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Rey de Socos

jueves, 7 de junio de 2007

LOCOMOCIÓN COLECTIVA

Releyendo “Lo comido y lo bailado...Ensayos sobre la vida misma”, de Pablo Huneeus, en su primera edición de abril de 1980, encontré en el interior un viejo boleto de locomoción colectiva de Santiago. Debí dejarlo allí, en medio de sus amarillentas páginas, como señalador, porque en esos años debía tomar dos micros para llegar a la Universidad, una de Puente alto, que iba por Américo Vespucio, para bajar en plaza Egaña y tomar una liebre, de esas verdes, (las “Marujas”) que me dejaba en la puerta del Campus oriente de la Católica. 
Ese cotidiano viaje, de más o menos 90 minutos, me permitía disfrutar del vicio de leer ida y vuelta, porque luego de tanto desplazamiento, uno se aprende de memoria la ruta y hasta se encuentra todos los días con la misma gente, con la idéntica cara triste, por lo tanto, es mejor llevar un libro en la mano y aprovechar el tiempo.
En uno de esos heroicos viajes, una mujer armoniosamente rellenita, de unos 35 años, subió al micro y mostró su carné de estudiante. Al ofrecerle las diminutas monedas al chofer; éste, irónicamente, le dijo: “Parece que se le hizo medio tarde para ir a la Escuela…ah? A lo que ella, resueltamente, le respondió: “Pero, parece que a usted se le hizo más tarde que a mí, porque lo veo manejando una micro…” Chora la comadre. Me encantó su respuesta.
En otra ocasión, un pergenio de unos seis años, luego de cantar, nos da una memorizada arenga: “Señores pasajeros, mi intención no fue molestarlos, sólo pido unas monedas…; la plata que ustedes me dan, no me la fumo ni me la tomo ni menos me la gasto en mujeres…” allí la carcajada fue general y todos buscamos el monedero para darle, a este pobre niño explotado por un hábil adulto, una moneda, y así pagar un grato momento en el viaje.
La locomoción colectiva en Ovalle no fue, no es y no será nunca como en la capital, porque allí los viajes son cortos para todos lados, es inútil llevar un libro y tratar de concentrarse, porque en menos de lo que canta un gallo, se llega a destino. 
En los 70s era impensable un mendigo, un cantante o un vendedor con la promoción del año. También teníamos nuestras liebres, que recorrían hacia la JTO, Atenas, al Cementerio, a la Villalón y la 21, pasando por el Romeral y casi todas daban la vuelta en Portales, dando inicio nuevamente al recorrido por la extensa Vicuña Mackenna. 
Los números no le complicaban la vida a nadie, porque eran del 1 al 6. No había dónde perderse. Era fácil tomarlas en todas partes, se detenían en donde uno levantara la mano y, al bajar, era a gusto del pasajero: -“en la casa amarilla, por favor”…”-en los dos postes me deja no más, caballero, y gracias…ah?”
Eran los tiempos cuando los chóferes se bajaban para ayudar a la señora con el coche del bebé, o para dejar en la vereda las pesadas bolsas de verduras que traía la abuela de la feria; cuando los estudiantes daban el asiento y las liceanas cargaban una de las guaguas de la afligida señora atiborrada de chiquillos. 
Es agradable constatar, que muchas de esas buenas costumbres se conservan entre mi gente, aún ahora en pleno apogeo y sobresaturación de los taxis colectivos sobre nuestras, otrora, tranquilas calles. 
Si uno va con paquetes o maletas, le abren la cajuela para cargarlos cuidadosamente, le paran frente a la casa y se despiden caballerosamente. 
Lo más interesante es que ahora van a una gran cantidad de pueblos rurales, claro que la consigna es: cuando el auto se llena, nos vamos…Tenemos colectivos hasta para ir a Tabaqueros, un caserío que se encuentra a continuación del Tranque Recoleta.
El “Transovalle” siempre funcionó a las mil maravillas y aún lo hace. Resulta paradójico, eso si, constatar que son los autos quienes andan en búsqueda de pasajeros. En Santiago eso sería un sueño dorado. 
Los ovallinos aguantamos con estoicismo la larga fila de colectivos que sobresatura la calle Libertad, para poder llegar pronto a la esquina de la Plaza de armas. Nadie arma una tragedia griega. No cambio por nada un tranquilo viaje en locomoción colectiva en Ovalle.

Caballero: ¿Pasa por la Villa Los Naranjos?

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