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Rey de Socos

domingo, 1 de septiembre de 2013

MALL

Si el consumismo fuese una religión, los Malls serían sus Templos sagrados. Desde que aparecieron, tímidamente, en los 80’s, se han ido convirtiendo, paulatinamente, en sitios obligados de peregrinación de una multitud de impulsivos feligreses, incapaces de resistir al apocalíptico apremio de comprar, sucumbiendo a la lógica hedonista: consume y sé feliz.
Allí todo está pensado para el “consumismo amigable”: vastos estacionamientos, anchos pasillos, brillantes como un convento de monjas de clausura: ni un pastelón desencajado, ni mojones de perro ni charcos de agua sucia, barro fresco o basura pestilente. 
Nos sentimos cautivados, embrujados y seducidos por una arquitectura atractiva, acogedora y artificial: palmeras, plantas y flores chinas de plástico, fuentes de agua cristalina, música ambiental soft en inglés, aire acondicionado, escaleras mecánicas, locales iluminados y decorados con atrayentes adornos de una infinita variedad cromática, baños higienizados con aroma a lavanda (dignos de meones y cagones pulcros) salas de cine agringadas hasta en el olor a pop-corn y un macdonalizado patio de comidas. 
En definitiva, Ir a un Mall es sentirse protagonista de la película “Confessions of a Shopaholic”, porque la idea de este perfecto glamour made in gringolandia, es que uno se idiotice, se le congele la sensatez, escape de su realidad de asalariado de clase media aspiracional tercermundista y se endeude,  como alienado, comprándoselo todo con mágicas tarjetas de crédito.
De lunes a domingo, de 10:00 a 22:00 horas, se ven familias completas, con abuela octogenaria incluida, recorriendo pasillos, mordisqueando cupcakes, galletas tip-top y donuts, vitrineando, ingresando a locales destacados con una gigantesca palabra SALE en neón, a pelearse por calzoncillos coreanos y medias tailandesas, de a tres por luca, probándose imitaciones de zapatillas de marca o, en el patio de comidas, donde se ve al guatón albondigonoso de barba crecida, con mujer guatona e hijos guatones, todos vestidos con buzo y zapatillas, devorando a tarascones un completo chacarero con la mayonesa chorreando y sacándose fotos para subirlas a Facebook o crear un wallpaper.
Un Mall está en eterno estado de OFERTA y cada mes hay un motivo para acudir, como fiel devoto, atraídos por la parafernalia carnavalesca que arman por: Inicio de clases, Semana santa, “Días”: de la Madre, del Padre, del Niño, de la Secretaria, del Amigo, de la Cahuinera, del Patas negras y del Awuevonao; Fiestas patrias, Haloween chilensis (otra copia de bajo presupuesto de USA), Navidad con nieve artificial y Año nuevo con cuetes importados.
Se supone que comprando dos poleras chillonas, made in China, por cinco lucas, pago pactado en treinta y seis cuotas; tomando helado Yogen fruz y zampándose un combo 100% colesterol, con una súper hamburguesa con carne de dudosa procedencia, papas fritas y gaseosa, extendiendo el combo con cuatro empanaditas de queso por ocho gambas, y siendo espectadores de un show gratuito de un humorista en decadencia, somos inmensamente felices.
Es, realmente, difícil resistirse a tanta instigación junta. Allí todo está dispuesto para tocar, probar, entusiasmarse y decidir. Tenemos Banco, cajeros automáticos y money exchange ahí mismo, no hay excusa para no continuar comprando como descerebrados.
Los Malls han cambiado la fisonomía de las ciudades y los hábitos sociales, culturales y mentales de sus habitantes, convirtiéndonos en autómatas consumistas crónicos; porque nuestros temas de conversación giran en torno a la última visita al Mall, a la evocación, enumeración y evaluación de lo que hemos comprado, lo que pretendemos y lo que no pudimos comprar, o sea, estamos inmersos en una espiral que sólo contempla satisfacciones, aspiraciones y frustraciones de consumo. Compro, luego existo.
El objetivo de Inversionistas usureros, Arquitectos vanguardistas y Marketeros oportunistas se ha cumplido a cabalidad, los Malls se han convertido en mini ciudades que lo tienen todo y es imposible que podamos vivir sin ellos, si hasta hacemos cola para entrar cuando se inaugura alguno… y vamos por más…
Las parejas ya no se juntan en la plaza, el parque o el bar de la esquina, se van a pololear a un Mall. Un cumpleaños no se celebra en casa,  es mejor en el Mall. - ¿Estai aburrío? - Vamos al Mall. -¿No tenís plata? -No te preocupí, comprai con tarjeta y cero atao, poh. – Tu pololo te pegó la PLR? - Te vai al Mall, a un happy hour, cantai karaoke, te sacai fotos, lo pasai la raja y te olvidai de los problemas, cachai?
Viva el consumismo fatuo. Vivan los Malls. Vivan las tarjetas de crédito. Vivan los endeudados. Viva Dicom. Viva la Pepa. 

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