Septiembre nos trae la primavera, el mes de la patria, actos y discursos en las Escuelas, declamación de poesías, desfiles, salvas de cañonazos al despertar, la ciudad embanderada, cuecas por la radio, casas pintadas y engalanadas, ricas empanadas de pino y venta de volantines, hilo curado, helados y caramelos. Septiembre es hermoso.
Si por esas eventualidades de la naturaleza, en el crudo invierno, hemos tenido, al menos, unas seis precipitaciones, podremos disfrutar de los cerros alfombrados de verdes alfilerillos, manchas de azulinos cebollines, añañucas rojas y silvestres amapolas amarillas al borde de los caminos; también blancos chaguales y florecientes cactus, que brindan, gratuitamente, un panorama que es un homenaje para la retina y para el olfato por los aromas a hierba fresca. El sol comienza a picar la piel y con las brisas ya se puede encumbrar volantines. En septiembre, Ovalle es hermoso.
En ese perfecto entorno, se realiza la tradicional pampilla dieciochera que no es un picnic o un paseo campestre cualquiera, sino que tiene características especiales por los elementos que la forman: rica comida y música típica, bailes folklóricos, juegos populares, entretenimientos y mucho más.
Las ramadas se adornan con cadenetas y globos tricolores y aparece por ahí uno que otro aperado huaso bailando, con su buena moza china, una cueca bien zapateá. Todo se viste de fiesta. El ambiente dieciochero es hermoso.
Entre los historiadores no hay acuerdos para determinar el origen de esta fiesta; algunos dicen que se remonta al año 1854, cuando se realizaban diversas prácticas militares los días 18 y 19 de septiembre. Otra de las creencias es que el origen de esta celebración viene desde 1810 con la creación de la Primera Junta de Gobierno. La última dice que los inicios son en el vecino puerto de Coquimbo, que era permanentemente atacado por piratas y corsarios. Un día, la población decidió organizarse y enfrentar a estos detestables personajes que causaban el temor en esas tierras.
Fue así como un 20 de septiembre de 1680 el pirata Bartolomé Sharp debió escapar de la turba que lo enfrentó a su llegada a la bahía. Se supone que esto habría sido lo que motivó que cada año, en esa misma fecha, se organizara en ese lugar una gran fiesta popular que duraba hasta la madrugada.
Las versiones sobre los comienzos pueden ser diversas, pero lo cierto es que la Pampilla es algo muy entretenido: observar las carreras a la chilena o participar en las competencias de ensacados o con los pies atados, el palo encebado o pillar al chancho enjabonado.
Muy divertida es la prueba de atrapar, sólo con la boca, una sorpresa depositada en el fondo de un plato lleno de harina cruda.
Es lindo elevar volantines, comer algodón de azúcar, dar una vuelta en las sillas voladoras de los carruseles, jugar, por las noches, a la lotería y ganarse un tarro de durazno o una botella de Martini; andar con los bolsillos llenos de bolitas de vidrio, con un trompo, un emboque de madera y un par de tiqui-taca.
La Pampilla de Los Peñones era un día de campo placentero, hasta podíamos pegarnos un piquero en el cristalino río Limarí y regresar a la ciudad con el cuerpo colorado como jaiba cocida y la cara sucia luego de haber comido sandías de El Palqui; con un parche curita en un dedo y un siete en la rodilla del pantalón, pero con el corazón henchido en el pecho luego de haber participado en cuanta competencia pudimos y con más de una luca en el bolsillo.
En septiembre, ser chileno en Ovalle te llena de orgullo. ¡VIVA CHILE!
Si por esas eventualidades de la naturaleza, en el crudo invierno, hemos tenido, al menos, unas seis precipitaciones, podremos disfrutar de los cerros alfombrados de verdes alfilerillos, manchas de azulinos cebollines, añañucas rojas y silvestres amapolas amarillas al borde de los caminos; también blancos chaguales y florecientes cactus, que brindan, gratuitamente, un panorama que es un homenaje para la retina y para el olfato por los aromas a hierba fresca. El sol comienza a picar la piel y con las brisas ya se puede encumbrar volantines. En septiembre, Ovalle es hermoso.
En ese perfecto entorno, se realiza la tradicional pampilla dieciochera que no es un picnic o un paseo campestre cualquiera, sino que tiene características especiales por los elementos que la forman: rica comida y música típica, bailes folklóricos, juegos populares, entretenimientos y mucho más.
Las ramadas se adornan con cadenetas y globos tricolores y aparece por ahí uno que otro aperado huaso bailando, con su buena moza china, una cueca bien zapateá. Todo se viste de fiesta. El ambiente dieciochero es hermoso.
Entre los historiadores no hay acuerdos para determinar el origen de esta fiesta; algunos dicen que se remonta al año 1854, cuando se realizaban diversas prácticas militares los días 18 y 19 de septiembre. Otra de las creencias es que el origen de esta celebración viene desde 1810 con la creación de la Primera Junta de Gobierno. La última dice que los inicios son en el vecino puerto de Coquimbo, que era permanentemente atacado por piratas y corsarios. Un día, la población decidió organizarse y enfrentar a estos detestables personajes que causaban el temor en esas tierras.
Fue así como un 20 de septiembre de 1680 el pirata Bartolomé Sharp debió escapar de la turba que lo enfrentó a su llegada a la bahía. Se supone que esto habría sido lo que motivó que cada año, en esa misma fecha, se organizara en ese lugar una gran fiesta popular que duraba hasta la madrugada.
Las versiones sobre los comienzos pueden ser diversas, pero lo cierto es que la Pampilla es algo muy entretenido: observar las carreras a la chilena o participar en las competencias de ensacados o con los pies atados, el palo encebado o pillar al chancho enjabonado.
Muy divertida es la prueba de atrapar, sólo con la boca, una sorpresa depositada en el fondo de un plato lleno de harina cruda.
Es lindo elevar volantines, comer algodón de azúcar, dar una vuelta en las sillas voladoras de los carruseles, jugar, por las noches, a la lotería y ganarse un tarro de durazno o una botella de Martini; andar con los bolsillos llenos de bolitas de vidrio, con un trompo, un emboque de madera y un par de tiqui-taca.
La Pampilla de Los Peñones era un día de campo placentero, hasta podíamos pegarnos un piquero en el cristalino río Limarí y regresar a la ciudad con el cuerpo colorado como jaiba cocida y la cara sucia luego de haber comido sandías de El Palqui; con un parche curita en un dedo y un siete en la rodilla del pantalón, pero con el corazón henchido en el pecho luego de haber participado en cuanta competencia pudimos y con más de una luca en el bolsillo.
En septiembre, ser chileno en Ovalle te llena de orgullo. ¡VIVA CHILE!
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