Nuestra generación utilizaba unos pesados aparatos negros, de plástico duro, que cuando se levantaba el auricular, respondía una diligente operadora con voz programada: ¿Número? uno dictaba la cifra de un dígito, máximo tres, ella lo repetía, se producía un sonido de enchufe y comenzaba el característico ring-riiiing de punto-raya.
Como los que tenían receptor eran contados, era habitual usar el teléfono público del negocio de la esquina. Se pedía llamada con tiempo y tarifa, y luego de colgar, a los segundos, devolvía la llamada la voz programada: “Son diez pesos, con veinte centavos…” Si uno quería comunicarse para El Palqui o Punitaqui, el sistema era con mensajero, de modo que, luego de unos quince minutos, te llamaban de vuelta:…hablen…! poniéndote con la persona con la que querías conversar. El servicio era más caro, obvio.
Un llamado de larga distancia era mucho más complicado, primero escuchabas todos los sonidos emitidos por la manipulación de teclas que hacía la operadora y te preparabas para gritar como deschavetado, porque el audio era de pésima calidad y, por lo general, había interferencias…Si uno iba a llamar a la CTC, podía escuchar, claramente, conversaciones ajenas:
Aló?...cómo están todos por allá?…bien, oye, nosotros estamos bien, todos alentaditos…mi tia Eduviges les manda muchos saludos…bien ha estado mi tía,..¿Aló?… oye…hace harto calor aquí en Ovalle …¿ah?...dime, como está la Chabela…¿ha crecido?...¿Aló?… la hemos echado harto de menos, oye…¿ah? dile que la esperamos pa’las vacaciones, que vamos a ir al río, que le gusta tanto… ¿Aló?…ayer te mandamos una encomienda por andes mar bus…por andes mar bus…te digo que va por andes mar buuuuuuuuuus…!
Teníamos harto respeto por el aparatito, el que, algunas veces, te producía un leve cosquilleo eléctrico en los labios, que pensabas que te iba a electrocutar.
Cuando uno contestaba, casi siempre lo hacía jadeando, porque el punto raya, primero te hacía saltar y luego correr, porque: o era algo muy importante o una mala noticia, sobre todo, si sonaba como a eso de las siete de la mañana; ya que así nos enterábamos que había nacido Claudito, pesando tres kilos ochocientos (puchas el cabro pa’grande pos’oye) que a la tía Eduviges la habían llevado grave al jota jota Aguirre, que el abuelo Remigio había sufrido una apoplejía o que a la bis-abuela Nicasia se le había ocurrido la brillante idea de estirar la pata.
Por eso es que la palabra teléfono te provocaba escozor, sobre todo si te venían a golpear la puerta y decirte que debías acudir pronto a la cabina del negocio de la vieja Eulalia. Como todo el mundo se enteraba de lo que hablabas, era fijo que ahí mismito recibías felicitaciones o pésames, dependiendo de la noticia.
Cuando uno contestaba, casi siempre lo hacía jadeando, porque el punto raya, primero te hacía saltar y luego correr, porque: o era algo muy importante o una mala noticia, sobre todo, si sonaba como a eso de las siete de la mañana; ya que así nos enterábamos que había nacido Claudito, pesando tres kilos ochocientos (puchas el cabro pa’grande pos’oye) que a la tía Eduviges la habían llevado grave al jota jota Aguirre, que el abuelo Remigio había sufrido una apoplejía o que a la bis-abuela Nicasia se le había ocurrido la brillante idea de estirar la pata.
Por eso es que la palabra teléfono te provocaba escozor, sobre todo si te venían a golpear la puerta y decirte que debías acudir pronto a la cabina del negocio de la vieja Eulalia. Como todo el mundo se enteraba de lo que hablabas, era fijo que ahí mismito recibías felicitaciones o pésames, dependiendo de la noticia.
A las madres siempre les aquejaba un justificado ataque de espanto cuando la lola de la casa comenzaba a pololear o cuando las chiquillas liceanas llamaban a cada rato al pailón de la familia, porque se pegaban por horas al asuntito, lo que significaba que al momento de recibir la cuenta se escucharan alaridos por el alto costo, y las amenazas de cortar definitivamente la línea, …porque no es posible, niños por Dios, tanta plata que se gasta en teléfono en esta casa.
Como los tiempos han cambiado considerablemente, hoy no se concibe que alguien no tenga un celular adherido en alguna parte del cuerpo y cuando le suena a uno, todo el mundo a su alrededor se toquetea, lo saca y chequea para comprobar si la melodía del “baile del perrito” la emite el suyo. Extraño el ring, riiing de punto-raya.
Hoy en día, cuando viajamos en bus para Ovalle, es habitual que, desde la partida, los sonidos más inverosímiles interrumpan el plácido viaje y los pasajeros, al contestar, utilicen el mismo decibel de una antigua y nostálgica llamada de larga distancia: Aló? Si, ya pasamos el peaje de Pichidangui, yo calculo que en dos horas estamos por allá. Ya….ya….ya….ya oh….si….ya….ya...
2 comentarios:
Oye diaguita, te acuerdas de los teléfonos a magneto?, de esos que había que darle cuerda?; mi tía Lucha alcanzó a tener de esos que se separaban la base del auricular (más antiguos que no sé que), con el auricular en la oreja te parecías al perro de RCA Victor jajaja
Hola Huevo: Gracias por postear; pero, como lo dejé claro en "El Almacén", yo soy de la perlina p'adelante, parece que tu eres de los tiempos de los Boleros del Lucho Gatica y de los bailes de la Tongolele. De esos teléfonos que mencionas, los he visto en algunas casas como adorno. No sabes las ganas que tengo de robárselo a un amigo que tiene uno hasta barnizadito. Me conformo con tener una radio como la que aparece en "Radioteatros", esa me la regaló un gran amigo de Santiago, tiene tubos y funciona, además tengo una cámara fotográfica con fuelle, un reloj mural con péndulo, un reloj de arena y una lámpara de velador de bronce, con tubo rosa y tulipa blanca, una herencia de mi Abuela de El Palqui.
Gracias nuevamente por postear.
Memo
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