • La tercera: su bajo costo, que permitió que miles de personas de escasos recursos pudieran acceder a un retrato.
Otra característica interesante era que cada fotógrafo era el diseñador y constructor de su propia cámara, lo que hace de cada aparato un objeto único e irrepetible, además de obtener en cada caso imágenes con características propias. 
Esto requería que se tuvieran conocimientos de óptica, química, carpintería, mecánica y un largo etcétera, porque el cajón era un mini cuarto oscuro, con todos los elementos de un laboratorio para ampliar, revelar, fijar y la secada se hacía a temperatura ambiente, por último, venía un corte rústico en una mini guillotina que le daba a la fotografía una estética propia de una auténtica, bella y aristocrática estampilla.
Como dato anecdótico, diremos que los fotógrafos minuteros necesitaban tener unos buenos bíceps para transportar su cámara, porque el cajón con su trípode, alcanzaban, fácilmente, los quince kilos, además, debían cargar un maletín de madera con todos los insumos necesarios.
Estos fotógrafos callejeros, sin darse cuenta, fueron artífices de importantes testimonios antropológicos e históricos ya que sus imágenes fueron, en muchos casos, el único documento que se conserva de una gran cantidad de personas y lugares. 
A pesar de esto, y posiblemente porque no ganaban tanto dinero como los fotógrafos de estudio de la misma época (que se dedicaban a retratar a personajes ilustres y familias adineradas) es que han sido desprestigiados como un campo menor de la fotografía y quizá por esta misma razón es que no existen datos históricos sobre su actividad.
Con los avances tecnológicos de la fotografía, estos originales fotógrafos con un laboratorio ambulante, que recorrían playas, paseos y ferias retratando a las personas “al minuto”, fueron desapareciendo. 
Ya no los vemos instalados en las plazas y alamedas con su caballo de madera o sus telones decorados con paisajes idílicos, barcos pesqueros, lujosos cruceros, aviones de guerra, elegantes automóviles e imágenes de Santos y Vírgenes. 
La llegada de la Polaroid, a finales de los años 40, fue la primera amenaza para estos artesanos del retrato, luego vinieron las cámaras fotográficas alemanas, norteamericanas y japonesas, cada vez más asequibles al público y, en la actualidad, se pueden tomar fotografías hasta con un teléfono celular. 
La magia ahora es tecnológica y se ha vulgarizado. Todos pueden tomar una foto. Pero no es lo mismo. No es lo mismo comer un pollo asado comprado en el supermercado, que prepararlo en su casa, con su propia receta, en el horno de su cocina, definitivamente tiene otro sabor, esa es la diferencia de las fotografías tomadas por estas cajas mágicas: tienen sabor, color y olor.
Mi respetuoso homenaje a los Fotógrafos Minuteros que aún sobreviven en alguna antigua plaza color sepia.

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