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Rey de Socos

jueves, 7 de junio de 2007

LA FERIA

Ha sido lo que ha caracterizado el movimiento de la ciudad desde siempre. Es como la tarjeta de presentación de la Perla del Limarì: brinda intercambio comercial, social, transporte; y es el reflejo de cómo se han dado las cosas en la zona: Allí se nota cuando hay abundancia de todo, cuando los porotos granados no se encuentran o cuando dicen con pena: “no tengo peras de pascua, casero, se dieron muy chicas,...¿no ve que este año llovió poco?”.
El ajetreo comienza la noche anterior, con la llegada de los camiones con sus cargas, iniciando la jornada de madrugada: armado de los puestos, acomodar fruta, verdura, huevos, flores, harina tostada, quesos, berenjenas, luche, cochayuyo y pescado. 

Hombres y mujeres se dedican con ahínco a la tarea de preparar el lugar, con sacos y cajones al hombro. 
Siempre está presente la talla espontánea, el comentario, la broma en doble sentido, se trabaja sonriendo y en buena onda. Cuando todo está listo, llega el momento de sentarse en un cajón a tomar el desayuno con una buena taza de té, en un viejo jarro de loza saltado y un generoso sanguche de queso de cabra.
Es un lugar para ir de compras y socializar; recrear la retina con el festival de colores que brindan las zanahorias, limones, tunas, naranjas, manzanas verdes y rojas; además de disfrutar de los agradables aromas a comino, cilantro, menta, hierbabuena, hinojo, damasco y oír los pregones de los feriantes: “barata la papa, casera”, “alcachofas, ocho por luca”; o a la señora que, hace tiempo, vendía hierbas medicinales: “toronjil cuyano, matico, hierba luisa, romero, eucaliptos...toy olorosa, toy olorosa”; ver pasar al anciano que ofrecía las famosas peinetas “pantera” y encontrarse con la “chata Rosa”, bien peinada, ataviada con un vestido inverosímil: casi ajustado, casi llamativo, casi de bataclana; con zapatos antiguos y labios pintados de rojo furioso, ofreciendo sus bolsas plásticas.
Desde hace tiempo se ubica en (lo que era) la enfierrada y mohosa Maestranza, pero no ha perdido el encanto que otrora tenía en Alameda o en David Perry. 

Se ha extendido el abundante y colorido comercio de ropa, zapatos reciclados con “media suela”, artículos de plástico y siempre puedo encontrar por ahí algunos amarillentos ejemplares del “Reader Digest” de los 60’s, una baraja de naipes y un matamoscas. 
Es agradable probar las tentadoras aceitunas amargas ahí mismito, cuando te las ofrecen en un cucharón. Ah!, nunca olvido el apio, las papayas, un fresco atado de berro y una sierra ahumada.
Después del almuerzo de los pueblerinos, con el típico plato de jurel frito con ensalada a la chilena; el movimiento cede en el sector para dar paso al del centro, donde acuden presurosos a comprar ropa, zapatos nuevos, abarrotes, música mejicana; para terminar en el “Roseland” o en “La cueva del chivato”, bebiendo un metro cuadrado de tibias cervezas escuchando el “Corre, corre camioncito”.
En el lugar ha quedado el rastro de una jornada febril: lechugas mustias esparcidas por doquier, unas cuantas chalas de choclo; cáscaras de tunas, sandias, melones, nueces, maní y los tomates que no se vendieron por maduros. 

Hay que barrer, ordenar y limpiar todo. Guardar lo que ha quedado, cargar el carretón de los fletes y prepararse para la próxima jornada del lunes, miércoles o viernes..."el día de Feria”.

¿Qué andai haciendo por acá? ¿Estai de vacaciones? ¿Cómo te ha ido? ¡Anda pa’ la casa, puh!...Me encanta ir a la feria.

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