Egresar de cuarto medio es culminar, con éxito, una etapa de estudios.
El último día de clases se convierte en una loca fiesta y lo dedicamos a firmar autógrafos y escribir mensajes pueriles en la camisa, hacer repollos con los cuadernos y unas cuantas bromas pesadas.
Ya no más colegio.
Lo que nos espera, en unos días, es la ceremonia de graduación, en donde recibiremos oficialmente un diploma que acredita nuestro egreso y que, teóricamente, estamos preparados para ser y hacer algo en esta vida.
Para presentarse correctamente, hay que mandar el uniforme a la tintorería, comprar camisa y corbata o pedir prestada una chaqueta decente y pegarle convenientemente la insignia…porque…¿para qué le vamos a comprar uniforme nuevo, mijito, por Dios, si lo va a usar un solo día?
Por lo general, los directivos del Colegio, conseguían el teatro Nacional o el Cervantes, sin importar si un safari de ratones nos pasaría por las patas.
Los minutos previos, sirven para amononarnos mutuamente el nudo de la corbata, compartir el mismo trapo para sacudir el polvo acumulado en los zapatos Cardinale, acomodarnos las mechas paradas, preguntarnos cómo nos había ido en la PAA y así felicitarnos o envidiarnos.
La ocasión requiere estar lo mejor presentados posible.
El teatro está lleno (y las pulgas felices), lucimos como milicos prusianos a punto de desfilar en una Parada militar: impecables.
La solemne marcha triunfal de “Aída”, indica el momento de ingresar en fila india hacia los asientos reservados. Aplausos de nuestros padres y toda la parentela, a los que habíamos invitado con un tríptico de papel telado, impreso con letras doradas.
Y se da comienzo al empaquetado acto: entonación del Himno Nacional, dirigido por el profesor de música, quien emite las primeras notas con un violín de museo; Himno del Colegio, discurso del director, del profesor jefe y del “Mateo” chupamedias, representante de los alumnos.
Aplausos y más aplausos, una presentación artística para amenizar el asuntito y luego, el esperado momento de la larga nómina: escuchar tu nombre, subir al escenario, pasada de mano, recibir el diploma, abrazo, pasada de mano nuevamente y regresar al asiento con metástasis emocional.
Luego, premios para los destacados, el profe de Castellano recitando un poema de Amado Nervo: …”Vida, nada me debes, vida, estamos en paz…”
Aplausos, inicio del canto…“Llegó la hora de decir adiós, decir adiós, digamos al partir nuestra canción, nuestra canción. No es más que un hasta luego, no es más que un breve adiós muy pronto junto al fuego nos reuniremos”.
Aplausos. Llanto a moco tendido. Despedida. Todos a la plaza. Abrazos y regalos de los parientes: máquina de afeitar eléctrica, agenda, un lápiz parker, billetera, colonia Rodrigo Flaño y corbata chillona…
- Lo felicito, mijito
- Estamos muy orgullosos de usted
- Le va a ir bien en la universidad, usted es re’habiloso
Lágrimas de la mamá, que no deja de besarte, el papá que te aprieta con orgullo y todos sacando pañuelos desechables para enjugar lagrimones.
Fotografía con todo el grupo, el graduado con sonrisa lerda y el diploma expuesto como un trofeo.
Más abrazos...
- Que rico, que linda estuvo la ceremonia
- Qué regio su profesor jefe…¿ah?,
- Se veían tan buenos mozos todos, ay, si estoy tan contenta, mijito:
- ¿Nos vamos p’a la casa a celebrar con un rico almuerzo que preparó la tía Maruja?,
- Compramos helados en el Olmedo y nos vamos altiro.
- A la noche celebra con sus amigos, pues, ahora es con la familia… ¿ya?
Y bueno, adiós a los yuntas, a los profesores, abrazos por doquier:
- Que le vaya bien,
- Usted tiene futuro,
- Acuérdese siempre de su Escuela,
- No se olvide de nosotros.
- Un orgullo haberlo tenido como alumno, pues joven.
-¡Felicitaciones!.
En un desvencijado muro de la casa materna, podemos aún observar un diploma, enmarcado en la vidriería Angotzi, al que ya, casi, se le ha desteñido tu nombre escrito con letras góticas. Ese pedazo de cartulina amarillento, es vestigio de una hermosa etapa de tu vida, que llevarás, por siempre, grabada en el corazón.
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