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Rey de Socos

jueves, 7 de junio de 2007

JUEGOS DE NIÑOS


Cuando éramos unos desgarbados infantes en mi barrio de la Villalón, todas las tardes, luego de hacer las tareas pa’la casa, salíamos a la calle a jugar con nuestros vecinos. Necesitábamos sencillos elementos para entretenernos por largas horas: una desteñida pelota, un pañuelo raído, un palo de escoba o, por último, nuestras palmas y gargantas; pero lo fundamental eran los amigos.
A veces, hasta que oscurecía, estábamos todos sentados en el cemento jugando al “Corre corre la huaraca, el que mira para atrás se le pega una patá…”. Otras, el grupo se apoyaba en la pared de una de nuestras casas para que la chascona líder del grupo gritara con voz de alcaldesa: “Ha llegado una carta,… ¿para quien?, respondíamos a coro... para la Charo… ¿qué dice?...que camine a pasos de pulga… Luego le tocaba el turno al guatón cuatro ojos, que dirigía el coro para cantar. “Al pirulín, pirulín pirulero, cada cual entiende su juego…en que no lo entenderá, una prenda dejará…” y comenzaban a acumularse pulseras, pañuelos, cadenas de fantasía o un par de sandalias y hasta una pata de conejo que dejaban los distraídos. Las prendas se rescataban con inocentes penitencias.
Divertido también era jugar a las escondidas, se contaba hasta 100 y luego se salía a buscar a los ocultos participantes. No faltaba el que se escondía tan bien que no lo encontrábamos nunca. Entre hombres jugábamos a los rudos “cow boys”, con pistolas de plástico, mientras las niñas patas flacas bailaban: “Yo soy la marinerita, niña bonita del regimiento…y todos los soldados me saludan al pasar…”. No teníamos ningún inconveniente sexista para saltar juntos sobre un cordel que batían los más grandes o, sencillamente jugar al “luche” dibujado con tiza en la vereda. Tampoco era un drama integrar a las niñas para jugar al “paco y ladrón”, fabricarnos “zancos” con tarros de durazno o un teléfono con dos latas de arvejas y un hilo.
Entretenido era jugar al mate, que consistía en utilizar una piedra lo suficientemente esférica para poder golpear la del compañero y por cada golpe, se pagaba con el envoltorio de una cajetilla de cigarrillos doblada como imitando a un billete. Todos andábamos a la pesca de las cajetillas vacías de Lucky, Hilton o Belmont, tiradas en la calle, para doblarlas cuidadosamente y proveernos de “dinero”.
También recuerdo lo divertido del: “Juguemos en el bosque, mientras el lobo está…¿lobo estás?, donde participaba hasta la Mochy, mi perra; que resultaba hilarante cuando venía la “fiera” agarrando a los más chicos con un griterío que reventaba tímpanos; pero, todos queríamos seguir jugando, para arrancar, gritar y reírnos;… y, con la Mochy ladrando, obvio.
Éramos niños creativos, sanos y felices.

Dedicado a mis vecinos: Los niños Tamblay: Marcelino y el Sime; los Pereira García: Choly, Huka, Willy, Carlos y Romina; la Juanita Huerta, los Cifuentes Boyd: Mario, Marinka, Verónica y Vilma; los Montenegro: Hugo, Lautaro y Arturo, la Pacho, Mónica y Carmen; los Ovalle: Juan Carlos y la Moniquita Cecilia; la Chacha y el Jilo; los Segovia Quevedo: Pato, Leo, Lalo y la Mirita; la Luisa Jiménez, la Chabela y la Tala Peña y Lillo; los Torrejón Bonilla: Raúl, Rolando, Rosa; y los Regodeceves García: Tita, Mely, Cheve e Ivo.
Los llevo en el corazón.

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