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Rey de Socos

jueves, 7 de junio de 2007

MATINÉE


Dentro de nuestras sanas entretenciones de adolescentes, en los 60-70s, no podía faltar, el domingo, la ida a la matinée, al Cervantes o al Nacional, que comenzaba a las catorce horas en ambas salas. 
Los pitucos iban a platea y el populacho siempre se encaramaba en galería. 
Era una buena ocasión para buscar entre las niñas alguna mirada cómplice por si se presentaba la posibilidad de un soñado pololeo. Aunque mi amigo y compañero, el guatón Navea, aprovechaba los momentos previos a la función, para arrendar su colección de revistas Disneylandia, La pequeña Lulú, El llanero solitario y otras tantas.
El maní tostado y confitado, los chocolates huke y los caramelos ambrosoli, (si eran los old england toffee, tanto mejor); eran habituales antes de entrar, aparte de ser una excusa para ofrecerle a la niña que nos gustaba, cuando teníamos la suerte de sentarnos a su lado: … ¿Querís una pastilla? 

La marcha militar, las luces apagándose, junto a la lenta apertura de los cortinajes, era la señal que debíamos acomodarnos, porque se iniciaba la proyección. 
Primero nos tragábamos la publicidad estática, con locución en “off”, de las casas comerciales locales y luego “El mundo al instante”, que nos traía imágenes de las maravillas que sucedían en Alemania; posteriormente venían las “sinopsis” de los filmes que se estrenarían PRONTO EN ESTA SALA y ya quedábamos enganchados para la próxima semana. 
Las luces de las linternas de los acomodadores indicaban la llegada de algún par de atrasados que se acomodaban con los correspondientes: - Permiso, disculpa…
En ese horario se programaban sólo producciones para menores. 

Disfrutamos de una infinidad de western, los balazos y los duelos nos encantaban, si eran de indios, fascinante, porque todos aplaudíamos el momento en que aparecían los soldados azules tocando la trompeta, para salvar a los jovencitos que estaban a punto de sucumbir a punta de flechazos. (Algo que cambió, años más tarde, en “Danza con lobos”, cuando Kevin Costner nos demostró que los malos eran, precisamente, los azules). 
También nos gustaban las de romanos, cuando los musculosos gladiadores las veían duras luchando contra otros esclavos o leones hambrientos, mientras un amanerado César inclinaba sin piedad el dedo gordo hacia abajo... 
Luego vino toda la onda argentina con películas de Palito Ortega, Sandro, y, qué decir de las mexicanas de Cantinflas, Enrique Guzmán, las españolas de Rocío Durcal, Marisol, el Dúo dinámico, Raphael. 
Cómo olvidar las de Tarzán y la mona chita. Hubo películas que fueron un suceso, como “Rebelde sin causa”, con James Dean, Nataly Wood y Sal Mineo; “Love story” con Ali MacGraw y Ryan O’neal, “Romeo y Julieta” con Olivia Hussey y Leonard Whiting y “Lo que el viento se llevó” con Vivien Leigh y Clark Gable.
En nuestras casas, dependía de cómo nos habíamos portado, tanto en la escuela como en la casa, para obtener permiso y plata para ir al teatro. La amenaza y el castigo clásico de nuestros padres era: - “el domingo no vas a ir a matinée, cabro de miéchica” .

Algo que hoy me parece paradójico, por decir lo menos, era la estricta clasificación de algunas películas para mayores de 21 años y el empeño que hacíamos para poder entrar a las funciones de Vermouth o Noche. Al analizar ahora esos filmes “prohibidos”, suena a humorada, porque, seamos honestos, aparte de una teta y un poto pelado, no se veía NADA.
Extraño las idas a “rotativa”, los zapateos de nervios cuando las cosas se ponían color de hormiga en las películas de acción, las risas espontáneas cuando veíamos comedias y el susto sin medida cuando venían los vampiros y mordían a las jovencitas o los muertos salían de las tumbas de los estremecedores cementerios. 

Extraño los “shiits”, pidiendo silencio cuando los desubicados de siempre metían bulla, si algún roto se tiraba un peo o un eructo o si alguien vociferaba una buena talla y la carcajada era general. 
Extraño esos cortes cuando el celuloide se quemaba y el rechifle hacía estremecer la sala. ¡Ya puh, cojo, oh, saca la pata del enchufe!

Los ovallinos también tuvimos nuestro “Cinema Paradiso”, si, Señor.

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