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Rey de Socos

jueves, 7 de junio de 2007

BOMBEROS

El sonido familiar de la sirena del mediodía en Ovalle es inconfundible. 
En ese momento, todos le damos una ojeada rápida al reloj, como para comprobar que efectivamente es la hora; algunos fruncen el seño, otros esbozan una sonrisa, la mayoría apura el tranco, a ninguno le es indiferente: ...Ay, niña, por Dios, ya son las 12 y todavía no tengo listo el almuerzo!
Cada vez que se produce un incendio o algún accidente, a la hora que sea, escuchamos ese atemorizador sonido; eso quiere decir que debemos encender la radio y esperar que el acartonado locutor lea la rebuscada redacción de la nota con voz impostada: 

“El llamado de la sirena del Cuerpo de Bomberos es para a acudir a un amago de incendio en la parte alta de la ciudad, en el sector de la Población Media Hacienda... repetimos...”
Luego nos asomamos a la ventana para ver pasar a los bomberos voluntarios de nuestro barrio, corriendo ágiles y presurosos, a lo Forrest Gump, con el clásico casco negro con un número dorado al frente. 

Son esos tipos generosos, que por un pago de nada, acuden a ayudar a sus semejantes en dificultades. Esos gallos con un corazón noble que producen admiración, que sólo saben que están dispuestos a socorrer sin mirar a quién. 
Son los que nunca predican desde un barnizado púlpito y hacen por el prójimo lo que Dios manda. Son los que testimonian que aún quedan entre nosotros hombres altruistas; que todavía es posible encontrar seres humanos que hacen algo por los demás sin esperar ninguna recompensa. 
Todos les tenemos simpatía. Nos enorgullecen en los desfiles cuando marchan viriles y elegantes con su tenida de parada y siempre sacan aplausos. 
Son nuestros queridos Bomberos.
Pero ahí no más nos quedamos, en pura simpatía, o sea, cuando nos tocan el corazón. 

Porque cuando debemos tocarnos el bolsillo y sacar algún billete para ayudarles, puchas que nos duele. 
Y bueno, hacemos un acto tranquilizador de conciencia y sacamos la moneda de menor valor y se la tiramos al tarro con furia, para que suene. Ellos igual la agradecen. No nos damos cuenta que esa ayuda no es para ellos, sino para nosotros mismos, para que acudan a nuestro socorro cuando los necesitemos. Nadie está libre. 
Y, cuando nos suceda, ellos igual van a estar allí y no nos van mirar la cara, ni recordarán si les hemos dado una escuálida moneda o un jugoso billete. Sencillamente harán lo de siempre: correr presurosos dejando lo que estaban haciendo, ponerse orgullosamente el casco, encaramarse rápidamente al carro de su compañía y comenzar a preparar el material: instalar mangueras, escaleras, chuzos, baldes, en fin; ellos sólo saben que deben hacer expirar el fuego como sea, esa es su finalidad, para eso se han entrenado, para vencer el peligro, para mitigar el dolor y las penas de los otros. 
No les importa si se van empapar y ensuciar el pantalón que recién habían estrenado o la camisa impecable que estaban usando. 
No se preocupan si se van a asfixiar con el espeso humo o si van a sufrir algún aplastamiento o saldrán también ellos quemados. 
Sólo saben que deben luchar contra ese enemigo en el menor tiempo posible. Para ellos cada segundo cuenta. Son nuestros queridos Bomberos.
Una tradición sobrecogedora son sus funerales nocturnos. El féretro del voluntario es transportado en el carro de su Compañía; acuden todos, no falta ninguno. La sirena del Cuartel le da la despedida al voluntario caído y suben al Cementerio silenciosos en un cortejo que impacta, hace reflexionar y crea un nudo en la garganta. Un compañero menos, una persona noble que deja este mundo. Debemos despedirlo como lo merece.
Le sugiero que la próxima vez, cuando usted vaya por la calle o en su vehículo y vea dos rostros sonrientes con un casco de Bombero y una alcancía; saque el billete más grande, dóblelo bien y póngalo en la ranura como una ofrenda; que no emita ningún sonido, que nadie sepa cuanto dio; y habrá hecho un acto de colaboración por usted mismo. 

Nunca se sabe el día ni la hora en que los necesitará. Y... ¿sabe qué? Los flippers, los video-games y los taca-taca funcionan con monedas; el Cuerpo de Bomberos funciona con billetes.
Cuando vaya al Cementerio, guarde una flor y vaya al Mausoleo Institucional. Déjela allí silencioso, ojalá que nadie lo vea. Sea anónimo, como ellos, se lo agradecerán: Nuestros queridos Bomberos.

Dedicado a los que fueron, son y serán Bomberos voluntarios de Ovalle.

4 comentarios:

luis albanez dijo...

Gracias Diaguita, me has hecho llorar de emoción al recordar mis años de Bombero en la ciudad de Ovalle, fui voluntario de la sexta compañia, de la JTO. y varias veces al sonido de la sirena , salía presuroso con mi casco corriendo por esas calles para acudir al llamado del deber.

DIAGUITA dijo...

Gracias a ti LAG, primero por haber sido Bombero de mi querida ciudad de Ovalle, por leerme y enviar un comentario. Si nadie te lo agradeció aún, GRACIAS infinitas por lo que haz hecho por tus semejantes.
Un ovallino agradecido

jlsaaved dijo...

No se ha debilitado de mi retina, el azul y rojo de los uniformes de mi abuelo y mis tíos, aunque yo era fanático de la 4a. Dibujo en mi mente la Alameda, de quizá qué año perdido en el tiempo, a Mañungo encaramándose por una escalera mientras recibía un vendaval en su bautizo. Es el Ovalle de mis ancestros, son aquellos años perdidos y añorados.

DIAGUITA dijo...

JL: Me alegra que un ovallino guarde en su corazón algo tan bello como el respeto y admiración a estos hombres generosos. Además, dicho con tanta poesía. Chócala.
Un abrazo
Memo