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Rey de Socos

jueves, 7 de junio de 2007

EXÁMENES

Si hago esta prueba con un ojo cerrado, una mano atada a la espalda y saltando en una pata.Puedo obtener una A por esfuerzo?

Cada final de año, en las primeras semanas de diciembre, cuando amanece más temprano y comienzan los cálidos adelantos de lo que será el verano, era típico que, en la Villalón, nos levantáramos a las seis de la mañana, paseándonos por la plazoleta, la cancha o por donde fuera, con los cuadernos como repollo, para estudiar con el fresco, porque había que rendir exámenes finales.
El asuntito se hacía paseando, repitiendo en voz alta que los metacarpianos son cinco huesos que componen la parte media de la mano y que en el triángulo rectángulo, la suma de las áreas de los catetos es igual al área de la hipotenusa.
Algunos porros trataban de salvar todo un año de flojera, estudiando como condenados al cadalso, porque se presentaban con un promedio bajísimo, y te jugabas, si o si, tres alternativas: ser promovido, quedar para marzo o repetir curso.
El cuento era re’complicado, había exámenes orales y escritos, donde se ponía a prueba la memoria con la mirada p’al techo, recordando que el desastre de Rancagua fue el último de los enfrentamientos de la Patria vieja y que había ocurrido el 1 y 2 de octubre de 1814, redactándolo de una manera distinta a como estaba en el cuaderno, para que el Profe no pensara que uno había copiado o que la respuesta se la había soplado el Godoy Moroso.
El torpedo, en los exámenes escritos, era un aliado y fiel compañero, sobre todo para fechas y números, porque es bien difícil recordar que el valor de Phi es 3,1416 y que el logaritmo de dos es 0,301030; para fabricarlos y ocultarlos, éramos muy creativos, porque se escribían en un boleto de micro, en las mangas de la camisa, en la superficie de la goma, en fin, cada uno se las arreglaba para camuflarlo de la mejor manera posible. 
Algo que no servía en los orales, porque desde que el Profe entraba a la sala, perdonando vidas y con cara de desquite, a uno se le hacía un nudo en la guata y rogaba a los ángeles y a los demonios que no te tocara de los primeros. 
Si no te sabías la respuesta, el torpedo era inútil, a menos que te lo hubieras aprendido de memoria. El silencio en un examen era sepulcral; el Profe hacía separar los bancos y había fila A y B, por lo tanto, el tonto Morales siempre arriesgaba una tortícolis preguntando desesperado hacia todos los flancos: dime la sei…dime la sei... 
Ahí no tenías escapatoria, o habías estudiado o algún ángel salvador te dictaba las respuestas, para salir airoso con un cuatro coeficiente dos, que te daba un tres coma seis total, el cual subía automáticamente a cuatro. Y ya estabas al otro lado. Bendito sistema.
Quedarte repitiendo es una maldición. Primero, en la casa, eres como un mal nacido: porque no puede ser, mijito por Dios, que haya repetido el año; tanto sacrificio, tanto gasto, tanta preocupación, para que el perla se permita repetir, y de puro pailón, ah, no, si yo siempre dije que la mala junta, a este cabro lo iba a echar a perder, sus amiguitos, poh, y, lo peor de todo, es que eres un niño habiloso. No hay matinée, no hay regalo de Navidad, no hay vacaciones en Guanaqueros y te la vas a pasar encerrado enero y febrero estudiando aquí en Ovalle, cabro de porquería, oh.
En el colegio, repitente equivale a ex convicto, porque quedas marcado por todo un plantel, te separan de tus yuntas, debes recursar todos los ramos, leer los mismos libros y la cantinela del todo el año es: “Como usted es repitente, se tiene que saber esta materia….”Ah, ya, gracias, profesor…”
Con el paso de los años, uno aprende que debe obtener buenas notas desde el principio, para llegar a los exámenes tranquilo, de modo que, si te sacai un dos coma cinco final, con el promedio, pasai igual con un cuatro pelao.

Ojala, nuestra generación hubiese tenido los recursos con que cuentan los cabros de ahora para estudiar. Habríamos sido genios.

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